Amara apretó las piernas contra su pecho. El frío de aquella noche de finales de verano pareció llegar hasta allí, hasta el momento presente y a aquella playa separada miles de kilómetros de Dúnedin.
Mónica había dejado de parlotear a su lado. Ahora, su atención estaba puesta en su ensalada de pasta, o al menos eso era lo que parecía.
Con la mirada puesta en la inmensidad azul que se extendía delante de ella, Amara se preguntó qué estaría haciendo Ross. El pixie le había dicho que se marcharía del piso, pero que volvería cuando Amara regresase de sus vacaciones. Le daba pena abandonar la cama hecha con algodón y tela de tartán impregnada con un delicioso olor a lavanda natural que ella le había hecho semanas después de que se conocieran, pero le resultaba incómodo merodear por la casa vacía durante tanto tiempo.
Amara había puesto los ojos en blanco mientras recogía algunas de sus cosas. Todavía faltaba una semana para que ella y Mónica se marchasen, pero no quería dejarlo todo para el último momento.
Ross la miraba hacer sentado con las piernas cruzadas debajo de su cuerpo, en la balda de madera que Amara tenía sobre su cama, repleta de libros. El pixie jugueteaba con las hebras de color rojo y negro que se habían deshilachado distraídamente.
Amara sospechaba que le gustaba mirarla desde allí arriba porque así tenía una mejor vista de lo que hacía. La pequeña rueda anti feéricos que colgaba del flexo de su escritorio le dejaba un campo de visión demasiado pequeño, y también hacía que la sealgair y el pixie se encontrasen demasiado cerca cuando tenían conversaciones… complicadas.
Amara se encontraba doblando un par de vestidos que no le harían falta en Dúnedin cuando Ross dijo:
─ ¿Por qué no te tomas estas vacaciones como un…? ¿Cómo lo llaman los humanos? ─hizo una pausa, tironeando de los hilos de su manta─ ¿Respiro intelectual? Para meditar y todo eso.
─Retiro espiritual ─corrigió Amara─ ¿Por qué iba a necesitar yo…? ─calló cuando sus ojos se cruzaron con los de Ross. Dejó escapar una exhalación cansada, sabiendo a dónde derivaría aquella conversación─ No hay nada que meditar.
La chica apartó la mirada y siguió seleccionando ropa en su armario. Tendría que dejar algunas prendas allí, cosa que no le hacía la más mínima gracia. Aunque tampoco tenía sentido llevarse ropa de abrigo a su pueblo natal, pues aunque el clima allí era caprichoso, en los días de lluvia la temperatura no bajaba tanto como para necesitar un jersey de punto grueso. Además, a finales de agosto Mónica y ella regresarían al mismo apartamento, pues estaba cómodas en él a pesar de no ser precisamente barato.
Amara rumiaba mentalmente esos pensamientos, tratando de perderse en ellos y así pasar por alto las miradas inquisitivas de Ross. Pero su aroma cítrico cada vez era más fuerte y el efecto que tenía en la sangre de Amara, haciendo que esta corriera cada vez más rápido por sus venas, se lo impedía. Ross llevaba unos ocho meses durmiendo casi cada noche en su habitación, llenando cada recodo de esta y las pertenecías de Amara con el olor de su poder, pero ella seguía sin acostumbrarse a cómo la afectaba.
Finalmente, Amara levantó la mirada hacia donde se encontraba el pixie, que parecía no haber movido ni un solo músculo desde su último intercambio de palabras. Sus ojos la contemplaban con aquel velo extraño al que ella tampoco se acostumbraba, una mezcla entre curiosidad, extrañeza e interés oscuro.
Amara le dedicó una mueca con la boca.
─Deja de mirarme así.
Ross parpadeó y parte de aquel velo desapareció.
─ ¿Así cómo? ─preguntó volviendo a mover los dedos sobre las hebras deshilachadas.
─Como si estuvieras depredándome.
Una sonrisa traviesa adornó la boca del pixie. La tensión atenazó el cuerpo de Amara durante un instante, pero consiguió mantenerla a raya.
─A estas alturas deberías estar acostumbrada.
─No lo estoy porque ninguno de los tuyos sabe que existo. Solo tú.
─ ¿Quién dice que no te depredo por las noches mientras duermes?
La travesura que había en la expresión de Ross se volvió más oscura. Su sonrisa se amplió levemente, dejando a la vista sus dientes. Un escalofrío recorrió la espalda de Amara y todos sus músculos chillaron, pidiendo acción. Pero ella se mantuvo complemente inmóvil, sin apartar la mirada del inmortal.
Aquello se había convertido en una especie de juego entre los dos. Ross tiraba de los límites de Amara igual que de los de la tela de tartán que tenía en ese momento entre sus dedos. Comprobaba hasta dónde podía llegar con ella sin que le saltase al cuello con las manos desnudas. Nunca habían llegado tan lejos, pero a Amara no le habían faltado las ganas en más de una ocasión.
Podía tolerar verlo y olerlo, podía soportar su parloteo mientras le hablaba de cosas insignificantes o mientras recorrían juntos la ciudad y él le hablaba de las criaturas mágicas que la poblaban. Lo que Amara no soportaba era que le recordase lo que era, ni con sus palabras ni con sus miradas. Como si fuera una especie de milagro o como si sospechase que se trataba de un espejismo que había confundido con algo real.
─ ¿No tengo un sexto sentido que me avise de esas cosas? ─replicó Amara con tranquilidad.