Un Latido En Pausa

A Dos Meses del Sí.

Habían pasado dos meses desde aquella noche donde acepté ser su esposa, y desde entonces, todo se sentía como una cuenta regresiva dulce e imparable.

La casa estaba más llena de flores, de vestidos colgados en percheros, de catálogos esparcidos por la sala... y de risas. Muchas risas.

Sol, con apenas cuatro meses, ya tenía la capacidad de iluminar el lugar con su sonrisa babosa. Había crecido tanto en tan poco tiempo, y cada nuevo gesto suyo nos unía más como familia.

—Paula dice que el vestido que elegí te va a quitar el aliento —le dije a Enrico mientras desayunábamos juntos, él dándome cucharadas de yogurt entre papeles de la clínica y yo revisando el menú de la boda desde el celular.

—¿Y ella cómo sabe? —bromeó, sonriéndome desde el otro lado de la mesa.

—Porque es mi mejor amiga ahora —reí—. Y va a ser mi dama de honor.

Enrico dejó los papeles a un lado y se inclinó para besarme la frente.

—Me encanta cómo te rodeaste de gente que te quiere. Incluso lograste que la gente de la editorial te adore.

Asentí, recordando la última vez que salimos con mis compañeros. Había un nuevo círculo en mi vida, cálido y auténtico.

—Y lo más importante —continué, bajando la voz mientras veía a Sol jugar con un sonajero en su sillita—, ya estamos tan cerca de que ella sea legalmente nuestra.

Él se puso serio un momento, aunque con una ternura infinita.

—El abogado dijo que ya está todo casi listo. El registro está hecho con nuestro apellido. Solo falta el último paso: la adopción oficial. Y eso llegará apenas presentemos nuestra acta de matrimonio.

Lo miré a los ojos. Sentí cómo el pecho se me llenaba de emoción.

—Va a ser nuestra hija por completo.

—Siempre lo fue —respondió con voz suave—. Solo falta que el mundo lo entienda también.

Nos quedamos en silencio por unos segundos, observando a Sol, que en ese instante soltó una carcajada mientras intentaba atrapar sus propios pies. Y fue como si el universo nos sonriera también.
****

El sol de la tarde se filtraba entre los árboles altos del parque, pintando la acera de tonos dorados. Sol iba en su cochecito, balbuceando cosas que sólo ella entendía, mientras Enrico y yo caminábamos tomados de la mano. Por primera vez en semanas, sentíamos que podíamos respirar. Sin trabajo, sin pruebas de menú, sin citas con la wedding planner. Solo nosotros tres.

—La gente no entiende lo agotador que puede ser preparar una boda —comenté, riendo bajito mientras me recargaba en su hombro.

—No tienes idea —dijo él, llevándose una mano al pecho con dramatismo—. Elegir centros de mesa me quitó diez años de vida.

Sol soltó un gritito y los dos miramos hacia ella. Había logrado agarrar una hoja seca del suelo y la agitaba como si fuera un trofeo. Enrico se agachó para quitársela con cuidado y besarle la frente.

—Es tan perfecta... —murmuré, mirando a Sol como si todavía no pudiera creer que estuviera en nuestra vida.

Él volvió a tomar mi mano mientras seguíamos caminando.

—He estado pensando en algo —dijo de pronto, con ese tono suyo que avisaba que era algo importante.

—¿Qué cosa?

—La casa. Esta... casa donde vivimos ahora es de mi mamá. Y aunque ella está feliz con mi hermano, y tenemos espacio, quiero algo distinto.

Me detuve y lo miré. Su rostro estaba sereno, pero sus ojos hablaban de planes.

—Quiero que tengamos una casa que sea nuestra. Donde empecemos todo desde cero. Donde podamos ver crecer a Sol, donde tú y yo podamos sentir que lo que tenemos es solo nuestro.

—¿Estás hablando de mudarnos? —pregunté, sorprendida pero con el corazón latiendo rápido.

—Sí. No mañana, ni pasado. Pero pronto. Quiero buscar un lugar para nosotros. Una casa con jardín, con una habitación que Sol pueda llenar de juguetes. Una cocina donde tú y yo podamos pelear por quién hace mejor el café. Un espacio donde todos los recuerdos nuevos nos pertenezcan.

Me mordí el labio, conmovida.

—Suena hermoso —susurré—. Y muy tú.

Él se rió bajito y me rodeó con un brazo, acercándome a él.

—Suena a nosotros, amor. A nuestro hogar.

Sol volvió a reír, como si entendiera que sus papás estaban soñando en voz alta. La miramos juntos, sintiendo que aunque el mundo aún no estaba completo, el corazón sí lo estaba.

Y por un segundo, no hubo vestidos, ni trámites, ni estrés. Solo nosotros tres, caminando hacia el futuro que estábamos construyendo paso a paso, con amor y certezas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.