Un Huracan En Isla De Cacia

Capítulo 4 : Volando hacia la aventura

 

HABÍA SIDO DIFÍCIL SABER SI James se había sentido herido por su decisión, reflexionó Casandra mientras se acurrucaba en el asiento del avión que la transportaba a miles de kilómetros de casa. James había escuchado con calma sus intentos erráticos de explicar sus sentimientos. Finalmente, él había dicho:

—Tienes toda la razón, Casandra. Es una oportunidad maravillosa que te ofreció tu tío. Siempre he sido fan de su trabajo. Por supuesto, que debes de saber lo que sientes antes de casarte. A veces se me olvida lo joven que eres, supongo que, a mi edad, las decisiones a tomar son un poco más claras. De todos modos, es solo para el verano, te extrañaré de no tenerte conmigo en Berlín, pero nos escribiremos, ¿eh? Y si me dices que un terrible pirata zarpó del Caribe y te robó el corazón, tendré que ir y traerte de vuelta a casa.

Casandra sonrió y estiró las piernas, entumecidas después de tantas horas empotrada en el sillón del avión.

—Señoras y señores, —la voz de la azafata salió por el altavoz. —Ajústense el cinturón de seguridad mientras comenzamos nuestro descenso en California. La temperatura es de veintidós grados y el clima es hermoso. Tanto el capitán como el resto de la tripulación, esperamos que hayan tenido un vuelo realmente agradable.

Casandra sonrió al escuchar el dulce acento sureño. Había pasado mucho, mucho tiempo desde que escuchó una voz como esa.

El morro del avión descendió hacia abajo haciendo experimentar esa peculiar sensación de hundimiento en el estómago y el pecho. Tragando para aliviar la presión en sus oídos, de repente se apoderó de ella una especie de miedo escénico ante la idea de conocer al famoso Vincent Winterbourne. Pariente de sangre o no, ¿le gustaría ella? ¿Le parecería una terrible burguesa comparada con todas las personas fascinantes que él debía conocer? ¿Podrían sus pinturas estar a la altura de sus expectativas?

El avión se deslizó hacia la pista del aeropuerto de California como un ave acuática que aterriza en una laguna. Ánimo, Casandra, es hora de caminar por ti misma.

                                                                            ***

No fue recibida por su tío, sino por una mujer de aspecto notable con pómulos altos de india y ojos oscuros e insondables, haciéndola sobresalir entre la multitud del aeropuerto y acercándose hacia ella le preguntó si su nombre era Casandra Winterbourne.

—Mi nombre es Casandra Winterbourne —balbuceó ella. —Sí. Sí.

—Soy Awinita  McCain. Soy el ama de llaves de tu tío, — Awinita extendió su mano en una cálida bienvenida.

Casandra lo tomó agradecida.

—¿Dónde está mi tío? ¿Está todo bien?

—Él no ha estado muy bien que digamos en los últimos días. Oh, no es nada grave. —la tranquilizó Awinita con una llamativa voz grave. —Tubo una recaída de malaria. Ya sabes, hace años y años cuando era joven, la cogió. Y bueno, cada cierto tiempo reaparece de nuevo. Está muy bien hoy, pero no debería conducir porque aun siente mareos. Estaba realmente enojado porque no podía venir a verte. Escucha, llama a un mozo para que te ayude con tu equipaje y me reuniré contigo en el jeep.

Antes de que Casandra supiera dónde estaba, Awinita había asegurado hábilmente sus pertenencias en la parte trasera del Jeep rojo descapotable de su tío, y la había sacado del bullicioso aeropuerto de Miami a un mundo completamente diferente. Las palmeras susurraban en los vientos alisios. Bandadas de pájaros marinos volaban sobre el agua increíblemente azul verdoso cuando el pequeño Jeep partió. La Autopista, veintidós puentes y calzadas unían isla tras isla a lo largo de cincuenta kilómetros entre el continente y el noroeste. Awinita nombró las islas al pasar sobre ellas—Largo, Matecumbe, Pinares, Cañaverales... Pero Casandra, aturdida por el asombro y el cansancio, sintió como si estuviera presenciando un espejismo. Nada del todo preparada para esto. Ninguna de las postales, portadas de revistas o carteles de viajes captó la deslumbrante extensión de pequeñas islas que se derramaban en el mar: el Golfo de México al norte, el Estrecho de California directamente al sur.

—Probablemente esta sea la última vez que veas un automóvil en mucho tiempo —estaba diciendo Awinita—.En la isla de Cacia no hay automóviles, ¿sabes? Es tan pequeña que no necesitamos un coche y, además, tampoco hay carreteras de verdad. solo playas y senderos. —Hizo una pausa, luego se rió entre dientes. —¿Pero para qué te explico todo esto? Vincent me dijo que naciste aquí en Cacia.

—Así es, pero recuerdo tan poco de mi infancia, aquí.

—¿Todo esto es nuevo para ti, entonces?

Casandra vaciló.

—Bueno, a veces me parece recordar cosas, pero lo recuerdo vagamente. Recuerdo el océano. Tengo una impresión de la cara de mi padre.

—¿Qué otra cosa?

Casandra sonrió. Awinita era una buena oyente y ella, ara vez se abría a extraños tan rápido.

—Vale, ya me acuerdo... naranjos. Solía recoger naranjas del árbol y comerlas.

—Hay una arboleda al lado de la casa.

—Los caminos estaban pavimentados con conchas de ostras...

—¡Ves, te acuerdas!

—Recuerdo…mi padre dándome una gran fiesta de cumpleaños cuando tenía cinco o seis años. —Casandra comenzaba a recordar ese día. —Montó una carpa en la playa y hubo helado y globos. Me sentía muy importante... muchos niños me traían regalos... Luego, un niño horrible, nunca lo olvidaré; parecía un gitano: traía una caja grande y elegante que contenía una lagartija. El bicho saltó hacia mí y grité maldito asesino. El niño cayó de rodillas en la arena, riéndose de mí. Fué humillante. Entonces otro niño vino a mi rescate.

Su nombre era Louis Milton. Hubo una gran pelea… Todas las madres estaban molestas.

—Thomas Louis Milton.

—¿Quién?

—El niño que salio a tu rescate. El es dueño de la empresa familiar en la isla. Lo heredó de su abuelo, Tom Milton, hace unos años. Los Milton son gente rica de una antigua familia de Carolina del Sur. Tom Milton tuvo una carrera como diplomático y vivió en todas partes, pero la isla Fiddler fue su refugio. La hija de Tom, Hilary, tuvo tres hijos con un australiano llamado Dexter. Thomas Louis Milton, es el más joven, dirige una empresa de importación y exportación en Santa Bárbara. Usa la casa de la isla de vez en cuando, así que lo conocerás.




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