Un kilo de amor ¡por favor!

Capítulo 4

Connie 

 

Mi día había iniciado con el pie izquierdo, no podía creer que tuviera tanta mala suerte, mí jefe era el mismo cavernícola que arruinó mi vida días atrás, aunque pensando bien, la soga al cuello me la puse sola al atrasarme con las cuotas del préstamo hipotecario.

Llegué a casa y pase directo a la pastelería, allí se encontraba Elsa haciendo las cuentas.

—¡Hola! —la saludo al entrar y llamó su atención.

—¡Connie! ¿Cómo te fue? Ven siéntate y cuéntame —me dice muy emocionada, acercó una silla y me acomodo al frente suyo.

—¡Fue una pesadilla! ¿Y a qué no adivinas quien es mí jefe? —ella dejó la pluma y me observó sin entender.

—¿Quién? —consulto curiosa.

—No vas a creerlo, pero antes debo comer un dulce o hablar de él me va a hacer dar algo —fui hasta la vitrina dulce y saque brownies, luego serví dos tazas de chocolate caliente, ya que aquí no solos ofrecimos delicias dulces, también café, té y chocolate. Volví a la mesa con la bandeja

—No des más vueltas Connie y habla, no ves que estoy ansiosa —me reí de lo que Elsa dijo, ella era muy curiosa.

—¡Está bien! Mí nuevo jefe es el mismo dueño del estudio jurídico —le conté mientras probaba un bocado de brownie.

—¡No! Es broma ¿Verdad? —me respondió riendo.

—¿Por qué te ríes? Sabes lo feo que se siente encontrar a ese sexi cavernícola otra vez... —dije casi compungida.

—Escuchándote parece que no fue tan malo encontrarlo, diría que fue todo lo contrario ¿Cierto? —blanqueo mis ojos, pero era verdad, ese hombre tenía algo que no sabría describir, pero todo se iba por un caño cuando sacaba la bestia que tenía dentro.

—¿Qué? Tampoco soy masoquista, prefiero morir sola que sentir algo por ese hombre.

—¡Yo no hablo de amor! Más bien de atracción, dime su nombre así lo googleo —me consulta y lo pienso un minuto.

—Es un Conde, no sabía que en estos tiempos existían.

—A lo mejor es herencia, pero dime su nombre...

—Lorenzo Heraldrys, el conde de hielo —me gustó el apodo que le puse y así quedará. Elsa tecleó en su celular y comenzó a reírse.

—¡Oh por dios! Eres la mujer con más suerte en el universo —exclamó con exageración.

—Tampoco seas tan extremista —mentí descaradamente, tenía que ser ciega para no darme cuenta de su belleza.

—Acaso no lo viste, yo creo que a más de una se le bajan las bragas cuando lo ven —esta mujer me estaba fastidiando con tantos halagos hacia el Conde de hielo.

—El punto no es su belleza, su carácter de cavernícola que te hace querer estamparle un pastel a ver si así se endulza un poco.

—Entonces qué vas a hacer, puedes hablar a la agencia y pedir que te cambien el empleo.

—¡Eso jamás! Además, hacer eso sería como darle con el gusto y amiga ese hombre no sabe que seré su piedra en el zapato.

—¿Y por qué te quejas tanto? —abrí mis ojos de más al oír lo que dijo.

—Sabes que creo que tú y el conde de hielo se pusieron de acuerdo para hacerme la guerra —me levanté ofuscada, pero lo hacía para hacer enojar a Elsa.

—Solo digo que no te quejes tanto si no te importa —deje de escucharla cuando pase la puerta de la cocina, busque el itinerario del día y comencé a preparar los ingredientes para realizar unos pedidos que tenía encargado.

Al terminar de preparar las masas de profiteroles las coloque en el horno, puse el cronómetro y mientras se hacían terminaba de hacer la crema chiboust, guarde la preparación en la heladera para usarla después, me puse a lavar todo lo que use y mientras lo hacía pensaba en lo que sucedió hoy con el señor Heraldrys, no podía ser lindo en todos los sentidos.

Dos horas después guardé todo en un paquete y dejé listo para entregarlo a nuestro cliente.

A la tarde me preparé para ir a la casa de modas, tenía que encargar mí nuevo uniforme para trabajar en casa del Conde de hielo.

Busqué el lugar y por suerte quedaba cerca de mí local, al entrar noté que era un lugar muy elegante, había señoras muy paquetas.

—Como no si el conde además de ser frío está lleno de billetes —a medida que ingresaba más adentro del salón admiraba las prendas que se exhiben aquí, eran preciosas, pero súper costosas, está ropa en otro lado está más barato, que ganas de gastar en marcas, pensé.

—Buenas tardes ¿En qué puedo ayudarle? —me recibe una de las empleadas.

—¡Hola! Vengo a buscar un uniforme de la casa Heraldrys.

—¡Venga por aquí! —la seguí hasta la sección de uniformes.

— ¿Qué talle es? 

— Cinco —respondo.

—Enseguida le traigo —dijo y se fue, luego volvió con un traje insípido.

—¿Este es el uniforme? —exclamé con desagrado al ver los colores horribles.

—¡Si! ¿Tiene algún problema? ¿Es otro talle?

—¡No! Pero los colores no me gustan ¿Pueden hacerme el mismo en color rosa?

— ¿Rosa! —consulto.

—¡Si! No sé preocupe que el señor Heraldrys sabe, soy su nueva babysitter y el gris es muy amargo para trabajar con niños ¿No cree?

—¡Tiene razón! Tengo un traje rosa que le puede interesar —me puso feliz su respuesta.

Por suerte tenía el color que me gustaba, lo retiré y me fui feliz, sabía que el conde pegaría el grito en el cielo, pero eso no era mí problema, si él quería ser amargado que lo sea, yo no cambiaré por un cavernícola sin corazón.

 

Al día siguiente

 

Me desperté radiante como el sol, hoy tenía en mente hacer deliciosos muffins para mis niños, había decidido llevar todo para hacerlo con ellos, sabía que mí idea les iba a gustar, esos niños necesitan hacer más actividades además de las académicas, su padre el Conde de hielo les paga clases particulares, ellos tenían en su casa la educación, no salían a interactuar con otros niños, lo cual me parecía mal, por eso decidí llevarles para que cocinen conmigo, así salen un poco de la rutina.



#2881 en Novela romántica
#1092 en Otros
#339 en Humor

En el texto hay: comedia, amor, babysitter

Editado: 29.05.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.