Dejar a Sol en la guardería no fue fácil.
Aunque la chica que la recibió fue amorosa y dulce, y el lugar olía a cuentos nuevos y sonrisas, mi corazón se quedó un poco roto cuando tuve que soltar su manita y verla quedarse con su elefante favorito. Me observaba con esos ojitos grandes, y aunque no lloró, sentí cómo una parte de mí se quedaba allí con ella.
Respiré profundo. Esto era por ella. Por nosotras.
El edificio era más grande de lo que esperaba. Vidrios por todas partes, arte moderno en las paredes y una energía vibrante en el aire. La editorial tenía algo de mágico… quizás porque en esas oficinas nacían historias. Como la mía. Como la nuestra.
Me asignaron una mesa frente a una ventana enorme. Me presentaron al equipo con sonrisas y saludos cálidos, y en menos de una hora ya tenía una carpeta llena de textos por revisar y correos que responder. El trabajo era dinámico, justo lo que me gustaba. Me sentí útil, viva, lista.
—¿Primera vez en editorial? —preguntó una voz suave a mi lado.
Una chica de ojos expresivos y cabello rizado me sonreía mientras dejaba su taza de café sobre mi escritorio. Se llamaba Paula, y tenía esa energía chispeante de la gente que te cae bien desde el primer minuto.
—Sí. Primera vez —dije, riendo un poco nerviosa.
—Te va a encantar. Yo llevo aquí tres años y sigo aprendiendo cosas nuevas cada día. ¿Tienes planes para el almuerzo? —preguntó con entusiasmo.
—La verdad no. Pensaba comer algo rápido.
—Nada de eso. Almuerzas conmigo. Vas a necesitar energía. Hoy hay reunión con dirección y son intensos.
Reí. Me gustaba su manera de hablar.
Todo marchaba tan bien, que por un segundo olvidé el nudo que me había dejado dejar a Sol. Me sentía cómoda. Ligera.
Hasta que… lo vi.
Estaba entrando por la puerta de cristal, alto, delgado, con una carpeta en la mano y unos auriculares colgando del cuello. Mis ojos no lo creían.
Matías.
Mi amigo de la adolescencia. El chico que me acompañó tantas tardes cuando vivía con mis abuelos. Que me hacía reír cuando lloraba por mi madre… Que me defendía en la escuela. Que casi fue algo más… pero la vida nos separó.
—¿Camil? —preguntó, deteniéndose en seco al verme.
Su voz no había cambiado. Tenía la misma mirada curiosa, aunque más madura. En su rostro apareció una mezcla de sorpresa y emoción.
—Matías… —fue lo único que pude decir.
No nos abrazamos, ni nos acercamos demasiado. Solo nos miramos, como si los años se hubiesen apilado de golpe entre nosotros.
—No puedo creerlo… —dijo, sonriendo—. ¿Trabajas aquí?
—Desde hoy. ¿Y tú?
—Desde hace cuatro meses. Estoy en el área de diseño editorial.
—Vaya… el mundo es un pañuelo.
Nos quedamos en silencio por un segundo. Entonces Paula, que no sabía nada, apareció detrás de mí.
—¿Se conocen?
—Sí —respondimos al mismo tiempo—. De hace años.
Y ahí estaba yo. En mi primer día, haciendo una nueva amiga, reencontrándome con alguien que formó parte importante de mi pasado… y sintiendo cómo mi presente se acomodaba con fuerza dentro de mí. Porque sí, fue lindo verlo, pero dentro de mí solo había un nombre:
Enrico.
El almuerzo con Paula fue como un soplo de aire fresco. Tenía esa habilidad de hacerte sentir cómoda, como si fueras parte de su vida desde hace años. Hablamos de libros, de música, de trabajo, de todo un poco. Reímos bastante.
Hasta que me miró de lado, entre bocado y bocado de su ensalada, y soltó:
—¿Así que tú y Matías se conocen de antes?
La miré de reojo, medio sonriendo.
—Sí… de cuando vivía con mis abuelos. Fue un buen amigo. Muy cercano en esa época.
—¿Solo amigo? —preguntó con un tono juguetón, pero con esos ojos curiosos que quieren saber más.
Solté una pequeña risa nerviosa.
—Sí, solo amigo. Aunque... quizás en otro momento, cuando era más chica, sentí algo. Pero la vida nos separó y eso fue todo.
Paula se recostó en la silla, cruzando los brazos.
—Pues te miró como quien recuerda más que una amistad. —Hizo una pausa, luego añadió—: Y no lo hizo disimuladamente.
Rodé los ojos, divertida.
—No va a pasar nada, Paula. Estoy bien donde estoy.
Y lo estaba. No solo bien… Estaba feliz. Estaba enamorada. Y Matías, por más que viniera con recuerdos, no era mi presente.
Cuando volvimos del almuerzo, la jornada pasó rápido. Sol ya debía haber merendado en la guardería y Enrico seguro estaría terminando su última consulta. A eso de las cinco y media, empecé a guardar mis cosas.
Y entonces, como si el día quisiera cerrarse con una escena sacada de una serie, Matías apareció junto a mi escritorio.
—¿Ya te vas? —preguntó, con esa sonrisa cálida que recordaba tan bien.
—Sí. Me recogen en unos minutos.
—¿Puedo acompañarte mientras esperas? —dijo, metiendo las manos en los bolsillos, casual pero con una chispa que no pude ignorar.
—Claro —asentí, levantándome.
Salimos juntos por la puerta principal. Afuera, la tarde estaba bajando, el cielo teñido de naranja. Matías empezó a hablarme de un proyecto que tenía entre manos, y aunque yo sonreía y le seguía la conversación, mis ojos buscaban un coche conocido.
Y ahí estaba.
Unos metros más adelante, vi la camioneta de Enrico aparcarse. Él bajó, alto, con esa presencia que me dejaba sin aire… y en los brazos, como siempre, mi mundo entero: Sol, dormida, abrazada a su elefante.
Enrico me vio. Y luego vio a Matías.
Su paso se mantuvo firme, pero su mirada se posó en él con curiosidad… y una pizca de algo más. Algo protector.
—Hola, amor —dije, acercándome con una sonrisa. Él me entregó a Sol, me rozó la mejilla con los labios y bajó la voz.
—¿Todo bien?
—Sí. Este es Matías, un amigo del pasado. Trabaja aquí.
—Ah… —Enrico le dio la mano—. Un gusto.
—Igualmente —respondió Matías, aunque su sonrisa se desdibujó un poco al ver cómo Enrico me acariciaba la espalda mientras hablábamos.
#1638 en Novela romántica
#136 en Thriller
#43 en Suspenso
romance, fe y esperanza, romance acción aventura drama celos amor
Editado: 22.04.2025