Cuando pudo levantarse mi corazón se encogió ese día, cuando puso su nariz en la comida para luego poner sus ojos en mí. Empezó con pequeños mordiscos, su paladar saboreaba cada migaja, pero seguía comiendo lento como si temiera que esta se acabará.
Tanto fue su odio por mi avena.
Una semana aconteció desde que Níveo me asustó, me he sentido culpable en esos días porque ahora él me tiene a mí y, lo mínimo que hice fue casi matarlo, pero me alegra ver mejoría ahora observo una actitud diligente y juguetona, eso me hace sonreír. Está viviendo su vida como un cachorro normal. Como tiene que ser.
Me da alegría que se este acoplando a su nueva vida y que de alguna manera se sienta más cómodo con mi compañía.
Todas las noches leo una o dos páginas de mi libro favorito junto a él, como solía hacerlo con mi madre. A veces lo visitaba de día esto sucedía cuando mi abuela se iba al pueblo pero, como siempre no podía quedarme mucho tiempo a su lado.
Este mostraba serenidad cada vez que leía, se quedaba profundamente dormido ¿Acaso le parecía aburrido el libro? Esa pregunta no tenía respuesta.
Algo que siempre hace es recostar su cabecita en mi pierna, era complicado alejarme de él por eso, aunque no puedo negar lo adorable que se ve cuando realiza esa acción.
Cuando no estaba a su lado, tenía como compañía mi oso de felpa junto con un abrigo para el frío que era mío. Antes de acurrucarse en ella primero la olfateaba para luego acomodarse como bolita.
También descubrí que aquel peluche que usaba en mi infancia tiene algunos mordiscos de Níveo, algunas veces lo atrapaba y solo disimulaba ladeando la cabeza.
Mi abuela, en cambio, ya no se comporta de manera arisca como antes, ahora me regresa los buenos días, también hemos tenido una que otra conversación corta, solo hablamos lo necesario y ya me estoy acostumbrado. Aunque siempre es difícil verla reír, creo que su sonrisa se encuentra en peligro de extinción.
Sentada en el sofá con mis piernas juntas de una manera cómoda y no exagerada, acaricio con la punta de mis dedos la aguja de tejer esta es algo anticuada, no creo que eso sea algún inconveniente para mí. Escogí el color gris para mi tejido, empecé a montar los puntos, estiré el hilo a la medida de la aguja, al terminar repetí el mismo paso con la otra.
Mi mamá amaba tejer, algunas veces me explicaba lo relajante que era este hobby, cuando mostré interés por aprender, ella me explicaba paso a paso y algo que amaba de ella era su paciencia, en un principio mis movimientos eran torpes, algunas veces me desesperaba pero no me rendía. Ella borrando todo rastro de enojo me corregía.
Poco a poco mostraba mejoría, mi primer tejido fue un mantel o, al menos el intento de uno, pero nunca olvidaré su sonrisa llena de orgullo por un tejido mal hecho por mí, eso fue una motivación para continuar y seguir esforzándome, quería hacer el mantel más bonito del mundo.
—Veo que no pierdes el tiempo.
Una voz se asoma en la sala, buscó con la mirada al dueño de esta.
—Tenía tiempo sin tejer y me dije, ¿por qué no? —le explique restándole importancia.
—Bien, iré al pueblo —agarro su caperuza negra—. Recuerda no dejar una fila por la mitad.
Se refería al tejido, asentí.
—¿A qué parte del pueblo irás?
Aunque si me dijera no sabría ubicarme, pero igual pregunté.
Está dejó su mano en la cerradura sin voltearse.
—A entregar pedidos de leche de cabra y algunos huevos, ¿Dónde crees qué aparece el dinero?
Aclaró con molestia, ahí está la persona que conocí hace días.
—Oh, está bien. Lamento la intromisión.
Seguí tejiendo.
—¿Quieres aprender como ordeñar?
—Eh, ¿en serio? Bueno, puedo intentarlo —sentí extraño esa pregunta, nunca en mi vida he hecho eso, pero ella supongo que tenía la experiencia suficiente.
Sin más que decir escuché le puerta cerrarse.
Seguí tejiendo por media hora, al ver que era suficiente por hoy bloqueé el tejido y lo dejé en un lugar seguro, el cuarto de mamá.
Miré la hora de mi celular, todavía es temprano, es todo lo que puedo hacer con el teléfono; ver la hora, jugar uno que otro juego que no se necesita internet. Eso me hace recordar que no he llamado a Petunia.
Tengo que hacerlo.
Salí por la puerta trasera, antes de entrar al granero me aseguré que nadie me observará.
Antes de subir las escaleras le di un poquito de comida a los demás y les di un poco de mi amor.
Las gallinas se alejaban de mí.
Entre y lo primero que visualice es un Níveo sacudiendo con sus dientes mi peluche.
—¡Níveo! Ten cuidado.
Al escuchar mi voz se detuvo y ladeo la cabeza.
—Eres perverso, haces algo mal y pones esa cara tan —respiré profundo para luego soltar un suspiro—. Tierna.
Dejó el peluche aún lado y se dirigió a mí, yo me acerque a mi peluche. Por suerte no era muy notorias las marcas, observé igualmente mi suéter y este se encuentra intacto.
—Pensaba sacarte a pasear pero te has portado mal.
Aún me encontraba en el suelo cuando me agarró desprevenida y puso sus patitas en mi pierna, con su lengua acarició mi mejilla.
—Que fácil soy de manipular —dije, con mi mano quité todo rastro de saliva, su lengua estaba tibia.
Me levante de golpe y aproveche para agarrar sus platos; que se encontraban vacíos.
—Ven.
Bajamos de las escaleras, Níveo observaba a las dos gallinas y cabras pero seguía moviendo sus patitas a mi dirección.
Antes de salir, me detuve para ver si todo se encontraba despejado, al ver que es así. Salgo a la superficie con el cachorro que cada día dejaba de ser uno.
Volteé Encontrándome con los ojos de Níveo, estos miraron el cielo y luego pego su nariz al suelo por unos segundos.
No escapó.
Seguimos hasta entrar a la casa, este entró dudoso, también me fije antes de entrar que nadie se encontrara ahí. Empecé a lavar los trates mientras Níveo me esperaba sentado moviendo su cola.
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Editado: 26.06.2020