Un jeque para Emma

Capítulo 33

XXXIII. Madre.

ABRAHAM SABBAGH.

—Abre la puerta Abraham. —dice Leylak golpeando mi pierna.

Ruedo los ojos al levantarme, es muy raro que el personal del servicio no habrá, quizá están en sus tareas por ser muy de mañana.

La puerta principal queda muy cerca de la sala donde recibimos visitas improvisadas.
Arreglo mi aspecto desaliñado en el espejo, no solemos recibir visitas a esta hora, y si es así, la seguridad nos avisa con antelación.

Veo la hora de mi relog y abro la puerta para saludar, pero mi mandíbula cae al suelo al ver a la persona mirándome fijamente con ese aspecto familiar que mi genética también posee.

Ella está muerta.
Hace años recibimos la noticias de que mi madre había muerto en un accidente, donde su cuerpo había sido identificado entre los escombros.

Mi madre.
Emilia Sabbagh.

Ninguno de los dos dice una palabra, mi mano se cierra con fuerza sobre el frio pomo.
Una combinación de sentimientos me invade de manera contradictoria.
Felicidad.
Esperanza.
Tristeza.
Engaño.
Decepción.

No sé qué decir o pensar en este momento, las palabras no parecen formarse en mis labios.

—¿Quién es Abraham?. —pregunta Leylak a mi espalda, no dejo de ver a la reencarnación de madre, y me muevo un poco para Leylak pueda ver.

Escucho el jadeo proveniente a mi espalda, y luego una taza hacerse añicos en el suelo.
Es un momento estoico, ya que es como si el tiempo se hubiera detenido y la burbuja estuviera paralizada.

—Abraham... —murmura con los ojos vidriosos, posiblemente a punto de llorar.

Niego. —Tu estabas muerta...

—Mi cielo yo...
Hay muchos agentes detrás de ella, todos con chalecos y armas cargadas en sus pechos.

—¿Que es todo esto?. —intento formar un tono duro, no puedo similar el hecho que a estado viva, y nos a hecho sufrir de maneras interminables.

Carraspea. —Necesito hablar con ustedes.

—Y estos últimos años ¿Por qué no te atreviste a hablar?.

—No podía... —murmura—. Se que les debo una gran explicación y lo haré, pero necesito que todos estén presentes.

—Tia Emilia. —dice Leylak saliendo del shock—. ¡Tía Emilia!.

—¿Que es todo este alboroto?. —dice la abuela—. ¡Oh por Dios!... —jadea.

—Necesitamos pasar. —dice un hombre a sus espaldas—. No es seguro que alguien la vea.

—¿Que alguien la vea?. —indago, mi madre solo frunce los labios sin hablar.

—Dejalos pasar cariño. —ordena la abuela, y siguiendo su orden me hago a un lado para que ella pase.

Su mirada vacila al entrar, pero la nostalgia se nota en sus gestos cuando entra custodiada por el agente que hablo.

Sus pasos son lentos mientras observa todo a su alrededor de una manera inquisitiva y nostalgia.
¿Que estará pasando?.

¿Quién es él?. —dice la abuela directamente.

—Max Colton. —responde el mencionado respondiendo la pregunta de mi abuela—. Sargento y agente de las fuerzas especiales. Ahora soy el jefe del caso contra las rosas.

Mi abuela empalidece al escucharlo. —¿Que es eso de las rosas?. —se adelanta Leylak a preguntar.

—Es mejor que esperemos a tu abuelo, a Mohamed y Malik. —mi abuela salta antes de que el agente brinde una respuesta.

—¿Por qué?.

—Es mejor hijo. —responde mi madre en un hilo de voz, Leylak se levanta y coloca a mi lado, en un gesto de darme fuerza.

Leylak sabe más que nadie que sufrí por su muerte, muchos pensaran que por ser hombre no sentí el dolor de perder a la persona que te dió la luz, por qué has sido criado para dominar y nos mostar emociones.
Se equivocan.
Era un adolescente cuando una tarde nos informaron del accidente donde mi madre había sido identificada como muerta.
Mi padre mostró sus lágrimas frente a nosotros, nos mostró que un hombre llora por el amor de una mujer, más al saber que no pudo evitarlo.

Mi padre meses después empezó una búsqueda junto a mi tío, nunca supe con certeza sus resultados, pero a los pocos meses recibí una noticia que me callo como agua fría.
Mi padre se volvería a casar.
Desde el primer momento odie a Rebecca, por el simple hecho de querer llegar y tomar el puesto de mi madre.

Dejé de hablarle a mi padre por varios meses, pero unas constantes pesadillas se hicieron presentes, y con desesperación me llevaron a hablarle a mi padre y mostrarle cuanto lo quería y lo admiraba.

Y de un día para otro mis pesadillas se hicieron realidad.
Mi padre había fallecido.
Y a las personas que lo hicieron no les bastó arrollarlo, sino que, balearlo de muerte.

Esa fue la segunda noticia que no marco y nos alejo por muchos meses. No quería hablar con nadie, por qué me sentía solo, y en mi mente no se cruzaba la idea de que mis abuelos habían perdido a su hijo, mi tío a su hermano, y así sucesivamente...

Nunca mostraron el cuerpo de mi padre, por decisión de mi abuelo fue cremado, no entendí cuáles fueron sus razones, pero nadie contradijo su orden y sus restos reposan en una de las salas en su honor.

—Hola familia. —exclama una voz ingresando a la sala.
Rebecca entra con lo que parecen ser compras y su hija la sigue enfundada en sus lentes—. ¿Tenemos visita?.

Mi madre se encuentra de espaldas, ella respira profundamente y con una tranquilidad inexplicable se levanta.

—Rebecca Giesler. —dice al darse la vuelta—. La perra que engaño a mi marido. Quisiera decir que es un placer conocerte, pero sería una vil mentira.

—Tu... —exclama la mencionada palideciendo.

—Yo... Emilia Sabbagh. —dice pasando junto al agente y acercándose a Rebecca.

Brionne sin saber nada de lo que pasa abre su boca. —¿Señora Emilia?.

Mi madre se acerca de lo más tranquila, y cuando se sitúa frente a ella, deja ir la primera cachetada a palma abierta.
El sonido en seco resuena en la habitación, y mi madre la agarra por los cabellos tirandola al suelo.
Brionne grita por ayuda, me levanto rápidamente para querer interceder, pero el agente le habla.




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