Un Hombre cinco Estrellas

Creo que deberíamos averiguarlo

Edward se quedó en la puerta después de que Bella se marchara del apartamento de Garrett. La había visto alejarse hacia el ascensor con sus zapatos de Barbie, con paso tan firme como si hubiera llevado unas zapatillas de correr. Detrás de él, la habitación le pareció de pronto excesivamente silenciosa, menos animada que antes.

Maldición.

Había permitido que la voz jadeante y las medias de Bella lo distrajeran del interrogatorio, algo que no le había pasado nunca en sus casi diez años en el departamento de policía de Nueva York. Pero se había cubierto las espaldas pidiéndole que acudiera a la comisaría al día siguiente, sabiendo que en aquel ambiente podría concentrarse en el caso y no en las piernas de Bella.

Pero, aun así, confiaba en que llevara pantalones. Su teléfono móvil sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Edward se lo llevó al oído mientras recorría el apartamento de Gallagher una última vez.

-Cullen.

El hombre que había al otro lado de la línea no se molestó en saludar.

-Por la comisaría corre el rumor de que Bella Swan está mejor aún en persona que en fotografía.

Evidentemente, el compañero de Edward, Jasper Hall, ya había oído ciertos comentarios acerca del arresto de esa mañana.

-Eh, Hall. Si no fueras tan blandengue, podrías haberla visto con tus propios ojos.

-El doctor dice que dentro de unas horas ya no podré contagiárselo a nadie. ¿Quieres que vaya y repase las pruebas contigo?.

Jasper llevaba tres años más que Edward en el cuerpo, pero ambos habían formado equipo muchas veces desde que Edward pertenecía al departamento. Formaban una buena pareja de policía bueno~policía malo, y sus estilos a la hora de investigar se complementaban el uno al otro.

Pero a Edward no le había importado estar solo ese día. Jasper le habría dado el día si lo hubiera visto mirar a Bella boquiabierto.

-Está todo controlado. -Edward miró la colección de CDs de Garrett, buscando alguna prueba que hubiera pasado inadvertida en el registro de esa mañana. Quizá encontrara una evidencia definitiva: algún vínculo irrefutable entre Garrett y sus amigos los traficantes. -¿Por qué no te ves unos cuantos capítulos más de Starsky y Hutch, a ver si aprendes algo?.

-Lo único que estoy aprendiendo con Starsky y Hutch es que nos están estafando con el coche patrulla. Estoy pensando que tenemos que hablar con el inspector para que nos dé un coche más molón, uno que tenga un poquito más de potencia.

Al no encontrar nada en los CDs, Edward se acercó a la librería, otra zona que a menudo se dejaba de lado en los registros. Le pareció extraño que entre los libros no hubiera ni uno solo dedicado a la moda o a los tejidos.

-Pero si tú te echas a temblar en cuanto vamos a más de cincuenta. Mi abuelo siempre decía: «no muerdas más de lo que puedes masticar».

-Ahora que lo dices, Edward, tu abuelo debió de hablar como un sabio desde el momento que tú naciste. ¿Te has inventado a ese antepasado para poder soltar toda esa sarta de refranes y cuentecillos de vieja?.

-Mi abuelo te daría una patada en tu lindo trasero de urbanita si te oyera insinuar que es una vieja. -Sonrió al pensarlo. Su abuelo siempre había mirado con profundo recelo la ciudad de Nueva York, pero había aplaudido la decisión de Edward de hacerse policía en la Gran Manzana, pues estaba convencido de que no había otra ciudad en el mundo tan necesitada de un ás, -¿No te alivia que gracias a él yo siempre tenga algo que decir?.

Jasper lanzó un gruñido.

-Ahora ya sé a quién culpar de eso. Llámame, si encuentras algo más por ahí, ¿me oyes?. No quiero que eches a perder tu ascenso por no tenerme ahí para ayudarte.

-Vete a tomarte tus píldoras, viejo. Yo lo tengo todo controlado por aquí. -Edward cerró el teléfono antes de que Jasper pudiera protestar.

Conseguiría ese ascenso a detective de primer grado sin la ayuda de su compañero. Jasper había sido ascendido el año anterior, y Edward esperaba la revisión de su contrato para fines del mes de mayo. En primavera, una vez hubiera limpiado el distrito de la moda con una buena tanda de arrestos, su expediente estaría listo para un ascenso.

«Y de ese modo ascenderás hasta las estrellas». Otra perla de la sabiduría de su abuelo. Quizá un ascenso en el departamento de policía no era tan poético, pero Edward hacía lo que podía. Y su trabajo le encantaba.

Se acercó a los cojines del sofá, que a menudo eran una mina de trozos de notas o de algún documento inculpatorio de la clase que fuera. El sofá de Garrett desafortunadamente parecía beneficiarse con frecuencia de los cuidados de la asistenta.

Se acercó al sillón orejero que había al lado. Todavía quedaba en él un retazo del olor de Bella Swan: un olor fresco y sencillo que recordaba a la lluvia. Como una flor, en lugar de diez.

Bella era una conjunto de contradicciones. Su gabardina clásica y su fresca fragancia, su peinado de estrella de cine y sus medias rosas. Pero, por encima de todo, Bella seguía pareciéndole increíblemente atractiva.

Lástima que fuera una niña rica y que se mezclara con delincuentes. Por muy bien que oliera, Bella Swan ocupaba un lugar en su lista de «prohibido el paso».

Podría pasarse horas haciendo recuento de los encantos de la señorita Swan, pero tenía trabajo que hacer. Le ordenó a su nariz que ignorara el olor a fresia mientras alzaba el cojín de cuero gris. Una caja negra, rectangular, cayó al suelo.

-¿Qué demonios es…?.

-¿Cómo era posible que el equipo de la policía judicial no hubiera visto aquello? Edward se puso un par de guantes de látex y se agachó para recogerlo.

Al abrir la caja, se confirmaron sus sospechas de que dentro había una cinta de vídeo. Sobre ella había pegada una etiqueta en la que ponía a lápiz: Privado.

Edward guardó la prueba en una bolsa de plástico y observó la letra de la pegatina. Él no era un experto en grafología, pero notaba cierta resolución en el trazo de las líneas, como si quien la había escrito quisiera de verdad advertir que aquello era, en efecto, «privado».




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