El hombre reposaba cómodamente en aquel sillón de cuero. Sus pies estaban elevados y cruzados. La habitación poco iluminada por un par de lámparas se sentía acogedora.
—Y... ¿Has tenido nuevamente esos sueños con esa persona? —preguntó una mujer la cual se hallaba sentada en una silla al lado del hombre, apenas podían distinguirse sus piernas cruzadas, una libreta y el reflejo de sus lentes.
—No, de hecho la última vez fue hace tres meses, justo cuando vine a verla, Doctora —respondió él, relajado en el sillón, reclinado, con sus manos entrelazadas y los ojos cerrados.
—Muy bien. Hablemos de los recuerdos.
—Su rostro es difuso, pero mi corazón... —se detuvo llevándose la mano hasta el pecho.
—¿Aumento del ritmo cardíaco? —concluyó ella e hizo un apunte en la libreta.
—Así es.
La mujer se levantó un momento y acomodó el brazo del hombre el cual tenía una vía intravenosa. La colocó y luego se varias inyecciones en el suero, volvió a sentarse.
—Continúa.
—Aparte de los latidos, de vez en cuando tomo el celular pensando que he recibido un mensaje, eso suele ocurrir a partir de las 11 u 12 de la noche. Siento la leve necesidad de escribirle a alguien, pero no recuerdo a quién.
—Otra vez el vacío. ¿Seguiste la recomendación?
—Sí, de hecho es un labrador, lo adopté.
—Por qué esa raza?
Él levantó los hombros no sabiendo que responder.
—Bueno, prosigue con lo demás, cuéntame sobre la rutina que construiste.
—Suelo levantarme más temprano, a las 9 am, tomo los medicamentos con una diferencia de una hora, como usted dijo, inicio mi trabajo online desde las 10 am hasta las 4 de la tarde. Luego miro 15 minutos del tutorial y salgo al parque a pasear junto con Luna...
—¿Ese nombre le colocaste? No importa... muy bien, sigue —dijo, entes de hacer el movimiento de muñeca tachando una línea de la libreta.
—... Ok. Luego vuelvo a casa y tal vez juego o miro series, leo un libro, hasta dormirme a eso de la 1 am.
Ella acercó su mano hasta la garganta del hombre y mantuvo sus dedos midiendo su pulso y comenzó decirle más cosas.
—Debes ser lo más rápido posible en responder. Elige un mes y día específico.
—Agosto, 13.
—¿Por qué?
—Es mi cumpleaños.
—Has dibujado alguna vez?
—Sí.
—¿A quién?
—... No, no logro recordarlo, es extraño.
—¿Le has escrito algún poema a alguien?
—Yo —se quejaba un poco al tratar de responder claramente—... no, sí, o sea es inútil, Doctora. No estoy seguro si he hecho esas clase de cosas alguna vez.
—Relájate, son buenas noticias —dijo, retirando sus dedos—. Sigamos con algo realmente importante; tu familia, entorno de amistades y en general, el con las personas.
—No he ido más a la tumba de mi padre y mi madre vive con mi hermana, no suelo ir y tampoco les hablo seguido. Con mis amigos, menos, la última vez que hablé con uno fue solo para desearle feliz cumpleaños y solo fueron tres minutos. En general no hablo con nadie.
En nada mentía, tenía una vida muy solitaria aunque nunca triste. Simplemente se enfocaba en él mismo, entrenaba, comía bien, iba al cine o a cenar, siempre solo. Pero algo curioso era que ni siquiera los buenos días daba y le importaba poco si alguien necesitara ayuda.
La Doctora apuntaba en su libreta de manera constante y estaba preparada para darle nuevas órdenes.
—Gabriel, gracias a tu avance en el tratamiento, te reduciré la dosis de Olblitusina a 200 Mg, dado que hemos descuidado un poco lo de la familia y amigos. Además, la Amandum de 500 Mg, la vas a tomar cada tres días para aumentar la empatía.
—Está bien, como usted diga.
—Un par de preguntas más y terminamos por hoy. ¿Has conocido en estos meses a alguna mujer?
—No, como usted me recomendó, no estoy preparado para una relación aún.
—Correcto. Esta como siempre es la última prueba —sacó su celular y lo acercó a él, mostrándole algo—, ¿la reconoces?
Él tardó cinco segundos en responder y negó con su cabeza.
La mujer chasqueó sus dedos y se iluminó el lugar, era una oficina muy ordenada y reconfortante, digno de una psicóloga de alto prestigio. La Doctora, de silueta delgada y bastante hermosa, le quitó la intravenosa y él se levantó.
—Estos 17 meses no han sido fáciles pero estás muy cerca de lograrlo, has respondido muy bien al tratamiento, para ser un caso crónico a estas alturas ya estás casi curado. ¿Aún recuerdas como te sentías cuando llegaste a mi consultorio?
—Sí, aunque no entiendo por qué, solo puedo decir que me sentía como una mierda o tal vez un poco peor, ahogado, miserable, sin un rastro de dignidad en mí, enfermo, tenía terror de hacer algo de aquello que pasaba por mi mente que...
—No sigas, ya esas sensaciones son parte de un tiempo que jamás existió.
Gabriel sonrió aunque tenía levemente sus ojos irritados por aquellos sentimientos. Rápido pasó aquel instante y volvió su sonrisa. Estuvo delante del escritorio de la Doctora, para la receta e indicaciones nuevas.
Después ambos se despidieron y Gabriel salió a la calle. Era la una de la tarde, pero el cielo estaba nublado, la gente traía abrigos y él solo una camisa.
Caminó varias cuadras hasta la farmacia para comprar los medicamentos, hizo la fila, pagó y cuando salió ya caía la fuerte lluvia, miraba con un suspiro, tendría que esperar.
—Ni modo —Susurró.
Se fue a un asiento, no había nadie, las demás personas preferían esperar dentro. Una mujer pasó corriendo levemente por a su lado, pero no le prestó nada de atención, solo miraba la lluvia caer hasta que luego de varios minutos, la misma mujer salió y se acercó.
—¿Gabriel? —dijo, tocando su hombro.
Él volteó sin levantarse ni mostrar algún asombro.
—Sí, ese es mi nombre.
—¿Qué? ¡no puede ser! Estás aquí —dijo ella claramente sorprendida, se sentó en el asiento contiguo—, vaya apenas pude reconocerte cuando entré hace un momento, de verdad eres tú. ¿Por qué no me dijiste? Pudiste avisarme que estabas en la ciudad.
Gabriel solo la escuchaba. La chica era delgada y llevaba pantalones semi holgados, e igual que todos, un abrigo. Pero lo que él no podía distinguir era el rostro, sabía que tenía el cabello corto y un tatuaje en el cuello, de resto parecía difuminarse sus rasgos faciales. Aunque se estrujara los ojos y volteara a ver a otras personas para confirmar que no tenía problemas de vista y que solo le pasaba con aquella interlocutora, dirigió su mirada hacia la lluvia.