Un hijo para el rey

Capítulo 15

Una vez más iba a haber un banquete en el castillo, uno que había tomado por sorpresa a la servidumbre, quienes debieron de apresurarse y trabajar a cuatro manos para cumplir el requerimiento de la ocasión. Sin esperárselo, una celebración de paz iba a ser llevada a cabo en el lugar, dando la bienvenida a la expedición del reino del sur, de donde el rey había evitado una reciente batalla. Sin embargo, se respiraba un aire de nerviosismo en el lugar por los nuevos invitados, lo que hacía que algunos errores se vieran por aquí y por allá.

—No entiendo cómo todo puede ir de esta forma —comentaba un alterado Baron—. Ya van varias veces que se confunden en cosas tan simples. Aunque sean de la servidumbre, creí que eran hábiles en su oficio.

—Despreocúpate, Alter, todo saldrá bien.

El rey, quien observaba todo el papeleo que debía hacer, las cartas que debía escribir y lo que debía firmar, a penas si podía pensar en las preocupaciones de su confiable amigo y consejero. Él, sin embargo, sentía que iba a perder parte de su cabello del estrés que le causaba esta situación, donde infería que quizás había segundas intenciones por parte de la delegación del sur.

—Eso dices siempre, pero no creo que sea así. Enviaron al príncipe heredero, el oso de Aretta. Eso solo puede significar que hay un trasfondo que puede implicar la reanudación de una guerra. O peor, quizás un ataque de improviso.

La mente del pobre consejero iba anudándose más y más en lo que eran sus bastas preocupaciones, sin poder encontrar un fin. Pero Arthur tenía otras cosas en mente. O, mejor dicho, dos personitas, las que veía cada vez que cerraba los ojos.

—Creo que estoy hablando a las paredes —afirmó un apesadumbrado Alter.

Y era así. Arthur a duras penas podía concentrarse en todo el trabajo que tenía en su escritorio, como para ponerle atención a las palabras de su amigo. Además, cuando no era todo el trabajo que debía realizar, la imagen de una bella pelinegra se colaba en su mente, sobando una panza de varios meses de embarazo, observándole con una dulce sonrisa. Por supuesto, todo esto era producto de la imaginación del rey. A Iris apenas se le notaba una pequeña barriguita, siendo que habían pasado solo tres meses. Pero aún así se le venía aquella imagen a la mente, recordando todo lo que había pasado hacía dos semanas en los rosales, donde la había tenido tan cerca que se le había hecho difícil el incluso respirar.

La recordaba tan hermosa, que no podía hacer más que desear volver a verla, con sus vestidos algo holgados y delicados, sus labios pequeños y jugosos entreabiertos, su figura angelical y ojos de sirena. Era tan hermosa y frágil, que sentía que a sus ojos cada vez se veía más y más hermosa, si es que esto era posible.

Recordaba su cabello tocando su rostro, el que caía de forma desordenada y la hacía ver aún más bella y algo salvaje. Su boca le invitaba a besarla, y cuando su mano había aterrizado en sus labios, no pudo más que sentirse aún más débil ante la mujer que tenía sobre sí. No podía moverse, pero quería ser llevado por sus deseos ante la bella dama que le rogaba por silencio. Esa dama, la que también era la madre de su hijo.

— ¿Arthur? —llamó Baron, a un rey que se había ido del sitio por sus pensamientos.

—Sí.

—No estabas oyéndome. ¿Dónde estabas?

—Estaba recordando algo que pasó hace poco —dijo tocándose los labios junto con una sonrisa. Ante esto, Baron prefirió no preguntar más sobre el asunto.

—Por si no me oíste, te decía que un mensajero acaba de llegar, avisando el avistamiento de la delegación del reino del sur. Estarán aquí en cualquier momento. Deberíamos prepararnos para recibirlos.

—No te preocupes de más, ya está todo listo.

—Aun así, algo no me huele bien de su visita. Preferiría que no vinieran —confesó cruzándose de brazos.

—Era algo inevitable. Pero confío en que todo saldrá bien.

Y así, en un corto tiempo, la delegación por fin llegó al reino, cruzando por las puertas principales y llamando la atención de todos los ciudadanos que se encontraban fuera. Sus grandes caballos, de gran porte y musculatura hacía que fueran imposibles de ignorar. Aparte, sus mismos jinetes eran de igual forma imponentes, contando con diez personas del reino, todas corpulentas y de grandes músculos, los que habían trabajado en batallas sangrientas en donde era matar o morir. Tales guerreros, ingresaron para dirigirse al castillo con premura.

Al mismo tiempo que todo esto ocurría, Iris se encontraba en su habitación haciendo lo que nunca antes había podido hacer: tener tiempo de ocio. Se dedicaba a bordar unas pequeñas rosas, lo que había aprendido gracias a su madre y toda su basta experiencia. No podía compararse con las señoritas que habían dedicado su vida entera a las artes, pero era lo suficientemente bello como para que ella se sintiera de lo más satisfecha. Lo más importante, era que podía crear y decorar lo que iba a poder usar una vez fuera madre, como los pequeños escarpines que se había puesto a tejer para su pequeño bebé.

Así, se le habían pasado las tardes y el tiempo, recordando en cada momento que, de no ser por todo lo que había sucedido y el niño que tenía dentro de sí, estaría limpiando y ordenando desde primera hora del día hasta la última. Por fin conocía cómo habían vivido las demás señoritas de la nobleza, y, se sentía algo extraña al no hacer nada de gran utilidad como antes. Pero, por sobre todo, al ver este gran cambio en su vida por los azares del destino, quería darle un agradecimiento a la persona que había hecho todo esto posible, quien le trataba con la mayor dignidad y respeto que podía. A pesar de que no tenían una relación romántica, había sabido ser un hombre.

Con eso en mente, Iris observaba el pañuelo que había bordado con gran cuidado durante las últimas semanas, recordando la escena de los rosales. Estaba decidida a dárselo como un regalo por todas las molestias que se había tomado y por haberla considerado de aquella forma. Ahora, no solo podría estar con el niño que nacería, sino que no sería rechazada en público como muchos nobles hacían con las que habían sido sus amantes. A pesar de que no era el título que prefería, era mejor que nada.



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En el texto hay: romance, embarazo, rey y sirvienta

Editado: 15.01.2025

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