Un hombre salvaje

Capítulo 1

Greta cantaba en la cocina mientras Avery, la hermana menor de los tres herederos, aparecía para coger una manzana y morderla sin más.

—Lávate las manos, niña —exigió la cocinera al ver a la joven mujer llena de lodo, con un overol de granjero y con el olor a cerdo que invadía la casa entera—. Santo Señor, ve a darte una ducha y deja de ensuciar mi cocina.

—Toribio se puso rebelde con la revisión del veterinario y tuve que someterlo —dijo la joven y señaló su ropa—. Hacerlo me dio hambre y solo vine por esto —señaló la manzana—. Debo ir de nuevo a la porqueriza, todavía falta vacunar a unos cuantos, Azalea entre ellos, esa sí que va a dar batalla. Te veré en la comida, espero que hagas ese caldo de vísceras que tanto nos gusta. Hace frío.

Greta sonrió al verla caminar a la salida dejando la cocina llena de lodo. Suspiró y pensó que como esa chica no se regenerara, jamás se casaría.

Era ruda, mal hablada, con modales y vicios masculinos. Greta jamás la había visto usar un vestido o maquillarse.

Sus hermanos eran buenos, pero la trataban como un hombre más. Ahí en Upper River, Avery nunca aprendería a comportarse como una chica.

Movió la cabeza negando y suspiró. Solo entonces miró hacia la ventana y se sorprendió de ver a la mujer afuera. Esta miraba temerosa en la entrada, así que Greta corrió a la puerta de la cocina para llamarla y hacerla entrar.

—¡Válgame Dios, mujer! —exclamó al ver a su sobrina Olivia arribar en medio de la lluvia y con su pequeña Dorothy. Además, con ropa nada adecuada para el otoño de Green Rock y una bolsa de mandado—. ¿Qué haces aquí?

Al verla demacrada, delgada y vestida de negro, supo que algo no andaba bien, sobre todo al ver a la pequeña Dorothy usar un vestido negro también junto a unas mallas oscuras.

»¿Qué ha pasado? —continuó diciendo al verla guardar silencio—. ¿Cómo has traído a la niña hasta Green Rock en pleno otoño y con esa ropa? Aquí llueve mucho, siempre hace frío por las mañanas y las noches. Estamos en la montaña por si no lo has notado. Además, ya casi llega el invierno y la nieve cubre toda la zona, los caminos son peligrosos. ¿En qué pensabas, Olivia?

—No tengo a dónde ir —confesó su sobrina. La impotencia le embargó—. Reginal murió y ahora no tengo un hogar.

—¿Cómo es eso posible? ¡Era tu marido! —Greta increpó a Olivia. Nunca estuvo de acuerdo con que su cuñado, tras la muerte de su hermana, obligara a la pobre jovencita a desposar a un hombre que le llevaba más de treinta y cinco años, pero no pudo evitarlo y ahora no entendía nada.

—Sus hijos mayores, el del primer matrimonio, me echaron de la casa con Dorothy —confesó Olivia y soltó a llorar—. No me dejaron estar ni en el funeral.

—¿Pero por qué te has ido de casa? ¡Olivia! Eras su esposa, ¡la madre de su hija menor, por todos los cielos! —vociferó molesta y llevando sus manos a la cabeza en señal de frustración—. Debiste quedarte, ella tiene derecho a la herencia de su padre. Además, seguro que le dejó algo y esos buitres quieren quedársela.

—¡No le dejó nada! —gritó Olivia y miró a la niña, quien solo le observaba sentada en el piso. Se apresuró a calmarla—. Hasta el último día de su vida me recriminó por darle una hija con síndrome de Down. Me culpó y me fastidió por años. Nunca la quiso ni la reconoció en público como suya. Reginal sabía que sus hijos mayores la echarían y no le importó. Ojalá esté pudriéndose en el maldito infierno junto a mi padre.

Greta la observó y se acercó a abrazarla. Era apenas una jovencita de dieciocho años cuando tuvo que casarse y ahora tenía a la pequeña Dorothy, una niña de tres años a la que muchos despreciaban.

La tomó del brazo y la alejó de los oídos de la pequeña.

—¿No hay manera de apelar ese testamento? —cuestionó Greta con un aire preocupado—. Algo se podrá hacer.

—No lo sé, pero hui porque me echaron de casa sin más que lo que tengo puesto y amenazaron con matar a mi hija —añadió en voz baja—. Casi me atropellan y persiguieron a Amelia para reforzar su amenaza, la acosaron para que no me ayudara, pero ella encontró la manera y me dio dinero para los pasajes hasta aquí. Han pasado tres días desde entonces y todo lo que tengo es esta ropa y un par más que me dio Amelia. Ella ha hablado con su hermana y me recibirá en Canadá si puedo gestionar la documentación, pero no tengo dónde quedarme y necesito un trabajo urgente. En cualquier momento, mis hijastros, darán con mi paradero.

—¿Pero qué más quiere esa gente? Ya te echaron de tu casa y te despojaron de todo —refunfuñó la enfadada mujer mayor.

—Quieren asegurarse de que Dorothy no exista para poder reclamar nada en un futuro —contestó Olivia de forma fatídica—. Por favor, tía, ayúdame. Deja que me quede contigo y buscaré un trabajo. Te prometo que solo será un tiempo.

—Querida, yo no tengo una casa. He sido servidumbre de los Sayoni desde que pude hacerlo y vivo en una de las casas de inquilinos dentro de la misma finca —aseguró con semblante compungido—. Hagamos una cosa, ve al pueblo. Busca a Telma en la posada, es la única que hay, dile que vas de mi parte y quédate ahí. Yo hablaré con el patrón. Su padre murió hace un par de años y, aunque es un hombre duro, tiene un buen corazón. Además, Rita, mi ayudante, se casó hace un par de semanas y seguro contratarán a una nueva empleada.




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