Un like por asesinato

Capítulo 5

Cuando Adrián se enteró de la muerte de Guerrero, el mundo pareció detenerse a su alrededor por un instante: las lámparas de araña con miles de cristales se congelaron en el aire, las máscaras de los invitados se quedaron fijas en grotescas sonrisas. Solo su corazón latía al doble de velocidad, y algo le decía que esto no era una casualidad.

—Señor Blake —apareció de repente el jefe de seguridad a su lado—, los médicos ya están en camino, pero... —bajó la voz— parece que ya no hay nada que hacer por él.

Adrián asintió, manteniendo una calma aparente, aunque por dentro todo hervía. Recorrió la habitación con la mirada: frases de pánico susurradas, rostros contorsionados en muecas de horror, los gritos lejanos de una mujer exigiendo explicaciones. Y en medio de ese caos, esa camarera... ¿dónde estaba?

Su mirada se deslizó por el salón, buscando una figura frágil con uniforme. Recordaba sus ojos: desafiantes, llenos de vida, nada parecidos a las miradas vacías de los sirvientes acostumbrados a ser invisibles. Ella había visto algo. Estaba seguro de eso.

—Adrián —los fríos dedos de su madre se aferraron a su codo con una fuerza inesperada para una mujer tan delicada. Victoria Blake lo apartó del gentío, llevándolo a un rincón más privado—. Mantén la calma. Todo va según lo planeado.

—¿Según lo planeado? —apenas contuvo su ira—. ¡Mamá, una persona acaba de morir en nuestra recepción!

Los finos labios de Victoria se curvaron en una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—No seas ingenuo, hijo. Lo discutimos. Héctor era... un sacrificio necesario.

Las palabras de su madre golpearon como piedras. Adrián sintió un frío que se colaba bajo su piel. Siempre había sospechado que detrás de las fiestas benéficas y los bailes de máscaras de la familia Blake se escondía algo más oscuro, pero no quería creerlo.

—No voy a participar en esto —siseó, liberando su brazo.

Victoria alzó una ceja.

—Ya estás participando. Siempre lo has hecho, desde que naciste. —Sus ojos brillaron de una manera inhumana por un instante aterrador—. Sigue sonriendo a los invitados. La fiesta debe continuar.

Adrián no esperó a que la conversación siguiera. Se dirigió a su despacho, el único lugar donde podía ordenar sus pensamientos. Apenas cerró la puerta, aflojó su corbata y se dejó caer en el sillón. Su mirada se detuvo en un retrato familiar: él, Victoria y su padre, quien desapareció cuando Adrián tenía solo seis años. Solo ahora, bajo la tenue luz del despacho, notó que los ojos de su padre en el retrato tenían el mismo extraño destello que acababa de ver en los de su madre.

—¿Qué somos? —susurró al vacío de la habitación.

Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos. Sin esperar respuesta, entró Celia Vega, presentadora de televisión y vieja amiga de la familia. "Amiga", pensó Adrián con una mueca interna, "más bien una seguidora".

—Qué noche tan terrible, querido —ronroneó, acercándose. Su vestido, demasiado revelador para un evento benéfico, centelleaba en la penumbra de la habitación—. Lamento tanto que esto haya pasado en tu recepción.

No había ni una gota de sinceridad en su voz. Adrián la conocía demasiado bien: detrás de su atractiva apariencia y su fingida preocupación se escondía una cazadora fría de estatus e influencia.

—Necesito estar solo, Celia —respondió, sin siquiera intentar ocultar su irritación.

La mujer ignoró sus palabras, acercándose aún más. Su perfume, excesivamente dulce, parecía atacar su olfato.

—Podría consolarte —dijo, deslizando un dedo por su mejilla, su mirada cargada de deseo—. Sabes que siempre estoy aquí cuando necesitas... apoyo.

Adrián sintió una repulsión inexplicable. Aunque Celia era increíblemente hermosa, emanaba algo depredador, antinatural. Y, por alguna razón, pensó en la camarera que había desaparecido: su naturalidad, su energía, que no necesitaba adornos artificiales ni manierismos, contrastaba demasiado con Celia.

—Gracias, pero no —dijo, apartando su mano con delicadeza pero con firmeza—. Realmente necesito tiempo para pensar. Solo.

El rostro de ella se torció por un momento con ira, dejando entrever algo primitivo, aterrador, pero rápidamente se controló y sonrió.

—Por supuesto, querido. Como desees.

Cuando la puerta se cerró tras ella, Adrián presionó de inmediato el botón para llamar a seguridad.

—Encuentren a la camarera que estaba trabajando cerca de la habitación donde ocurrió todo. Cabello oscuro, recogido en un moño, piel morena, estatura de aproximadamente un metro sesenta y cinco —hizo una pausa, tratando de recordar detalles—. Sus ojos... son inusuales. Brillantes, expresivos. Encuéntrenla y averigüen quién es.

El jefe de seguridad asintió y desapareció tras la puerta. Adrián se acercó a la ventana, mirando la ciudad nocturna. Algo le decía que esa chica era la clave para resolver el enigma. Tenía que encontrarla. No solo para descubrir la verdad sobre la muerte de Guerrero, sino por algo más grande, más profundo, que aún no comprendía del todo.

En el reflejo de la ventana, por un instante, vio sus propios ojos y se estremeció al notar un brillo extraño, inhumano, que cruzó por ellos.

***

Una hora después, su móvil vibró con un mensaje. Seguridad había encontrado información: la camarera era una impostora. Cami Rivera, 19 años, una popular tiktoker del barrio San Julio. Las cámaras de seguridad internas la captaron cerca de la habitación de los espejos antes de la muerte de Guerrero. Y ahora había desaparecido.

Adrián apretó el teléfono con tanta fuerza que sus dedos se blanquearon. Sentía una extraña mezcla de emociones: furia, curiosidad y algo más, inexplicable, como un presentimiento de un destino inevitable.

—¿Qué viste, Cami Rivera? —susurró, mirando su foto en la pantalla del teléfono—. ¿Y sabes en qué juego tan peligroso te has metido?

La puerta se abrió sin previo aviso. Victoria Blake, aún con su impecable vestido de noche aunque los invitados ya se habían ido, entró con la misma seguridad con la que controlaba toda su vida.



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En el texto hay: fantasia, misterio, suspense

Editado: 17.12.2025

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