Amara y Mónica vieron pasar una pequeña embarcación blanca a lo lejos. La música fiestera llegó hasta ellas, tan fuera de lugar en aquel ambiente que resultaba casi doloroso escucharla. La perdieron de vista, camino de otra playa mucho más grande a apenas otros cinco minutos andando de donde las chicas se encontraban.
─ ¿Te vas a quedar después de terminar la carrera? ─preguntó Mónica antes de pinchar un macarrón.
Amara frunció el ceño. Extendió el brazo tras ella para buscar la tapa de su recipiente. Si la conversación iba a seguir por esos derroteros, no iba a ser capaz de comer más sin que se le revolviese el estómago.
─Es un poco pronto para decidir eso ─se limitó a decir.
─Contigo estas cosas no se piensan pronto, Amara, que nos conocemos.
El tono jocoso de su amiga alivió un poco su tensión.
No, con Amara no había cosas que se pensasen con demasiada anticipación. No le gustaban las sorpresas ni los planes improvisados y de última hora. Ella necesitaba planear, le hacía sentir que tenía cierto control sobre su vida y sobre lo que la rodeaba, aunque era consciente de que los imprevistos podían ocurrir, pero por lo menos le gustaba tener una base sobre la que empezar. Sin embargo, para la pregunta que le había hecho su amiga, todavía no tenía una respuesta. Y eso la irritaba.
─No lo sé. Me gusta Dúnedin, la verdad ─dijo Amara con sinceridad. Hizo una pausa; las siguientes palabras que salieron de sus labios fueron igual de sinceras, pero estaban cargadas de un dolor apenas disimulado─. Me gusta mucho, pero no sé si es lugar para mí.
Mónica se hizo sombra sobre los ojos con la mano para poder mirarla mejor.
─ ¿Por qué no?
─Oye, en serio, ¿a qué viene este interrogatorio?
Su tono sonó más fuerte de lo que había pretendido, y cuando vio la expresión de su amiga, Amara se arrepintió al instante. Se maldijo a sí misma por dentro y a su defecto de no controlar el tono con el que decía las cosas. Resultaba irritantemente expresivo y a veces incluso maleducado.
Estaba buscando las palabras para disculparse cuando Mónica habló.
─Rodrigo quiere quedarse a vivir allí cuando termine el Máster. No para siempre, o por lo menos eso no lo sabe fijo, pero cree que es bastante posible que lo termine y que la empresa con la que haga las prácticas le extienda el contrato.
Amara esperó a que continuase, pero Mónica no lo hizo. Confundida, ella también tardó replicar.
─Todavía quedan unos tres años para que terminemos, o más. Tienes tiempo para pensarlo, pueden pasar muchas cosas en esos años.
─Como que rompamos.
Amara hizo un gesto de desagrado con la boca.
─No me estaba refiriendo a eso.
Mónica resopló y pinchó un pedazo de tomate con saña. Las semillas que tenía pegadas salieron disparadas, impregnando de un color rojo desvaído la comida a su alrededor. Amara volvió a torcer la bocas.
─Era un ejemplo. Pueden pasar muchas cosas.
Joder, pensó para sí cuando su amiga no replicó nada ni levantó cabeza para mirarla. Cogió su bolsa y rebuscó en ella hasta encontrar lo que buscaba. El plástico del paquete de tabaco brilló bajo el sol de verano.
Sacó un cigarrillo sin hacer caso de la mirada desaprobadora que Mónica le lanzó y lo encendió. El humo le provocó una quemazón conocida en los pulmones cuando inspiró por primera vez. Mónica hizo un gesto contrariado cuando la vio empezar a fumar, acompañado de un movimiento de la mano, como si estuviera espantando las volutas del tabaco, pero estas no le llegaban. Amara sabía a qué venía ese gesto, pero se negó a apagar el cigarrillo. Era eso o morderse las puntas de los dedos, pues apenas le quedaban uñas que castigar.
Aguardó en silencio a que Mónica continuase, sin mirarla y tratando de no perderse en los recuerdos de lo que había vivido ese primer año de carrera. En lo que había descubierto y lo que significaba.
─Y precisamente porque pueden pasar tantas cosas… no estoy preparada para ello. Sea lo que sea lo que venga, yo…
Las palabras de Mónica murieron repentinamente.
Amara estuvo a punto de atragantarse con la siguiente calada. La voz de su amiga había sonado estrangulada mientras hablaba, pero esa pausa tan repentina…
Se giró para mirarla. No podía verle la cara a Mónica porque había echado la cabeza hacia delante y su larga melena castaña ocultaba su expresión. Pero la postura de sus hombros le decía lo suficiente como para saber lo que estaba ocurriendo. Amara tocó el hombro de Mónica con la mano libre; estaba temblando.
─Ey, Mónica…
─Es que yo… ─la chica alzó la cabeza y cogió una bocanada de aire.
No estaba llorando, aun no; tenía los ojos acuosos, pero sus mejillas estaban secas. Se apartó el pelo de la cara y dejó el tupper por fin en la arena.
Amara aguardó, paciente, sin querer forzarla.
─Yo no sé si quiero quedarme en Dúnedin ─continuó Mónica, esta vez dirigiendo su mirada a la otra chica─, pero tampoco sé si este es el lugar en el que quiero estar ─su labio inferior tembló y se lo mordió para evitarlo, pero Amara ya lo había visto─. Yo he hecho todo, durante toda mi vida en base a lo que hacían otros, Amara. Tú, sobre todo, y Rodrigo ahora. Si decidís cosas diferentes… joder ─volvió sacarse el pelo de delante del rostro con un movimiento brusco de la mano. Una manera de tener las manos ocupadas, de pensar y ordenar las ideas. Un gesto que había copiado a Amara muchos años atrás. Mónica se dio cuenta y cerró las manos en puños─. No sabría qué hacer, a quién de los dos seguir. Tú eres mi mejor amiga, te quiero y él… es complicado, pero es que… a veces es difícil ─repitió para enfatizar─, los dos somos difíciles pero le quiero, de verdad y yo… yo quiero que lo nuestro salga bien, pero no sé cómo… ─se detuvo, en parte porque se estaba quedado sin aire y también porque no sabía cómo seguir.