Un Hola y Un Adiós

Una historia que se cuenta una vez

Ella era todo lo que el mundo llamaría "emoción": una marea suave, a veces tormentosa, siempre sincera. Él, en cambio, era roca firme, un acantilado al que las olas venían a golpear buscando refugio. Ella nacida bajo el sol de julio, con el corazón en la mano y los sueños bordados en nostalgia. Él, de enero, con la mirada clara y los pies siempre en el suelo, incluso cuando el alma quería volar.

Se encontraron en un momento en que ninguno buscaba nada y sin embargo lo encontraron todo. Él aprendió a escuchar lo que no se dice, a leer en sus silencios y a proteger la fragilidad que ella escondía detrás de su fuerza. Ella aprendió a detenerse, a confiar en que alguien podía quedarse sin necesidad de ataduras. Se amaron en una forma tan particular que parecía no caber en ninguna definición.

Pero el tiempo no siempre bendice lo que el corazón desea. Los caminos, como las estaciones, cambian. Ella necesitaba explorar, derramar su alma en otros mares. Él tenía planes que no incluían desvíos. No fue una ruptura. Fue un entendimiento. Una despedida sin drama, pero no sin dolor.

Y sin embargo, no se soltaron del todo. Se transformaron. Ya no eran amantes, pero se seguían reconociendo. Él era el mensaje en la madrugada cuando ella no podía dormir. Ella era la voz que sabía cuándo él no decía lo que sentía. Se volvieron compañeros de memoria, guardianes de una versión de sí mismos que solo vivía cuando estaban cerca.

Amigos, decían. Pero había algo más: un respeto profundo por lo que fueron, y una ternura imposible de fingir. No se miraban como antes, pero se miraban como nadie más. Y en ese espacio sin nombre, hallaron una nueva forma de quererse. Una que ya no dolía.




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