Bella luchaba con la cerradura frente a la puerta de su apartamento. Su padre, que siempre se empeñaba en protegerla, había insistido en que instalara tres cerrojos diferentes en la puerta del piso que le servía al mismo tiempo de casa y de taller. Normalmente, a Bella no le importaba tardar un rato en abrir aquellos tres cerrojos, pero con el beso de Edward Cullen zumbando en sus venas, el llavero se le cayó de las manos dos veces antes de que la puerta se abriera desde dentro.
Su mejor amiga, Alice Brandon, estaba en la puerta, con su caniche castaño a los pies. Alice tenía su propio apartamento, pero se pasaba por el de Bella lo suficiente como para tener un armario del pasillo lleno de ropa suya. Sin duda, había ido a casa de Bella para que esta le contara qué efecto había surtido el arma secreta en Garrett. Con las piernas enfundadas en unas botas de cuero que le llegaban a la altura del muslo, una falda estampada de piel de serpiente, y un amplio jersey de angora negro, la pequeña morenita poseía un estilo descarado que a menudo enmascaraba el hecho de que era una de las editoras de moda más reputadas de Nueva York.
Ignorando los saltos y gemidos de su perrito, Alice frunció el ceño.
-A Jacob le va a dar un ataque de nervios con tanto ruido, querida. -Cogió a Bella del brazo con sus manos de impecable manicura y la obligó a entrar en el piso. -Vamos, entra. Tienes pinta de necesitar una copa.
-Bella asintió, aturdida. No sabía si se alegraba de ver a Alice o no. Durante el breve trayecto hasta su casa, se había convencido a sí misma de que lo mejor sería meterse en la cama y olvidarse de aquel día… y de aquel beso.
-Quiero agua. -Murmuró al ver que Alice se dirigía a la pequeña cocina, taconeando sobre el suelo de tarima mientras las pezuñas de Jacob resonaban a su lado.
Alice era la mejor amiga de Bella desde que compartieron habitación en el internado. Compartían el interés por la moda desde la época en que Bella había diseñado, para la muñeca Barbie de Alice, un pichi corto de licra a juego con una cinta para el pelo, en segundo curso.
Mientras Bella se dejaba caer en su sofá de cuero, Alice regresó con una taza de té caliente y dos galletas de jengibre en un plato. A pesar de que solo pasaba allí algunos ratos, Alice conocía mucho mejor la cocina del apartamento que la propia Bella.
-Cómete una galleta. Te sentirás mejor. No sabía qué hacer mientras te esperaba, así que me puse a hacer galletas.
-Fantástico. Justo lo ideal para añadir quilos a las caderas en un abrir y cerrar de ojos. Además su amiga había ignorado completamente su deseo de beber agua. Bueno, el té sabía mejor, de todos modos, y calmó sus nervios un poquito. Se sintió reconfortada. Hasta que cerró los ojos y vio de nuevo los de Edward, increíblemente verdes, grabados en sus párpados.
La taza y el platillo le temblaron en las manos. Apartando un muestrario de telas con el que había estado trabajando el día anterior, Bella dejó la taza sobre el enorme baúl que le servía de mesa.
-Gracias.
-Alice se sentó en una alta silla de director de cine, frente a ella, y Jacob se enroscó a sus pies.
-Me estoy muriendo de curiosidad. ¿Qué tal te fue?. -Miró a Bella de arriba abajo. -Y, por favor, dime que no fuiste forrada con toda esa lana a seducir a un hombre. ¿Verdad?.
-Bella soltó un bufido. -Desde luego que no.
-Alice saltó de la silla y se dejó caer en el sofá, junto a Bella. Su pelo corto negro como la noche y apuntando a todos lados ni se movió. Jacob corría en círculos, percibiendo la excitación que flotaba en el aire.
-Funcionó, ¿verdad?. Ya me parecía que estabas distinta. Los ojos te hacen chiribitas, o algo así.
-Bella dejó escapar otro gruñido al pensar en el dibujo fluorescente de la corbata de Edward Cullen.
-No me hacen chiribitas, de eso nada. Y, por suerte, el plan me estalló en la cara.
-Le contó brevemente a su amiga el espantoso día que había pasado desde el momento en que entró en el edificio de apartamentos de Garrett junto con un poli, hasta que se dio cuenta de que su arma secreta había desaparecido. Sin embargo, evitó mencionar el beso de Edward. La experiencia seguía siendo demasiado nueva, demasiado fresca como para que sintiera ganas de contarla.
-Así que, ¿Garrett ha resultado ser un mentiroso y un delincuente, y tú has perdido una cinta de vídeo con la que te pondrían chantajear, y todo en el mismo día?. -Alice frunció el ceño. -Pero, entonces, ¿por qué tienes esa mirada soñadora que veo en tus ojos, querida?. -Bella buscó qué decirle, sabiendo que parecía un pez boqueando sin emitir ningún sonido. -El poli estaba bueno, ¿a que sí?. -Alice le lanzó una sonrisa triunfal, cruzando los brazos sobre el jersey. -A que se quedó seco de tanto babear si te habías puesto algo sexy para seducir a Garrett. ¿Le enseñaste el liguero?.
-Claro que no. -Bella suspiró, dándose cuenta de que a Alice no podía ocultarle nada. -Llevaba solo la gabardina encima de la lencería que me puse para el vídeo, pero no le enseñé nada al detective.
-Venga, Bella. A un poli de Nueva York no hay quien le dé gato por liebre. Apuesto a que sabía exactamente lo que llevabas debajo de la gabardina y que lo pusiste a cien.
-¡Yo no lo puse a cien!.
-Alice se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas.
-Por favor, pero si todos los hombres se ponen a cien contigo hasta que averiguan quién es tu padre. -Señaló a Bella con una larguísima uña. -Pero eso es lo mejor del poli: ningún detective que se merezca su placa huiría de la hija de Charlie Swan solo por culpa de unos cuantos contactos con la mafia.
-Alice… . -Le advirtió Bella.
Alice sabía mejor que nadie cuánto la preocupaban a Bella los contactos de su padre con el hampa. Bella se había prometido a sí misma hablar con su padre sobre el asunto antes de que, en otoño, comenzara de nuevo la temporada de desfiles. Pero la idea de mantener una conversación seria con su padre hacía que el estómago se le encogiera, ya que poseía la capacidad de concentración de un niño de seis años y un nulo interés por cualquier cosa que no tuviera que ver con el estilo o la moda.