El día había sido largo y agotador. Sus pobres huesos reclamaban por algo de descanso, a pesar de que su jornada laboral había comenzado desde hacía poco. Pero, los achaques de la edad y los años de haber trabajado de manera insalubre ahora le traían consecuencias.
Suspiró antes de volverse ante el espejo. Allí, un rostro algo arrugado, con líneas marcadas y bolsas en los ojos le recibía. Incluso había días en los que no se reconocía ella misma por su mal estado. Y, sin embargo, no podía detenerse en aquella carrera que no hacía más que envolverla aún más para seguir tirando su vida por una paga mísera.
—No hay de otra —se dijo a sí misma para continuar limpiando.
Lo único que antes le daba el suficiente ánimo para seguir adelante, había sido su única hija, la que tuvo que entregar a la casa de los Condes para que pudiera tener un lugar donde vivir y comer. Ella no podría brindarle aquello, siendo que también debía de trabajar todo el día para sus propios gastos. De esta forma, el techo de ambas estaría asegurado, aunque significara separarse de ella.
El tiempo había pasado y su relación con su hija se había enfriado a tal punto que se veían poco y nada. Sin embargo, el sentido de responsabilidad filial hacia ella seguía intacto, por lo que recibió una carta de aviso de que se retiraba de la casa de los Condes para dirigirse a trabajar en el castillo. Era una noticia excelente, ya que esto quería decir que iba a contar con una mejor vida, comodidades que nunca hubiera podido tener en su ciudad natal. Además, daba más oportunidades para su futuro que el seguir siendo una mera sirvienta de la casa de unos nobles. Allí había promesa para un buen provenir.
Lo que nunca hubiera podido imaginar, era que, varios meses después de su partida, otra carta llegaría a la casa donde servía, ese mismo día en donde se sentía fuera de lugar y cansada de todo el mundo. Allí, las palabras de su hija le causaron una tremenda impresión y unas intensas ganas de poder tener una vida nueva, diferente a todo lo que había vivido hasta entonces. Quería disfrutar de su hija como nunca había podido.
Las exactas palabras que hicieron que la señora Quinn se movilizara a tal punto, fueron las siguientes:
“Querida madre:
Antes que nada, deseo comunicarte que me encuentro en perfecto estado en el castillo de Berkshire. Todos han sido muy amables conmigo. Sin embargo, me faltas tú a mi lado. Nada puede compararse al tener a su madre, ni siquiera un lugar lujoso o personas de la realeza o alta nobleza.
También debo notificarte de distintos cambios de los que debo de agradecer al rey. Madre, ahora contamos con un título nobiliario, e incluso, el rey nos ha proporcionado de una casa aquí en Berkshire. Es algo increíble hasta para mí que lo he vivido en flor de piel.
Te necesito mucho aquí. Ojalá puedas venir. Voy a estar esperándote.
Te quiere, Iris.”
Era breve, pero concisa. Allí estaban plasmado los sentimientos de una joven que en verdad necesitaba a su madre, que deseaba su presencia más que nada y donde perdonaba todo aquel tiempo de ausencia. Por lo mismo, al leer cuánto la quería, no pudo más que prorrumpir en llanto, haciendo que todas sus compañeras de servicio la mirasen extrañadas. Pero no importaba. Allí, lo más importante era que su hija la quería de vuelta y que tenían una oportunidad dada por el cielo para reencontrarse. Y, es más, ¡con un título y casa propia! Era increíble, como bien había dicho Iris.
Sin que nadie lo esperase, se dio vuelta hacia sus compañeras de trabajo y comenzó a abrazarlas y besarlas, fuera de sí. No podía más de la emoción, lo que incluso había hecho que pareciera rejuvenecer en un segundo. En cambio, las demás mujeres del lugar la observaban extrañadas ante su reacción. En su mayoría, contentas de verla tan alegre, pero no entendiendo por qué.
—Oye, Lena, ¿por qué tanto alboroto? —inquirió una de sus mejores amigas.
—Mi hija me ha mandado una carta, diciéndome que me reúna con ella. Además, ha conseguido una casa y un título.
— ¿Casa y título? —preguntó otra más joven.
—Eso suena a que ha hecho muy bien su trabajo, o demasiado bien —agregó otra con gesto pícaro—. Sí saben a qué me refiero, ¿no?
—Cierra esa sucia boca —espetó la señora Quinn—. Mi hija no es de esa clase. Además, está trabajando para los mismísimos reyes y alta nobleza.
—De acuerdo, de acuerdo, puede que esté equivocada. Sin embargo, no puedes culparme por pensar así, cualquiera dudaría en mi lugar.
—Así es —corearon casi todas.
—Pues no, mi hija es recta y pura. Yo sé que se lo ha ganado con trabajo honesto como le he enseñado.
—Está bien, señoras, ya dejen de molestarla —volvió a hablar su mejor amiga—. Terminemos las tareas de hoy. Y tú —apuntó a la señora Quinn—, más vale que saques ese trasero tuyo de aquí y vayas a ver a tu hija. Yo me encargaré de tus tareas y de los jefes.
—Ay, amiga, eres la mejor —alagó para luego darle un beso en la mejilla.
Sabía que sus amos no tendrían problema en que se fuera, a pesar de haber trabajado en esa casa durante décadas. Pero, ni siquiera se sabían los nombres de la servidumbre, solo sabían de cantidad y hasta por ahí nomás. Solo debían hablar con el mayordomo que era jefe de sirvientes y eso era todo.
Sin nada más que hacer allí, tomó sus cosas y se preparó para tomar un carruaje que le llevase hacia Berkshire. Tenía el dinero suficiente para los gastos, por lo que no se preocupó demasiado. Había dejado todo lo que no se había podido llevar a su amiga, segura de que ella haría lo necesario para luego mandárselo o venderlo para darle el dinero. De cualquier forma, confiaba demasiado en ella, eran casi como hermanas luego de haber compartido tantos momentos juntas durante tantos años.
Cuando consiguió el carruaje y se vio dentro, no pudo creer que aquello estaba sucediendo en verdad, que se estaba dirigiendo a ver a su hija, con quien podría reestablecer su relación que habían descuidado y con quien mejorarían su futuro como nunca antes se había podido imaginar. Solo que, en serio le preocupaba lo que habían dicho sus compañeras de servicio, cómo había sido que Iris había podido conseguir todo aquello, si ni siquiera llevaba un año allí. Podría entenderlo si tuviera una posición prestigiosa, pero, ella había ido desde lo bajo, seguramente consiguiendo un empleo de posición baja. Entonces, ¿cómo lo había conseguido? ¿Qué había dado para estar allí?