El día había sido más agitado de lo que esperaba, pero sorprendentemente, no me sentía agotada. Por primera vez en mucho tiempo, me sentía plena, útil, como si cada paso que daba tuviera sentido. Paula, que se había vuelto una especie de cómplice silenciosa en el trabajo, me ayudaba con unos textos cuando lo vi acercarse.
Matías.
—¿Y si celebramos tu segundo día? —preguntó con esa sonrisa que antes me había hecho suspirar, pero que ahora solo me parecía un eco del pasado—. Hay un restaurante nuevo cerca… buena comida, buena compañía. ¿Qué dices?
Respiré hondo. No había incomodidad en mi voz, solo claridad.
—Gracias, Matías. Pero tengo planes. Me va a buscar mi pareja.
No perdió la sonrisa, aunque vi en sus ojos ese destello de desafío.
—Siempre tan responsable, Camil. Aunque tú y yo sabemos que no siempre fuiste así…
No le respondí. No valía la pena. Ya no era esa chica que huía por ventanas o que creía que el amor dolía.
La tarde cayó rápido. Me despedí de Paula con un abrazo corto y bajé sola hasta la entrada del edificio. Tenía a Sol en mis brazos, recién salida de la guardería, con su manita aferrada a mi blusa y los ojitos medio cerrados. Sentía su respiración tibia contra mi cuello, y eso me llenaba más que cualquier logro.
Entonces lo vi de nuevo.
Matías.
—¿Te acuerdas de las veces que escapábamos por la ventana de la cocina de tus abuelos? —dijo, con esa falsa nostalgia—. Eras un huracán… No creí que te ibas a convertir en alguien tan… domesticada.
Apreté a Sol contra mí, como si me anclara a lo que soy ahora. Iba a responderle, pero no hizo falta.
Enrico apareció.
Caminaba con seguridad, su mirada fue de Matías a mí… y se quedó en él unos segundos más.
—¿Todo bien? —preguntó con ese tono que usaba cuando quería mantener la calma, pero estaba al borde de marcar territorio.
—Perfecto. Solo recordando viejos tiempos —respondió Matías, con esa actitud que me recordaba por qué ya no estaba en mi vida—. Cuídala… aunque no creo que sea tan fácil como parece.
Lo vi alejarse, sintiendo su necesidad de provocar, de remover algo. Pero no tenía poder sobre mí.
Me acerqué a Enrico con una sonrisa cansada, pero sincera. Rodeé su brazo con la mía y sentí su cuerpo relajarse apenas me acerqué.
—No le des importancia —le dije—. Él es parte de un pasado que ya no me interesa.
Él no dijo nada de inmediato. Solo me miró. Como si buscara dentro de mí alguna duda. No la encontró.
Me acarició la mejilla con ternura, y luego besó la frente de Sol, que seguía dormida entre mis brazos.
—Tú eres mi presente. Y lo único que quiero en mi futuro.
La noche había caído tranquila, pero el silencio en casa tenía un matiz diferente. Enrico no hablaba mucho mientras preparábamos la cena. Sol ya estaba dormida, rendida después de un día lleno de juegos y risas.
Yo lo observaba mientras cortaba unas verduras con más fuerza de la necesaria.
—¿Todo bien? —pregunté, sabiendo la respuesta.
Él soltó un suspiro y dejó el cuchillo sobre la encimera, girándose hacia mí.
—No me gusta cómo te mira ese tal Matías —admitió sin rodeos—. Y menos cómo habla de ti. Como si todavía tuviera algún tipo de derecho.
Me acerqué despacio, rodeando su cintura con mis brazos.
—No tiene ninguno —dije, apoyando mi cabeza en su pecho—. Él representa todo lo que fui… no lo que soy. Y lo que soy ahora… es gracias a ti.
Enrico me rodeó con sus brazos, más relajado, pero aún con esa tensión en su respiración. Lo miré a los ojos, esa mirada esmeralda que siempre me leía como un libro abierto.
—Solo me molesta imaginar que en algún momento él te conoció tan de cerca —murmuró—. Pero sé que soy yo el que está aquí ahora, contigo, con Sol.
—Y eres el único que quiero aquí —respondí con voz suave—. Nadie más. Nadie antes. Solo tú.
Fue entonces cuando lo vi ir hacia el mueble del salón. Abrió una pequeña gaveta y sacó una caja azul terciopelo. Mi corazón se aceleró sin permiso.
—Quería que fuera diferente… quizá con velas, flores… algo más perfecto —dijo, volviendo a mí con la caja en la mano—. Pero me di cuenta de que el momento perfecto es este… cuando estamos tú, yo y Sol, en nuestra casa.
Abrió la cajita. Un anillo sencillo pero hermoso, elegante y con una piedra que parecía brillar con la misma fuerza de su mirada.
—Camil… ¿quieres ser mi esposa? ¿Hacer de esta vida caótica y hermosa algo eterno? ¿Formar una familia conmigo, con todos los papeles, los desayunos a las carreras, las noches de desvelo… todo?
Me temblaron los labios, no por duda, sino por la emoción que me desbordaba. Tomé su rostro entre mis manos, lo acerqué y le di un beso lento, suave, como una promesa.
—Acepto, Enrico. Claro que acepto.
Él deslizó el anillo en mi dedo y luego me abrazó como si nunca quisiera soltarme. Y yo, por primera vez, supe lo que era sentir que realmente pertenecía a alguien… a una historia que apenas comenzaba, pero que ya tenía alma.
#2305 en Novela romántica
#198 en Thriller
#67 en Suspenso
romance, fe y esperanza, romance acción aventura drama celos amor
Editado: 22.04.2025