La tarde transcurría de forma lenta para la pequeña Iris, quien se resguardaba detrás del ventanal para observar los hermosos jardines. Se sobaba cada tanto su vientre, como si este se encontrara hinchado de alguna forma. Sin embargo, el bebé que crecía dentro suyo apenas si se hacía notar en la barriga de la joven.
Habían pasado un par de horas desde que el rey la había visitado, por lo que no había hecho nada más interesante en el día. Hasta que, como era lo usual cada cierto tiempo, alguien tocó a su puerta. No tenía necesidad de ponerse a adivinar de quién se trataba.
—Pase, señor Clivood —respondió con voz firme y dulce.
— ¿Es tan obvio que se trataba de mí?
—Por supuesto, es quien más visitas me ha hecho.
—Debo confesarle que no solo es por mi interés propio, sino que el rey mismo me ha comisionado a brindarle protección y compañía.
Aquello le cayó en gracia, siendo que darle de compañía a una joven un jefe de guardias no era bastante usual. Sin embargo, era una muestra dulce de parte del monarca, quien de alguna forma se preocupaba mucho por ella, hasta en esos mínimos detalles.
—Estoy cansada de estar aquí adentro —confesó la joven, vislumbrando los cuantiosos jardines—. Quisiera salir.
—Creo que estaría bien caminar un poco. Le haría bien al bebé.
Ambos se observaron, como si aún no pudieran creer en aquello. La noticia del vástago apenas si la estaban procesando los nuevos padres, el que lo mencionaran de forma tan libre sonaba antinatural.
—Así es. Además, necesito estirar las piernas.
La idea de que el rey estaba siendo demasiado protector vino a su mente, haciéndola sentir un poco como una cautiva, siendo que ya se había acostumbrado a la presencia de las demás sirvientas, como Oriana, Daphne y la señora Cleo. Las extrañaba mucho. Si no hubiera pasado todo aquello, ahora se hubiera encontrado hablando y riendo con ellas mientras limpiaban. A pesar de que se encontraba en una habitación tan costosa y vistiendo con las mejores telas, sentía que antes estaba más feliz que ahora. Esperaba que el salir le hiciera mejor. Y, quién sabe, quizás podría encontrarse con sus amigas.
Ambos salieron de la habitación, como si se trataran de dos ladrones que huían de una escena del crimen.
—Adelante, no hay nadie. Sígame —ordenó Clivood.
Comenzaron a caminar por los pasillos, hasta encontrarse el balcón con salida al patio más cercano. Allí, cuando vieron el verde interminable, decorado y arreglado por demás, como solo la monarquía podía costearse, ambos tomaron una bocanada de aire con alegría. Ya casi estaban allí, en su misión de escape.
Por fin, la pequeña sirvienta encontraba algo de paz en aquel lugar verde y espacioso, el que solo había podido ver por la ventana en todo lo que llevaba del día. Esperaba que aquello no fuera a repetirse de forma diaria, teniendo que convencer al señor Clivood para ayudarla a escaparse.
El aire se sentía tan puro, que Iris inhalaba con fuerza, sintiendo sus pulmones bailando de alegría conforme su corazón latía con fuerza. Las primeras flores que vio eran unas petunias rosadas, las que eran atrayentes a la vista por su delicado color y sutil fragancia. Eran arbustos coloridos que llamaban a perderse en los caminos que estos marcaban. Fue por eso, que Iris así hizo y comenzó a caminar adonde sea que le llevasen. Clivood, por su parte, tan solo rogaba no encontrarse a nadie que los delatase allí. Les iba a ser difícil de burlarlos, siendo que con su vestido rosa de volantes, el que le había dado el rey, llamaba demasiado la atención, como una bella mariposa recorriendo las flores.
Siguieron caminando, hasta que la flor predominante del lugar dejó de ser las petunias. En cambio, un montón de rosas rosas adornaron el sitio, siendo aún más hermoso que antes. Iris iba casi flor en flor oliendo y disfrutando del lugar, conforme el señor Clivood observaba el sitio con recelo y temor. Era un lugar donde podría ser posible encontrarse con una persona, ya que era su jardín privado. Pero esperaba estar equivocado. De todas formas, no era muy probable que justo ambos hubieran tenido la misma idea de salir a dar un paseo por el jardín. ¿Verdad?
Iris volvía a tomar de las rosas, hasta que, una de ella, de la que no había reparado muy bien de sus espinas, le lastimó el dedo anular, haciendo que sangrase. Enseguida, el señor Clivood la tomó de la mano herida, comprobando cuánto se había lastimado. No era mucho, pero aún así notaba que esto le causaría dolor a la pobre joven y que no podría seguir disfrutando de la tarde con normalidad si no se lo curaba de inmediato. Solo bastaría con una pequeña venda y ungüento.
—Señorita, necesitaríamos ir al médico para que le cure.
Sin embargo, Iris no opinaba lo mismo, ya que quería quedarse disfrutando el lugar. A fin de cuentas, la herida era muy pequeña. Como le era acostumbrado, se llevó el dedo a la boca para chuparlo, dejando con la boca abierta a un formal Thomas.
—Ya está —indicó mostrando su dedo ensalivado, a lo que Clivood negó.
—No está nada. Si no viene conmigo, entonces traeré lo necesario para curarla.
—No es necesario.
—Sí que lo es —cortó sin esperar una respuesta, tomando camino de vuelta al palacio—. Tenga cuidado para no encontrarse con nadie.
—De acuerdo.
Luego de que él se marchara, Iris siguió su camino hacia donde la llevaran las flores. Resultaba poética la idea y no quería que una pequeña cortadura le interrumpiera.
Caminaba sin destino, con la paz del lugar inundándole e infundándole fuerzas, cuando entonces, al llegar a una curva entre los rosales, pudo vislumbrar dos presencias. Enseguida, dio un paso hacia atrás para quedar escondida y que no le viesen en su escapada fortuita, escondiendo hasta los cabellos que querían delatarla yendo hacia delante.
—Eres la persona más falsa que conozco. No entiendo cómo te da el rostro para seguir aquí con el pretexto de casarte con mi hermano.