El primer paso fue observar la explicación de mi abuela, creí que ordeñar sería sencillo pero hay que realizar muchas cosas.
Miré con detalle cada instrucción, cuando se levantó de la banqueta intuí que era mi turno. Acerqué mi mano con lentitud y la aparte con rapidez al sentir su piel, ella ni se inmutó solo comía a gusto. Fue una sensación extraña, los pezones de Mirna estaban húmedos, sentía miedo de lastimarla con algún descuido.
Doy gracias porque terminó la lección sin embargo no llené ni medio vaso, dirigí mis ojos hacia ella.
Su mirada era serena, ninguna muestra de alegría o entusiasmo. Muy diferente a mamá, pero me siento de alguna manera conforme con mi intento de ordeñar.
—No has hablado con Petunnia? —cuestionó curiosa.
Nada referente a mi acción anterior. Ninguna felicitación.
Dejé a Mirna, esta seguía comiendo como si nada, la cabra a su lado también masticaba su comida.
—Oh, me encantaría, pero —guarde silencio.
—¿Pero?
—no tengo monedas.
—Mmm, que lamento. Creí que tendrías dinero ahorrado.
Encogí mis hombros, ya no hay, ya no existe.
Me alegro de que no suene enojada por eso.
—Puedo darte monedas —dijo finalmente después de guardar silencio—; pero sería bueno que me ayudes.
Esa actitud me resulta amable, extraño.
—Gracias, ¿en qué debo ayudar?
—A tener tus propios ingresos ¿No lo crees? —expuso—. Por eso te enseñaré a ordeñar.
—Ah, entiendo.
—Eso significa que la cabra de allá —señaló—. Te pertenece de ahora en adelante.
Fijé mis ojos en la cabra de un pelaje blanco con manchitas negras.
—¡Gracias! ¿Cómo se llama?
Sonreí al ver como movía su mandíbula mientras masticaba.
—No tiene nombre.
Mi sonrisa desapareció, me quede pensando por unos segundos un nombre para ella.
—Pae, ese será el nombre.
—Esta bien —dijo dudosa.
Después de una larga caminata percibí la línea telefónica y me dirigí a ella sin pensar. De este modo me encontré en la espera mientras replicó el número, introducí con anterioridad dos monedas para conversar con mi nana de una vez por todas.
Dejó de resonar. Esperé pero no escuché su voz, ningún ruido en realidad.
—¿Hola? —sostenía el teléfono, lo acomodé para escuchar lo mejor posible.
—Jenny —susurró con su dulce voz, aquella que cantaba cuando me sentía mal.
—Disculpa por no llamar antes. La señal aquí es mala. Pésima.
—Lo sé, descuida.
Fruncí el ceño a causa de su respuesta.
—¿Has estado aquí antes? —indague. Fingí desinterés en mi tono de voz, no obstante me es de interés su respuesta.
—Así es. ¿Qué te va en la cabaña?
Observe mi alrededor por unos segundos, todo parecía en orden. Su respuesta no me tomó por sorpresa.
—Bien, supongo —se podía notar el desagrado en mi voz, por lo tanto forcé un tono apacible—. Aunque no sabía que era permanente.
Me la he pasado mejor gracias a Níveo pero sigo con resentimiento.
—Lo siento por no avisar, todo sucedió tan rápido.
Así resuelve todo, con una disculpa y un tono de culpa. Suspiré con pesadez.
—Descuida. No es tan malo estar aquí después de todo —no era del todo mentira—. ¿Cómo te va?
—Me alegro de que te encuentres bien —Su voz cambio, ahora se escuchaba animada—. De maravilla, dentro de una semana tengo un recital con las chicas.
Me habló por varios minutos acerca de aquel recital de ballet; como sería la coreografía, el vestuario, el tema. Escuché cada una de esas palabras, imaginé su sonrisa en esos momentos. Era la primera vez que no asistiría, pero Petunia no se lamentó por eso.
Cuando llegó el momento de colgar, sentí un vacío en mi pecho. Solo quería irme de allí y ver a Níveo.
Cerré la puerta de la cabina para retomar mi camino al bosque, pero no fijé mis ojos al frente y por accidente choqué mi hombro con algún desconocido.
Levante mi vista, observe por unos segundos el rostro de ese chico, este tenía el ceño fruncido, tiene algunos mechones de cabello color negro en su frente, creo que no se peina.
—Mira por donde caminas, niña —bufó con molestia.
Golpeó otra vez mi hombro para así desaparecer de mi vista.
—Descortés —murmure.
¿Pero, quién es él?
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Editado: 26.06.2020