Cami
El comentario amenazante no me dejó dormir en toda la noche. "Viste lo que no debías ver. Ahora vendrán por ti". Las palabras pulsaban en mi cabeza como una herida abierta. Lo leí una y otra vez, tratando de entender quién podría haberlo escrito y cuán seria era la amenaza.
Por la mañana, apenas esperé a una hora decente para llamar a Luis.
—¡Mierda! Cami, ¿tienes idea de lo que has hecho? —su voz sonaba cansada y tensa al mismo tiempo—. Estuve monitoreando tu cuenta toda la noche después de ese video. Está pasando algo completamente loco.
—Por eso te llamo —respondí, mordiéndome el labio con nerviosismo.
Una pausa al otro lado de la línea, seguida de un suspiro pesado.
—Nos vemos en el "Matrix Café" en una hora. Y, por favor, no hagas más declaraciones públicas sobre ese video.
El "Matrix Café" es un pequeño cibercafé en nuestro barrio, escondido entre una peluquería y una tienda de artículos religiosos. Un lugar donde puedes usar internet de forma anónima y no preocuparte por ser escuchado, al menos eso es lo que siempre ha dicho Luis.
Cuando llego, él ya está sentado en un rincón apartado, rodeado de varios dispositivos. Lleva una gorra negra calada sobre los ojos, y sus dedos vuelan sobre el teclado a una velocidad increíble. El típico Luis: se siente más seguro entre computadoras que entre personas.
—¡Hola, genio! —me siento frente a él.
Me lanza una mirada crítica.
—No has dormido, chica. Y eso es decir poco.
Pongo los ojos en blanco.
—Cuando te escriben que vendrán por ti, como que no tienes ganas de dormir.
Luis mira rápidamente a su alrededor y baja la voz:
—Dame ese teléfono. Quiero revisarlo, podría tener virus o algún programa espía.
Le paso el teléfono, y Luis lo conecta a su portátil, comenzando a teclear comandos. Siempre me siento un poco indefensa cuando lo veo trabajar, como si fuera magia que no entiendo.
—¿Sabes qué es lo más extraño? —preguntó sin apartar la vista de la pantalla—. Alguien está intentando hackear tu cuenta de forma sistemática. Desde que publicaste el video, ha habido siete intentos de ingreso desde diferentes puntos de la ciudad.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Hackear? ¿Para qué?
—Para borrar el video, obviamente. O para acceder a información sobre ti. —Luis me miró con seriedad—. Cami, ¿qué exactamente grabaste en esa mansión? Vi el video, pero prefiero que me lo cuentes.
Le describo lo que vi: la mujer de negro, la caída de Guerrero, un extraño rastro de luz que parecía salir de su cuerpo en el momento de su muerte, el símbolo en el espejo.
—¿Un rastro de luz? —repite Luis, deteniendo abruptamente su tecleo—. No habías mencionado eso antes.
—Porque pensé que era solo un reflejo de luz o una distorsión en el video. Pero después de verlo tantas veces... parece una especie de sustancia energética saliendo del cuerpo de Guerrero.
Luis se queda pensativo, tamborileando los dedos sobre la mesa.
—Y ese símbolo... —abre en la pantalla una imagen ampliada de la espiral—. ¿Sabes? He visto algo parecido antes. En un libro antiguo sobre tradiciones ocultas.
Cambia a un navegador y comienza a buscar información. Observo cómo en la pantalla aparecen diferentes imágenes de símbolos, textos en idiomas desconocidos, dibujos antiguos.
—Mira esto —dice finalmente, deteniéndose en una página dedicada a rituales antiguos—. Este símbolo es parecido a uno usado por los "Recolectores de Emociones", un culto místico del que se sabe muy poco.
—¿"Recolectores de Emociones"? —repito, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda—. Suena como el nombre de una banda indie.
—Esto no es un chiste, Cami —Luis baja aún más la voz—. Según las leyendas, eran seres especiales capaces de alimentarse de emociones humanas. No de energía física, sino emocional. Miedo, deseo, envidia... valoraban especialmente las pasiones intensas.
Intento sonreír, pero me sale forzado:
—Luis, ¿en serio? Suena como el guion de una película de terror de serie B.
Pero su rostro permanece sombrío.
—¿Qué más encontraste sobre esos "Recolectores"? —pregunto.
Luis desplaza la página hacia abajo.
—No mucho. Hay menciones de ellos en diferentes culturas. Algunos los describen como demonios que se alimentan de la energía humana...
—¿Y de verdad crees que en el baile de máscaras de los Blake había un demonio emocional? —no puedo evitar una sonrisa incrédula.
—Creo que te topaste con algo peligroso —Luis me mira directamente a los ojos—. Y me da miedo por ti, hermana.
Su sinceridad y preocupación me conmueven. Cubro su mano con la mía.
—Gracias por ayudarme, Luis. Sin ti no lo lograría.
Él aprieta mi mano en respuesta y luego vuelve al portátil.
—Vamos a reforzar la seguridad de tus cuentas. Autenticación de dos factores, nuevas contraseñas, notificaciones de ingresos desde dispositivos desconocidos. Y en tu teléfono instalaremos un mejor antivirus.
Mientras Luis trabaja en mi seguridad digital, miro pensativa por la ventana del café. Es un día soleado, la gente corre de un lado a otro con sus asuntos, los vendedores ambulantes ofrecen frutas y souvenirs a los turistas: la vida cotidiana de nuestro barrio.
Y de repente, noto a una mujer al otro lado de la calle. Elegante, con un vestido oscuro demasiado caro para este barrio, y gafas de sol grandes que ocultan gran parte de su rostro. Está inmóvil, destacando entre la multitud apresurada, y parece mirar directamente a la ventana de nuestro café.
Se me corta la respiración.
—Luis, mira —señalo hacia la ventana.
Él levanta la cabeza, pero en ese momento un autobús pasa frente a la mujer, y cuando se mueve, ya no está.
—¿A quién viste? —pregunta Luis.
—A una mujer... No estoy segura, pero se parecía a la del vestido negro del baile de máscaras. Claro, sin la máscara es difícil estar segura.
Editado: 17.12.2025