Edward dejó a Bella Swan para el final.
Y no porque pareciera una estrella de cine de los años cincuenta, con sus zapatos rosas y su peinado a lo Grace Kelly. Él era demasiado profesional como para basar las decisiones de su trabajo en sus apetencias personales. Además, sabía que las niñas ricas estaban fuera de su alcance.
No, Edward dejó a Bella esperando hasta pasado el mediodía debido a su célebre apellido. Tal vez ella pudiera darle acceso a información importante para el caso y quizá, si empezaba a inquietarse un poco, se le soltara la lengua.
Al pensarlo, sus sentidos sedientos de sexo se agitaron.
Edward observó el apartamento de Garrett Gallagher, intentando sobreponerse. Sus pensamientos, y también sus ojos, habían vagado hasta la voluptuosa mujer que llevaba toda la mañana sentada elegantemente en un sillón de cuero. Edward se obligó a repasar mentalmente la lista de comprobaciones del procedimiento policial para asegurarse de que todos los pasos del interrogatorio y del arresto se habían desarrollado conforme al reglamento.
Ese día, el compañero de Edward se había quedado en casa porque estaba enfermo, lo cual era raro en él, y por lo tanto Edward tenía que ser aún más meticuloso que de costumbre. No quería que Garrett se aferrara a alguna irregularidad técnica y diera al traste con su caso.
La del proveedor de telas de Charlie Swan sería la primera de una serie de detenciones que tendrían lugar en el distrito de la moda durante las siguientes semanas, si el caso de Edward avanzaba según lo previsto. Edward llevaba ocho meses reuniendo pruebas acerca de oscuras transacciones relacionadas con el mundo de la moda, y ahora obtendría la satisfacción de restaurar la justicia en su patio de atrás. No solo limpiaría considerablemente el décimo distrito, sino que además sería propuesto para un ascenso a detective de primer grado.
Otro delincuente entre rejas. Otra estrella metafórica en el pecho de Edward. Su abuelo estaría orgulloso de él.
En el apartamento solo quedaban dos agentes uniformados que recogían y etiquetaban pruebas para la investigación. A Garrett se lo habían llevado hacía casi una hora, y Edward acababa de despachar a la buscona de la bata.
No podía seguir posponiendo el interrogatorio de Bella.
Esta parecía más frágil en persona que en su foto de archivo. Tenía la mano tan aferrada al cinturón de la gabardina que se le marcaba el blanco de los nudillos. Era evidente que los acontecimientos de esa mañana la habían dejado paralizada de asombro.
Y no era de extrañar.
Unas horas antes, Bella estaba «prácticamente», comprometida con un industrial que parecía un anuncio de moda andante. Y, de repente, se encontraba con un novio que no solo la traicionaba, sino que además se enfrentaba a una pena de al menos tres años en prisión.
Pero era absurdo sentir lástima por ella. Edward sabía por experiencia cómo actuaban las mujeres de su mundo. Las muñequitas de las páginas de sociedad de Nueva York se desprendían rápidamente de una relación fallida. Al día siguiente, seguramente ya estaría disfrutando de un opulento almuerzo con sus ricas amiguitas, y eligiendo un nuevo candidato para su compromiso matrimonial.
En un momento de debilidad, Edward se había dejado engatusar por las perlas y los modales exquisitos.
Cerrando a cal y canto su libido para afrontar el siguiente asalto con aquellas medias rosas, se acercó al sillón orejero.
-Disculpe, señorita Swan.
Ella se sobresaltó al oír su voz. Se llevó una mano al pecho, como si quisiera aquietar su corazón. O quizá para ceñirse más aún la condenada gabardina al cuello. ¿Pero qué demonios llevaba debajo de la gabardina?
Como si quisiera contestar a su pregunta, la gabardina se le abrió ligeramente a la altura de los muslos, dejando ver dos centímetros más de medias y ni rastro de falda.
Por un instante, a Edward le pareció entrever el remate de la media. Su cuerpo se tensó inoportunamente, a pesar de que Bella se apresuró a cerrar los pliegues de la gabardina sobre su regazo. Maldición. ¿Pero cómo era de corta aquella falda?.
-¿Sí?. -Ella alzó la mirada con una expresión de cautelosa esperanza pintada en sus ojos marrones. -¿Puedo irme ya?.
-Me temo que no. Necesito hacerle unas cuantas preguntas acerca de su relación con Garrett Gallagher.
Cualquier información que pudiera darle acerca de los negocios de Gallagher o de los contactos de su padre en el hampa, le vendría bien, pensó Edward, sentándose en el sofá frente a ella.
-¿Está metido en un problema serio?. -Preguntó ella, frunciendo el ceño.
-Sí. Se enfrenta a cargos con penas de entre tres y diez años. Yo diría que tiene un problema serio, en efecto.
¿Le importaba de verdad, después de descubrir a su novio en una situación tan comprometedora?. Aquello intrigaba a Edward. Bella poseía cierto aire de inocencia, a pesar de la diminuta minifalda que debía de llevar debajo de la gabardina. Parecía demasiado refinada para relacionarse con un delincuente como Garrett. Pese a la reputación de gángster de su padre, estaba claro que había intentado proteger a su única hija.
Ella se frotó los brazos, como si tuviera frío.
-¿Qué es lo que ha hecho exactamente?
-Unas cuantas cosas. Ha estado ayudando a introducir drogas en Estados Unidos, utilizando su negocio textil como tapadera.
Intentó darle una explicación sencilla, pues no quería disuadirla de que cooperara. ¿Y si todavía le gustaba aquel tipo?.
Bella pareció sorprendida. Y asustada.
-No tenía ni idea. -Se mordió el labio inferior con sus dientes derechos y blanquísimos. -Parecía tan… culto. No parece un vulgar delincuente.
Edward se preguntó si conocería el alcance de los negocios de su padre. El viejo Swan tampoco parecía un vulgar delincuente y, sin embargo, se codeaba con la organización mafiosa más antigua y peligrosa de la ciudad.
-¿Es usted escaparatista, señorita Swan?.