Un Hombre cinco Estrellas

¡Esa es mí cinta!

Bella recorrió el largo pasillo de la comisaría vestida con el que, después de cuatro intentos insatisfactorios, había considerado el vestido adecuado para la cita. Fuera hacía demasiado calor para ponerse la armadura completa que seguramente necesitaría para refrenarse al ver a Edward, de modo que al fin se había decidido por un recatado traje rosa , sobre el que llevaba la gabardina.

A su alrededor resonaba la barahúnda de la comisaría, que incluía teléfonos que sonaban sin parar, gritos y altercados entre policías y mujeres de cierta especie. Bella habría podido localizar a Edward en seguida, de no ser porque una docena de agentes le salieron al paso para asegurarse de que sabía adónde iba. Cuando al fin un sargento de pelo blanco se ofreció a llevarla ante Edward, Bella tenía ya la impresión de que en la comisaría número diez no se recibían a menudo visitantes ajenos al crimen.

Todos aquellos funcionarios eran ciertamente muy amables.

Bella asentía distraídamente mientras el sonriente sargento le decía algo. Estaba tan nerviosa que no prestaba atención al monólogo de aquel hombre acerca de la comisaría.

¿Qué más querría preguntarle Edward?. Esperaba que no siguiera haciéndole preguntas sobre sí misma. Ya había sido suficientemente humillante descubrir que su novio era un delincuente. No hacía falta que, además, un policía le preguntara si ella consumía drogas. ¿Qué pensaría de ella?.

Claro que, Edward Cullen no la habría besado si creyera que era una especie de delincuente. ¿No?. Bella procuró controlar sus nervios y armarse de valor mientras el sargento llamaba a la puerta que luego la entreabrió.

-Cullen, aquí hay una señorita que te está buscando. -Asintió y luego se volvió hacia Bella. -Está ahí dentro. Encantado de conocerla, señorita Swan.

-Bella le devolvió el cumplido y deseó que fuera una persona neutral y agradable, como el sargento, quien la interrogara, en vez de un detective guapísimo. Inclinó ligeramente la cabeza para darle las gracias al sargento y entró en la habitación.

Lo primero que pensó fue que estaban completamente solos. Cosa con la que, desde luego, no había contado. Luego pensó, al ver a su interrogador, que este parecía mirarla como un depredador, con aquellos ojos penetrantes y sagaces. Se estremeció y, para distraerse, miró a su alrededor.

El juego de sofás desvencijados dominaba el pequeño cuarto. Entre ellos la mesa baja, cubierta de periódicos, y sobre esta un cuadernillo de formularios en blanco. Las estanterías repletas de carpetas cubrían todas las paredes, salvo una, en la que había una ventana cuya persiana Edward estaba subiendo para dejar pasar la intensa luz de la mañana.

La luz alivió en parte el aire de intimidad que tenía aquel encuentro, pero también pareció incrementar el pudor de Bella, y agudizar la percepción que tenía de Edward, ahora que lo veía con absoluta claridad.

Llevaba una camiseta gris, con una estrella azul y plateada impresa sobre el pecho. Bajo el dibujo había un logotipo. Parecía ser, por su diseño, la camiseta de algún equipo deportivo, aunque las estrellas resultaban ser recurrentes en la ropa de Edward.

Aunque Alice dijera lo contrario, a ella no le hacían los ojos chiribitas al mirar a aquel hombre. Se sentía, tal vez, un poco sofocada debajo del corsé, pero desde luego no le hacían los ojos chiribitas.

Oh, Dios. ¿De veras se lo creía?.

-Buenos días. -Dijo Edward con una voz áspera que hizo que Bella se preguntara cómo sería oír esas palabras al otro lado de una almohada, en lugar de al otro lado de una destartalada habitación de comisaría.

-Hola.

-Bella se obligó a mirarlo a los ojos, a pesar de que la mirada de él parecía atravesarla. Contestaría a sus preguntas y luego se iría. El día anterior, había tenido aventuras suficientes para dos años, por lo menos. No le convenía que aquel semental de la estrella la hiciera descarriarse de su camino. Al fin y al cabo, cuando no estaba ocupada saliendo con criminales o haciendo escandalosos vídeos domésticos, tenía que dirigir un negocio que empezaba a despegar.

-¿Me das la gabardina?.

-La pregunta de Edward parecía completamente inocente, pero la sensual textura de su voz turbó ligeramente a Bella.

-No, gracias.

Hacía mucho calor en aquella habitación, pero, por motivos de seguridad, Bella prefirió no quitarse la gabardina. Si empezaba a quitarse prendas delante de aquel hombre, no sabría cuándo parar.

Como si adivinara sus pensamientos, Edward la recorrió con la mirada. El bajo de su sencillo vestido de crepé, que le llegaba a los tobillos, sobresalía por debajo de la gabardina abierta. Bella empezó a inquietarse al sentir su mirada.

-Siéntate. -Dijo él, señalando el sofá.

Edward revolvió un montón de cosas que había en cima de la mesa y luego apartó la televisión y el vídeo. Ambos se sentaron y se miraron, azorados, durante un instante. Bella se había prometido a sí misma que no pensaría en el beso mientras estuviera en su presencia, pero, de pronto, se sorprendió mirando fijamente sus labios. Su boca había sido todo un descubrimiento erótico para ella. Algo que no había experimentado hasta entonces.

Edward se aclaró la voz y tamborileó con los dedos sobre el cuadernillo.

-Solo quiero hacerte un par de preguntas, Bella, así que seré muy breve.

-Intentando concentrarse, ella se sentó muy derecha, deseando que aquello acabara cuanto antes. A fin de cuentas, tenía que retomar su vida.

-Cuando quieras.

;Él clavó sus ojos verdes en ella.

-¿Tenías una relación íntima con Garrett?.

Ella se levantó bruscamente del sofá, nerviosa y escandalizada.

-¿Qué clase de pregunta es esa?.

-Edward siguió sentado.

-Una pregunta profesional, Bella. Tengo mis razones para hacértela. Te las explicaré dentro de un momento. Pero, por ahora, ¿podrías contestar a mi pregunta, por favor?. -Dijo con voz fría y desapasionada. -Es importante que seas sincera conmigo al respecto.




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