El día era soleado y brillante. Las primeras luces irradiaban en la habitación, haciendo que todos los cristales reflejaran creando un compás de bellos colores. Con tal bella escena, una joven de negros cabellos y blanca piel relucía como personaje principal, quien se sobaba el vientre con mucho cariño. Apenas si era un pequeño bulto en su estilizado cuerpo, pero sabía que se trataba de una pequeña vida que estaba creciendo en su interior. Su pequeño hijito.
Pensaba en cómo podría lucir si fuera niño o niña, imaginándose una mezcla entre ella y el rey, convertido en un mini ellos. Quizás, tendrían un varoncito con cabello rubio y ojos negros, o una niña de cabellos negros y ojos grises, como su padre. No lo sabía, pero estaba muy entusiasmada pensando en todas las posibilidades. Además, haría de su madre, abuela. Aunque no estaba muy segura de que aquello le hiciera feliz, debido a las circunstancias.
Estaba pensando en todo esto, cuando alguien llamó a la puerta con delicadeza, como si tuvieran temor a despertarla.
—Adelante —respondió Iris con premura.
Así, el joven rey se abrió paso en la habitación, haciendo que la joven retuviera el aire en sus pulmones. Toda su presencia era de lo más imponente, aunque pareciera que trataba de lucir un look descuidado para reducirlo. Iris no podía decir palabra alguna, a pesar de que sabía que debía dar el saludo adecuado. Allí tenía frente a ella el padre de su hijo, el mismísimo rey. Nadie podría haberla culpado.
—Hola —saludó él—. Pasaba para saber cómo estás.
—Hola, Su Majestad.
Aquello estaba lejos de ser un saludo apropiado, pero ambos sentían tal nerviosismo que ciertos modales habían quedado atrás. Desde que habían compartido una noche juntos, ciertas cosas siempre quedan atrás.
—Me he encontrado muy bien, muchas gracias. El señor Clivood ha sido muy atento conmigo. No solo con mi seguridad, sino también con las cosas que he pedido o querido, aunque no fuera algo importante.
—Me alegra que así haya sido.
Él mismo había sido quien le había dado la orden de estar junto a ella y servirla en todo lo que necesitase, siendo que era una de las personas de su absoluta confianza. Sabía que podría protegerla en caso de algún ataque, sea de parte de las demás jóvenes del castillo o de terroristas. Tenía que ser precavido ahora que presentaba una debilidad tan grande que tenía nombre y apellido.
— ¿Me han informado que incluso mi hermano te ha visitado? —cuestionó el rey con un sentimiento de inconformidad en el pecho.
—Así es, pero ha sido algo muy breve para ver mi estado. Ha escuchado de que el médico me había revisado y quería venir a ver cómo estaba.
—Bien. ¿Le has dicho con respecto al niño?
—No. Consideré que eso era algo que tú querrías decirle, debido a que es tu hermano.
Sin duda, así era como lo hubiera preferido, siendo que la relación entre hermanos era bastante buena. Si hubiera comentado algo con antelación, haría que Halian se sintiera apartado de su vida.
Iris, por su parte, entendía que su rol en el castillo era bastante dudoso hasta el momento, ya que no sabría lo que pasaría con ella. Su ama no era alguien que aceptase una amante como había sucedido con la anterior reina. Estaba segura de que se desharía de cualquiera que fuera una molestia para ella, como con la señorita Winfer y el piano. Por eso mismo, era más cauta que de costumbre, tratando de amoldarse a las altas sofisticaciones de la realeza.
—Me parece muy bien. Hoy mismo pensaba decirle —informó Arthur, a lo que Iris permaneció callada—. Y, vine aquí también a hablar algo importante contigo.
Ya se lo veía venir. Aquel iba a ser el momento crítico donde le diría qué posición tendría en el castillo y con su hijo, el que a duras penas podía procesar que tenía en el vientre. Ahora, así como así, le dirían su destino para sus demás años.
—Sabrás que llevo poco tiempo reinando, desde que mi padre cayó enfermo —comenzó narrando—. Todo el reino depende de mí y de mis decisiones. Es por eso que no quiero fallarles. No puedo fallarles. Pero tampoco quiero fallarle a mi familia, a quien tienes en el vientre en este momento.
Ya con esas palabras, Iris sintió que la había abandonado, que solo le importaba el niño y no ella, por lo que sintió un gran deseo de llorar. Sus ojos comenzaron a ponerse brillosos debido a las lágrimas, las que no pasaron desapercibidas para Arthur. Quiso poder acariciar su bello rostro, el que parecía el de una ninfa de los bosques, las que se rumoreaba que eran de una belleza sin igual. Pero no podía hacerlo. Ya había cometido demasiados errores por dejarse llevar.
—Por eso mismo, quiero que el hijo que vas a tener sea legítimo. Voy a reconocerlo ante todos.
—Muchas gracias por su comprensión, Su Majestad —respondió Iris de inmediato, a pesar de que no eran las palabras que estuviera pensando.
Para ser padres se necesitan dos personas, por lo que, obviamente tendría que hacerse cargo. No quería ser abandonada solo por aquella diferencia de posiciones. Una vida humana debería importar lo suficiente como para que su hijo pueda saber quién es su padre y llamarlo de la misma forma. Si hubiera sido otra su respuesta, hubiera desaparecido del castillo aquella misma noche. Solo quedaba saber una cosa más.
— ¿Y qué sucederá conmigo?
La pregunta hizo que Arthur se quedara mudo. Aunque no quisiese reconocerlo, no había pensado suficiente aquella pregunta y no tenía cómo responderla aún. Por lo pronto, sería la madre de su hijo y quien le diera cuidado. Pero eso era todo. Así es que, le dio la oportunidad de que le diera su opinión del asunto.
— ¿Tú qué quisieras?
—Estar con mi hijo. No quiero que nada ni nadie me separe.
Siendo esta la primera opción, fue de mucho agrado para el joven rey, quien sonrió en acuerdo.
— ¿Qué más?
—Y contar con buenas condiciones, para mí y mi hijo. Eso incluye buenos alimentos y un lugar caliente en invierno y fresco en verano.