Un Inesperado Mate

08 - Anghelo Rachman

Salí del edificio con el corazón latiendo desbocado y una presión insoportable en el pecho. Apenas llegué al estacionamiento, me metí en el auto y golpeé el volante con fuerza.

El aire se sentía pesado, como si cada respiración quemara. Mis manos temblaban.

-¡Maldita sea! -grité, y un nuevo golpe sacudió el volante.

Las lágrimas que había estado reteniendo finalmente rompieron su barrera y rodaron por mis mejillas. Todo me dolía, pero no físicamente. Era un dolor profundo, desgarrador. Uno que se aferraba a mis entrañas y no me dejaba respirar.

Encendí el auto, sin saber muy bien hacia dónde iba, pero con una sola idea en la cabeza: necesitaba olvidar.

El mundo a mi alrededor se difuminaba mientras manejaba sin rumbo. La ciudad pasaba como una sombra borrosa, luces y siluetas que no tenían importancia. Solo existía el vacío que se expandía en mi pecho.

Pensé en Galilea, en su sonrisa, en cómo solía mirarme. Maldita sea, ¿en qué momento me volví tan ciego? Había dado todo por ella. Todo. Mi tiempo, mis pensamientos, mi esfuerzo... y al final, me quedó esto: un dolor que me arrancaba la piel por dentro.

Las lágrimas no paraban. Mis nudillos estaban blancos de tanto apretar el volante.

Me detuve bruscamente frente a un bar. Bajé del auto y limpié mis ojos con la manga de la chaqueta. No quería que nadie viera lo destrozado que estaba.

Azoté la puerta del auto y caminé con pasos tambaleantes hacia la entrada.

El bar estaba medio lleno, el ambiente era una mezcla de humo, alcohol y murmullos ahogados en música baja. Me dejé caer en un taburete frente a la barra.

-Lo más fuerte que tengas -murmuré, y el cantinero asintió sin hacer preguntas.

El primer trago ardió al bajar por mi garganta, pero no fue suficiente. Seguí bebiendo, vaso tras vaso, botella tras botella. El tiempo dejó de importar. Podrían haber pasado minutos o quizás horas.

En algún momento, mi cuerpo se sintió más ligero, pero mi mente seguía cargada de la misma mierda.

Saqué el teléfono con dedos torpes y abrí el chat de Nail.

Él era el único que me quedaba. El único que realmente se preocupaba por mí. Y yo... yo lo había dejado de lado por Galilea. Él siempre estuvo ahí, aun cuando yo lo ignoraba. Aun cuando le di la espalda. Y, como un idiota, me di cuenta demasiado tarde.


Ayúdame.
(10:12 p. m.)

La respuesta fue inmediata. Como siempre.

Nail
¿Qué mierda pasó, Anghelo?
(10:12 p. m.)

Nail
¿Dónde estás?
(10:12 p. m.)

Nail
¿Y Galilea?
(10:12 p. m.)

Apreté la mandíbula. El nombre de ella hacía que mi estómago se revolviera. ¿Qué importaba dónde estaba Galilea? Ella no estaba aquí. No estaba conmigo. Nunca estuvo.

Intenté responder, pero la pantalla se movía frente a mis ojos. Mis dedos fallaban al teclear.


mw wngañi
(10:13 p. m.)

Nail
¿Qué mierda?
(10:13 p. m.)

Nail
No te entiendo nada.
(10:13 p. m.)

Nail
Estás borracho.
(10:14 p. m.)

Nail
Te llamaré, dale tu teléfono a alguien para que me diga dónde estás. Ahora mismo voy por ti.
(10:14 p. m.)

El teléfono vibró en mi mano con la llamada entrante.

Parpadeé, aturdido, y levanté la vista. El cantinero seguía allí, limpiando un vaso con calma.

-Oye, tú... -llamé con la voz arrastrada.

Se acercó con una expresión neutra.

-¿Otra? -preguntó.

Negué con la cabeza y extendí el teléfono.

-Dile al de la llamada dónde estoy.

Lo tomó sin decir nada y habló con Nail unos segundos antes de devolvérmelo.

-Dice que no te muevas, que solo se viste y viene por ti. Que él pagará la cuenta.

Un nudo se formó en mi garganta. Ni siquiera tenía que pedírselo. No dudó ni un segundo en venir.

Me pasé una mano por la cara y me reí sin ganas.

-Soy un mal mejor amigo... -murmuré, la culpa pesando en mi pecho-. Soy una mierda...

El cantinero me miró con seriedad.

-Déjate de estupideces, chico. Si fueras un mal amigo, ese muchacho no me habría amenazado de muerte si te pasaba algo en estos dos minutos que tarda en llegar. Te tiene demasiado aprecio. No sé qué te haya ocurrido, pero te puedo asegurar que no eres un mal amigo.

Las palabras hicieron un nudo en mi pecho. No podía responder. Solo asentí y apoyé la cabeza en la barra. Todo me daba vueltas.

Pero, por primera vez en toda la noche, supe que no estaba completamente solo.




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