Me acerqué a la puerta, y antes de que pudiera tocar, esta se abrió.
Ahí estaba él, recargado contra el marco con una sonrisa pícara en los labios.
-Te vi desde el balcón de mi cuarto -anunció, su tono cargado de diversión.
Sonreí un poco.
-¿Esperándome? -bromeé.
Kall se alejó de la puerta con un puchero fingido, dejando que pasara.
-Me has tenido abandonado toda la semana... -se quejó, observándome con atención.
Reí bajo.
-He estado ocupado.
-No me interesa tu excusa. Solo quiero mi compensación.
Su voz sonó casi ronroneante.
Me incliné, acercándome lo suficiente para que nuestros alientos se mezclaran.
-¿Eso quieres?
-Eso exijo.
Y entonces, lo besé.
Su boca se abrió de inmediato bajo la mía, su lengua encontrando la mía con desesperación. No había ternura en el beso, solo hambre, solo lujuria, solo un deseo crudo que ardía como fuego en la piel.
Kall suspiró en mi boca cuando mis manos bajaron por su cintura, atrapándolo contra mí.
-No puedo creer que me hayas tenido esperando cinco putos días... -se quejó contra mis labios.
Reí bajo.
-¿Necesitado?
Su mano descendió hasta mi entrepierna, presionando con firmeza sobre la tela de mi pantalón.
-No. Pero solo tú me das lo que en realidad me enloquece.
Y entonces, el deseo se volvió tangible.
Mis manos se movieron con prisa, desabrochando su camisa, deslizando la tela por sus hombros hasta que cayó al suelo en un descuido.
Kall no tardó en devolverme el favor.
Mi chaqueta y mi camiseta terminaron en el suelo en cuestión de segundos, dejándome con el pecho desnudo frente a él.
Sus dedos trazaron mi abdomen, descendiendo con lentitud hasta mi cinturón.
-Me da lástima que pronto acabarán estos encuentros, mocoso... -murmuró con burla.
Mi expresión se endureció.
-No me tientes. No he tenido un buen día...
Atrapé su muñeca y la llevé a mi boca, mordiendo la piel con firmeza.
Kall se rió.
-Me tientas tú, mocoso.
Y volvió a besarme, con más desesperación que antes.
Su lengua se enredó con la mía, sus manos recorrieron mi cuerpo con una urgencia frenética. Mi erección se hizo dolorosamente evidente dentro de mi pantalón, pero Kall no tardó en liberarme de la prenda, deslizando el pantalón por mis caderas hasta que cayó al suelo.
Se enroscó en mis caderas, presionando nuestros miembros juntos, su erección chocando contra mi abdomen.
Lo sujeté con fuerza del trasero y lo llevé hasta el sofá, sentándome y acomodándolo sobre mí sin dejar de besarnos.
Cuando nos separamos, solo un delgado hilo de saliva unía nuestras bocas.
Kall se deslizó de mi regazo y tanteó el borde de mi bóxer.
Me levanté un poco, dándole acceso, y él se deshizo de la última prenda que me quedaba.
Ahí fue cuando empezó lo bueno.
Lo malo...
Es que, durante todo el sexo, mi mente me traicionó.
Cada maldito segundo, cada maldito toque, cada maldita caricia...
Veía a Anghelo en su lugar.
Veía su cabello oscuro, veía sus labios entreabiertos, veía su piel temblar bajo mis manos.
Y eso me jodía tanto...
Que terminé siendo más brusco de lo normal.
Más salvaje.
Más rudo.
Como si pudiera arrancarlo de mi cabeza a golpes.
Como si pudiera borrar su nombre de mi lengua con besos.
Como si pudiera arrancarlo de mi corazón con las uñas.
Pero no podía.
Porque por más fuerte que lo follara...
Por más fuerte que él gritara...
Por más fuerte que intentara olvidarlo...
El maldito rostro de Anghelo seguía ahí.
(...)
-Mierda... pensé que bromeabas. -Kall gruñó desde el sofá, su voz sonaba a queja, pero en su mirada había algo entre fastidio y satisfacción.
Me observaba con el ceño fruncido, su pecho aún subía y bajaba con pesadez, y tenía una de sus manos en la cadera, masajeando suavemente su piel en un intento de calmar la incomodidad que le había dejado nuestro último encuentro.
-Te lo advertí. -Me encogí de hombros con indiferencia mientras abrochaba los botones de mi camisa.
Ya era de noche, la casa estaba en penumbras y la única luz provenía de una lámpara junto a la mesa del centro. El ambiente aún olía a sexo, a sudor y a deseo consumado. Me sentía exhausto, pero no lo suficiente como para dormir tranquilo.
No, eso nunca pasaba.
Kall dejó escapar un resoplido, acomodándose un poco mejor en el sofá, aunque el gesto le sacó una mueca de dolor.
-Maldito mocoso... En una de estas me vas a romper.
Su queja me hizo soltar una leve risa sin ganas mientras me inclinaba para buscar mi otro zapato.
-Dime que ya no venga y problema resuelto. -Dije sin mirarlo, revolviendo con la mano bajo el sofá.
Él bufó con dramatismo.
-¿Y perderme de tu buen sexo? Ni loco.
Rodé los ojos y me acerqué a él, inclinándome para besarlo. Su boca estaba caliente, sus labios hinchados, y aunque trató de tomar el control del beso, fui yo quien jaló con fuerza su labio inferior, mordiéndolo de manera brusca antes de separarme.
-Entonces no te quejes, viejo.
-Lárgate antes de que te pida una cuarta ronda y no camine en una semana.
Solté una carcajada, alzando una ceja mientras terminaba de colocarme el zapato.
-Cuando te pongas bien, me avisas por mensaje. -Murmuré, más para mí que para él-. Deberíamos dejar de hacer que nuestros encuentros sean solo sexo... No sé, salir a tomar un puto café o un helado antes. Y ya después, el sexo.
Kall soltó una risa baja, cansada.
-Te juro que empezaba a pensar lo mismo, pero la idea de reducir el tiempo de lo bueno por esas cosas banales me desalentaba.
Me encogí de hombros, ajustando el cuello de mi camisa.
-No me gusta darme cuenta de que solo te estoy usando, viejo. A veces ni llegamos al cuarto... Por no decir siempre. Y eso no soy yo.
#950 en Fantasía
#247 en Joven Adulto
mejores amigos amor complicado, mitos leyendas y profecias, lobos yin yan
Editado: 25.04.2025