Un hijo para el rey

Capítulo 20

Una vez más, como todos los anteriores días y semanas, volvía a la misma habitación por la que pasaría incontables horas trabajando como lacayo. Serían horas de papeleo y papeleo, conforme intentaba al mismo tiempo que la persona frente a sí le dignara cinco minutos de verdadera atención, que pudiera oírle y no fingir que le escuchaba repitiendo las mismas palabras. Esa era la tortura del pobre Alter Baron, el consejero del rey y uno de sus íntimos amigos. Sin embargo, más que amigo parecía su esclavo últimamente.

Ya era la quinta vez que le repetía lo mismo, hablando sobre la situación de las tierras de los duques y de cómo deberían tomar partido para que siguiera habiendo un buen trato hacia los ciudadanos. Los impuestos habían subido y los ingresos bajaban, haciendo casi imposible que la vida fuera buena. Ya debían de poner manos a la obra, emitiendo alguna ordenanza o especificación para el bienestar de todos. Pero, nuevamente, su amigo y monarca seguía con la cabeza muy ocupada en otras cosas. O, mejor dicho, en una persona.

—Su Majestad, ¿está escuchándome?

—Sí, Alter, te he estado oyendo desde que viniste —respondió con la mirada hacia la ventana, la que daba a los rosales, siendo una mentira de lo más obvia.

—Por favor, Su Majestad, no podemos seguir perdiendo el tiempo. Ya hace meses que vengo encargándome del papeleo.

La inmensa torre de papeles en su escritorio era prueba de aquello. Había perdido la cuenta de cuántas veces había tenido que usar el sello real —que, en teoría, no debería ser usado más que por el rey— para solucionar diferentes situaciones que se habían presentado. El rey no era el mismo, había cambiado mucho desde la aparición de la joven sirvienta. Fue un punto de quiebre, de no retorno en donde el monarca cambiaba más y más, para el infortunio del pobre Alter, quien debía trabajar horas extras.

Se había creado un silencio, uno donde el consejero esperaba que fuera un momento de revelación, donde se levantaría y le daría la razón para ponerse a trabajar. Casi podía verlo, con destellos brillantes tras de sí haciendo que, por primera vez en su vida, derramara lágrimas de gratitud. Sin embargo, eso solo ocurrió en los sueños de Alter. En la realidad, Arthur tan solo emitió un suspiro para seguir observando los rosales.

Era un caso perdido.

—Su Majestad —llamó rendido—, ya que no desea trabajar, por favor, dígame qué es lo que le inquieta.

—Alter, ¿alguna vez has estado molesto con otra persona por desear algo que es tuyo?

Ante tal inesperada pregunta, el consejero se tomó un momento para pensarlo. Quiso también descubrir a qué se refería en particular, pero no pudo imaginarse nada. Y, siendo la persona más cercana al rey, se sintió ofendido en cierta forma por su ignorancia del asunto.

—Puede ser, pero cuando era pequeño.

— ¿Y por qué te sentías de esa manera?

—Porque era un capricho, un sentido de posesión sobre algo que uno no quiere compartir, como puede ser un juguete o una prenda de ropa favorita.

—Un capricho… —repetía por lo bajo mientras se sobaba el mentón.

— ¿Tiene usted algo que siente que le estén arrebatando y que no quiera compartir?

Alter era agudo con sus palabras, esperando sacarle la información necesaria para poder ayudarlo. Quería salir de esos meses de tortura donde le tocaba hacer todo el trabajo. Por eso, prestaba más de la acostumbrada atención para ser de ayuda. Por su parte, el rey se preguntaba si en verdad era necesario compartir los pensamientos que le irritaban hasta el punto de no dejarle dormir por las noches y que le provocase un dolor de estómago insoportable.

—Antes de eso, primero respóndeme: ¿Qué harías para que no te lo quitasen?

Cada vez estaba más consumido por la intriga de saber a lo que en verdad estaba apuntando el monarca, su amigo, al que había servido por tantos años. Sin embargo, no podía adentrarse en su mente. En su mayoría, había sido alguien que no se interesaba demasiado en ningún asunto. Incluso en los asuntos del reino, no ponía sus sentimientos, sino que era justo y correcto en todo lo que hacía. Pero, ahora, parecía que contaba con un “capricho”, algo que no quería dejar ir ni que los otros lo tocasen. Solo debía averiguar qué.

—Eso depende. Si fuera un juguete, lo pondría donde nadie más pudiera alcanzarle. O haría saber que nadie tiene el derecho de tocarlo además de mí.

—Interesante.

—Pero, si fuera una persona a la que no quiero compartir, entonces sería diferente.

— ¿Diferente cómo?

Con aquella pregunta, Alter sonrió detrás de sus gafas. Por fin pudo sacarle una pista de lo que se trataba. Ya sabía que se trataba de una persona a la que no quería compartir, y aunque el castillo era enorme, sabía que las personas importantes de la vida del rey no eran muchas como para ponerse a contarlas. Así, pudo considerar un triunfo aquella sucesión de preguntas y respuestas, como si de un juego de ajedrez se tratara.

—Pues, deben considerarse los sentimientos de la otra persona. A veces uno desea acaparar la atención de alguien y no es posible, ya que no es lo que él o ella desea.

Ante estas palabras de su consejero, Arthur quedó enmudecido, tratando de pensar qué era lo que Iris sentía acerca de él y el príncipe del sur. Quizás, como en el ejemplo que había dado Alter, ella no deseaba darle toda su atención solo a él, sino que también sería dada a aquel tipo musculoso que más que cerebro solo tenía labia —palabras internas del rey.

—Además, debe considerar qué sentimientos se alberga hacia aquella persona.

— ¿Qué sentimientos? —repitió al aire, confundido ante todas las respuestas que venían a esto.

—Así es. Amistad, aprecio, respeto, deseo… amor —terminó para observarle, atento a cada pequeño gesto que el rey hacía. Sin embargo, este mantenía aún su ceño fruncido aún pensante.

Era demasiado el pensar todo aquello. Lo único que sabía por el momento, era que detestaba el pensamiento de Iris estando con aquel príncipe del sur, quien parecía que su estancia era eterna. Deseaba que la joven doncella que le había cambiado la vida se encontrara a salvo, sin personas semidesnudas rondando alrededor, abrazándola por detrás ni hablándole de forma cursi. Quería que estuviera solo para él. ¿Era demasiado pedir?



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En el texto hay: romance, embarazo, rey y sirvienta

Editado: 02.02.2025

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