Un jeque para Emma

Capítulo 7

VII. Compañías.

EMMA SLATER.

Finanzas.
Leyes.
Códigos.

 

Sofoco un gruñido.
Mi cabeza está a punto de explotar.
Y mi trasero no se diga.
La biblioteca de la universidad se ha vuelto mi segunda casa estos días.

 

Este año está por terminar, y con ello mi carrera, la elaboración de un propuesta de innovación empresarial me tiene con la cabeza metida entre libros.

 

El proyecto final.

 

Mis primeras dos semanas no han salido tan mal.
O eso pienso yo.

 

¿Saben que ojos grises está en casi todas mis clases?
Ahora sí lo saben.

 

Nunca he tenido problemas de concentración estando con hombres cerca, es más, con sus actitudes arrogantes lograba más concentración y así les pateaba su trasero.

 

Yo así soy.
<<Y ni una apariencia física me va a cambiar.>>

 

Pero ahora con él a unos pasos, no puedo pensar en otra cosa.
Mi razonamiento se ha perdido.
En ocasiones sin poder evitarlo, dirijo miradas furtivas hacia donde se encuentra.

 

Varias veces lo he pillado mirándome, por lo cual desvío mi mirada, tratando de que mis mejillas no se calienten.
Desde que el profesor Bard nos intento dar una presentación, no hemos dirijido ni una sola palabra.

 

Siento que no son necesarias.

 

Aunque siento la necesidad de hablarle.

 

Pero no lo hago.
Talvez por que me da temor mostrarme nerviosa o por que soy cobarde.
O por aquellas reglas que Mila amablemente me sigue recordando, pero sin darme mayores detalles.

 

Reglas estúpidas.

 

Sé que Dubái es un poco más libertino con sus reglamentos en general, a comparación de otras regiones, donde la miradas, los gestos y las palabras están sumamente prohibidas entre occidentales y las personas de la región.
Más que todo, las mujeres.

 

Respeto todo de ellos.
Es más, he visto de primero mano muchas de sus costumbres.

 

¡Muy!, muy de cerca.

 

¡Dios!, Y así es como me vuelvo a desconcentrar otra vez.

Una y otra vez.

 

Esto no debería estar pasando.
Tengo una metas que cumplir, y una misión que debo lograr a toda costa.

Cosas que no puedo arriesgar.

 

No debo, ni puedo estar pensando en un chico, que talvez solo tiene curiosidad por una chica nueva, o simplemente me mira por mera coincidencia.

 

¡Aish!.

Las líneas del libro ya no están teniendo sentido en mi cabeza.
Suspiró agotada.

 

De repente un vaso se coloca enfrente de mi. 
Levanto mi mirada, para encontrarme con un chico de cabellera rubia, sus ojos cafés me observan.

 

Abraham Sabbagh.

 

Con él, nunca hemos dirigido palabra, más allá de una sonrisa como saludo.

 

Me sorprende de sobremanera el acto, y quizá se refleja en mis gestos por que sonríe.

 

—Hola. ¿Puedo sentarme?. —pregunta. Su voz es muy ronca y un tanto somnolienta.

 

—Claro, toma asiento.

 

Mira la apilada fila de libros a mi costado. —¿Trabajo duro?.

 

—Más o menos.

 

Coloca sus pertenencias a su costado.
Voltea a ver el café que está en el centro de la mesa.

 

—¡Ah!, Te traje un café, estaba trabajando por allá. —me señala una mesa al fondo— Y te vi bastante sofocada. —se encoge de hombros— Quise ser como un rescatista al traerte un café.

 

—¿Rescatista?.

 

Se ríe un poco. —Te ves como si estuvieras a punto de caer dormida.

 

No puedo evitar reírme. —Creo que me caerá bien. —levanto el vaso— Gracias.

 

Levanta su vaso y lo hace chocar. —de nada. —tomamos un sorbo.

 

—Por cierto, soy Abraham. —se presenta— aunque creo que eso lo sabes.

 

—Puede que si. —hago un gesto pensativo— Puede que no.

 

Me sonríe, y al hacerlo le devuelvo el gesto.
No sé por qué decido mirar más allá de su hombro, al hacerlo noto la mirada de todos puesta en esta mesa.

Ni siquiera disimulan para mirar y susurrar.

 

Las reglas estúpida.
Mantente alejada.

 

<<Llamar la atención es lo primero que debes evitar.>>

 

Sin poder evitarlo me tenso, y al parecer él nota mis gestos, por que se gira para mirar y ahí como si fuera un click, todos vuelven la mirada a sus libros en segundos.

 

Aclaro mi garganta. —Ehhh... Creo que tenemos expectadores. —comento. Mi mente se ilumina.— ¿Puedo hacerte una pregunta?.

 

—Ya la hicistes. —comenta divertido. Yo levanto una ceja. —Era una broma, haz la pregunta. —me incentiva.

 

Tengo que salir de las dudas.

 

—¿Qué tan ciertas son las —hago comillas con mis dedos— Reglas?.

 

Él pestañea y estalla en una estruendosa carcajada, todo el mundo gira para mirarlo, pero el simplemente se ríe como si le hubiera contado el mejor chiste.

 

¿En serio?.

 

Se calma un poco. —¿En serio me preguntas eso?. —vuelve a su postura normal— ¡Alá! No me reía de ese modo en tanto tiempo. —susurra pero logró escucharlo. Frunzo mi ceño. Me mira con gesto divertido— Pensé que eras más astuta para creer en esas idioteces. Las apariencias engañan.

 

<<Las apariencias engañan.>>
No puedo estar más de acuerdo.

 

Trago el nudo de mi garganta y suelto un bufido. —Simple curiosidad. Que pregunte no quiere decir que lo crea. —tomo un sorbo del café—  Además, si lo creyera no estuviera platicando contigo.

 

—Cierto. —me responde— Esas reglas son muy estúpidas, me alegra que no las creas. Y si piensas que nosotros las creamos, déjame decirte que no. —mira sobre su hombro.




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