Un lobo en el bosque

04

Solté un pequeño bostezo que tapé con mi mano también estiré mi dos brazos mientras me tallaba mis ojos con suavidad. Fijé mi vista hacia la ventana; todavía el cielo se veía algo oscuro pero al punto de empezar a verse cada vez más claro.

Observé mi alrededor, no estaba en mi habitación, me encontraba sentada en la cama que pertenecía a mi madre difunta. ¿No es genial? Mi equipaje seguía cerrado en un mismo lugar, la mayoría de las cosas aun estaban dentro de este.

Por fin me despegue de la cama para tomar conmigo mi pasta de dientes, mi cepillo dental y algunas cosas necesarias para ducharme.

Ya lista y aseada bajé las escaleras con cautela, antes de bajar el último escalón me fijé en mi alrededor y al parecer ella todavía no estaba despierta. Caminé en dirección a la cocina.

Observé el almacén y tomé con mis manos un jarrón que contenía leche, un saco mediano de avena, canela y un recipiente que contenía vainilla natural.

Después de varias horas, en la mesa ya se encontraba dos platos de avena que soltaban algo de humo y algunas rodajas de pan.

Puedo decir que la primera mañana con mi abuela no fue tan malo como lo imaginé, me levanté casi con la puesta del sol y aproveché a preparar el desayuno. Ella se veía algo sorprendida cuando me vio en la cocina luego se fijó en la mesa y lo que había sobre ella, noté su gesto al ver la avena, respiró profundo dejando que el delicioso aroma entrara por sus fosas nasales.

Para ser franca me desperté temprano porque no podía dormir, me sentía algo ansiosa y tensa en mi nueva morada, sin mencionar la luz resplandeciente del sol asomados en mi ventana diciéndome.

"Es hora de levantarse"

Quizás mi mamá se levantaba con la apuesta del sol.

Estábamos sentadas en la mesa comiendo en silencio, en mi caso podía decir que me encontraba sumergida en mi mundo mientras ella tomaba un sorbo a su comida.

—Gracias por el desayuno —rompió el silencio sacándome de mi burbuja, podía asegurar que si voz no sonó amarga como otras veces.

Mis labios formaron una sonrisa en ese momento, ya que eso se escuchó amable de su parte, me la estaba ganando.

—Fue un placer —repliqué con un toque de entusiasmo—. Mi mamá me enseñó la receta —comenté con satisfacción.

Tenía una sonrisa plasmada en mi rostro que luego fue desapareciendo al recordar, desvíe por unos segundos mi vista a la mesa.

Todos los sábados ella siempre preparaba el desayuno así, no podía negar que ya era una rutina gastada pero siempre lo hizo con amor y eso lo recompensaba.

La receta es simple pero deliciosa.

Casi siempre estaba a un costado viendo como preparaba todo.

—Algún día le cocinarás esto a tus hijos.

Decía con emoción mientras yo ponía una cara asqueada de solo pensar en su idea.

Quizás, si fuera la tía pero soy hija única. Mi mamá también lo era así que no contaba con la compañía de algún primo.

Me acostumbré a sacar esas ilusiones de mí.

—Lo sé, lo aprendió de mí —se levantó de su asiento para recoger ambos platos. Lo dijo serena como si no le afectara esos recuerdos.

Era simple de suponer que ella le enseñó eso, eso hacen las madres, ¿no? Preparar a sus hijos para que enfrenten la vida.

—Ah... Iré al bosque, si no te molesta, claro —lo dije casi en un susurro.

Cambié de tema esperando alguna respuesta.

—Bien.

Secó sus manos con un pañuelo dejando los platos limpios en la encimera.

Eso fue lo único que escuché de su parte, antes de ver como se retiró de la cocina.

Lo tomaré como un "Sí"

Cerré la puerta con sumo cuidado al salir, antes llevé conmigo algunas monedas y mi celular aunque esta claro que no lo podría usar por un tiempo.

¿Para que tener un teléfono si no tienes WiFi o señal?

Suspiré resignada.

También agarré prestada una caperuza roja que estaba en el perchero de madera, la até en un moño a mi pecho, el largo es abundante llegaba a esconder mis pies pero la consideraba cómoda y me protegía del frío.

Es curioso porque mi abuela la vi usar una de color negro.

La brisa movía algunos mechones de mi cabello, la causa de eso era el otoño. Esperaba ansiosa la llegada del invierno; ver y tocar nieve.

Observaba todo mi alrededor en busca de rutas similares, ayer traté de memorizar cada rincón del bosque. Lo único que podía escuchar era las pisadas de mis zapatos al pisar la tierra, este lugar era demasiado tranquilo para mi gusto.

En la ciudad siempre se lograba escuchar las bocinas de los autos o cualquier sonido mientras que aquí es diferente, eso lo vuelve un poco espeluznante, después de todo estaba en un bosque sola, nadie escucharía mis gritos.

Sacudí esas ideas de mi cabeza, seguí avanzando viendo a la espera que algo se moviera.

Escuché un crujido proveniente de un árbol, pensé algunos segundos antes de acercarme, puedo sentir algunos de mis sentidos alarmarse, ellos me dicen que no me acerque pero mi curiosidad puede más.

Mi pulso aumentaba cuando me aproximaba cada vez más, mi corazón amenazaba con salir de mi pecho, la brisa se restregaba a mi dirección esto hizo que algunos mechones de cabello dificultaran mi visión.

Me sobresalte en mi lugar, sentí la falta de oxígeno por unos segundos pero volvió a recorrer en mi cuerpo al ver que era una inofensiva ardilla saltando de un árbol a otro.

Soplé aquel molesto mechón de mi cara y seguí mi camino sintiéndome tonta por asustarme con una criatura tan tierna como esa.

Agradecí en mis adentros porque vi algunas cabañas cercanas al pueblo, le pregunté a una persona que pasaba para poder llegar a mi objetivo.

Deposité una moneda, presioné los números correspondientes para llamar a Petunia, no podía pasar un segundo más sin hablar con ella, además puedo imaginarme su preocupación por no saber nada de mí. Escuché el tono resonar la llamada ya estaba repicando.

Nadie contestó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.