─ ¿Cómo sabes que soy una sealgair?
Amara hablaba en susurros apenas audibles, pero Ross, con su oído feérico, podía distinguir perfectamente sus palabras. El pixie se encontraba sentado en el alfeizar de la ventana, con las piernas colgando y los tobillos cruzados. Sus alas se movían con suavidad detrás de su espalda, lanzando destellos de color dorado y verde pálido.
Amara estaba sentada en la silla que había delante de su escritorio, pegado a la pared que compartía con Mónica, manteniendo una distancia prudencial con él. Se sentía extremadamente ridícula, sentada en la silla de plástico de color azul desvaído que debía de tener casi tantos años como ella, con un pijama de osos panda sonrientes, hablando con una criatura de cuento con aspecto de hombre, con apenas veinte centímetros de altura y voz sorprendentemente grave teniendo en cuenta lo pequeñas que debían de ser sus cuerdas vocales.
Pero ella había ido a Dúnedin con la intención de cumplir sus sueños y ponerse a prueba. Que no se esperase que se cumplieran de una manera tan… retorcida ya no dependía de ella.
─Por el olor, principalmente ─contestó Ross─. Todas las especies tienen un olor característico, y el tuyo… Hacía mucho que no lo percibía, pero es un olor que ningún feérico olvidaría. No por buenas razones, también lo tengo que reconocer. Además, está esa marca que tienes en el cuello ─dijo señalando la zona en su propio cuerpo─, esa especie de pluma. Es una marca de nacimiento que solo tenéis las sealgair. La leyenda dice que la diosa Morrigan, en su forma de cuervo, os marcó de esa manera para señalaros como hijas suyas.
Los dedos de Amara se movieron en su regazo. Levantó una mano, iba a dirigirla al punto en el que su mandíbula se unía con su oreja, pero al darse cuenta de lo que hacía, volvió a bajarla. Siempre había sido consciente de que aquella marca tenía una forma extraña, pero nunca se le había pasado por la cabeza la idea de que escondiera algo tan… especial. Como cualquier persona normal y corriente.
Su abuela también tenía aquella marca en forma de pluma, pero la suya estaba en la cara interna de su codo derecho. Siempre se había sentido afortunada por compartir una rareza como aquella con la persona que más había significado para ella. Ahora…
Amara se mordió el labio inferior y continuó escuchando lo que el pixie le contaba.
─Vosotras, las sealgair... ─Ross se removió en el sitio, tratando de buscar las palabras apropiadas─ No sois ni humanas ni feéricas, sino algo intermedio ─hizo una pequeña pausa dramática─. Sois descendientes de las uniones entre sidhe y humanos. Pareces bastante mayorcita, creo que no tengo que explicarte de a qué tipo de uniones me refiero ─hizo una mueca con la boca, a medio camino entre la picardía y el desagrado. Amara le devolvió un gesto de repulsión. Ross levantó las manos, con las palmas abiertas en su dirección─. No me mires así, es lo que hay.
Ross le hizo un breve resumen sobre los feéricos que podía encontrarse en Elter. Le explicó que los buenos vecinos, como los humanos solían referirse a los feéricos, podían dividirse en dos grandes categorías; los feéricos mayores, aquellos que tenían una apariencia más similar a los humanos, que eran los sidhe y los fae, y los feéricos menores, que englobaba al resto de criaturas inmortales del mundo de abajo. Era una distinción de lo más peyorativa a juicio del pixie, pues lo que hacía era marcar la diferencia entre unos y otros no solo por su apariencia física, sino por su rango de poder y, en consecuencia, sus privilegios, sus derechos… y también sus egos.
Los feéricos mayores, le explicó por encima, se creían los favoritos de sus dioses principales, Padre y Madre. Creados a su imagen y semejanza y bendecidos con unos dones mágicos que superaban al del resto de criaturas feéricas.
Amara permaneció callada y muy quieta mientras Ross comentaba esos detalles. Podía percibir su contrariedad, palpitando dentro de la habitación como una prolongación de su pequeño cuerpo.
Los mortales habían englobado tanto a los sidhe como a los fae bajo el término de daonie sìth, pues no podían distinguirlos la mayoría de las veces. Ross le explicó que ambas especies se diferenciaban por su olor, algo que los humanos no podían notar, y también porque los sidhe tenían los caninos más largos que los fae, como los de los vampiros de las películas.
En cuanto a los feéricos menores, ahí podían encontrarse criaturas de todo tipo, desde pixies como el propio Ross, hasta fear dearg, cambiaformas de diferentes tipos, kelpies… Prácticamente, cualquier cosa que a Amara pudiera pasársele por la cabeza y tuviera que ver con las antiguas leyendas de aquella tierra, e incluso criaturas que jamás habían abandonado Elter y que los humanos desconocían.
Y luego, estaban las sealgair, como Ross le había dicho. Algo intermedio entre feéricos y humanos. Algo que no pertenecía al mundo que había debajo de Beinn Nibheis, pero que tampoco era del todo de arriba.
─Las sealgair sois unas guerreras muy especiales ─dijo Ross con suavidad, sus plabras teñidas ahora con un tono reverencial que sorprendió a Amara─. Sois las protectoras de este mundo, el de arriba. Sois las únicas capaces de enfrentaros a un ser inmortal y tener posibilidades de ganar. De hecho, nos habéis dado mucho por culo durante siglos ─se pasó la lengua por los labios, sin perder de vista a Amara y sus reacciones, pero ella se encontraba completamente inmóvil, petrificada en el sitio, tratando de procesar todo lo que el pixie le contaba. Ross suspiró y continuó─. Verás, nosotros, los feéricos, no somos… buenos, por decirlo de alguna forma, con los mortales. Supongo que ya habrás podido deducirlo tú sola. Muchos consideran este mundo como un patio de recreo, sobre todo los que no pertenecen a ninguna Casa, aunque los que sí también, ya que, bueno, están atados a unas normas que los de Tierra de Nadie no tienen… ─Amara parpadeó, confusa. Ross se balanceó al darse cuenta de su desconcierto─ Me estoy yendo por las ramas, ahora volveremos con eso. O quizás otro día, se está haciendo muy tarde. ¿Por dónde iba? Hay tantas cosas que contar… ─se quedó un momento mirando a un punto fijo en el pijama de Amara, probablemente alguna de las sonrientes caras osunas que decoraban el pantalón, antes de seguir hablando─ Eso, que sois unas guerreras formidables, podéis enfrentaros incluso contra un grupo considerable de fae y salir vivas. Fae, que son los seres más poderosos de Elter, Amara ─se la quedó mirando con una intensidad lacerante, intentando transmitir la trascendencia de sus palabras. Amara se limitó a parpadear despacio─. Incluso los Hijos Predilectos os temían, y no hay nada más por encima que ellos. Excepto los dioses, por supuesto.