Un lobo en el bosque

09

Ayer no dejé de pensar.

Cuando llegué a la cabaña mi abuela me preguntó con interés como me había ido, me parece tan extraño que se preocupe por mí. Cabe resaltar que nuestra relación sigue igual. Hablamos solo lo necesario, como si nunca estuvimos separadas por años. Puedo sentir aquella barrera que nos separa de algún modo.

Mientras mi platica con Petunia fue tan extraña, ¿por qué no estaba feliz de escuchar su voz? No me sentí cómoda al hablar, no tenía mucho que contar a diferencia de ella que se la ha pasado muy bien. ¿Tendría que contarle sobre Níveo? Ella siempre era cómplice de mis aventuras pero simplemente no lo hice, no confíe en ella, en ese momento mi mente estaba en blanco.

Además su confesión de que ha estado en el pueblo Ilta no me tomó por sorpresa, porque algunas veces ella me contaba alguna de sus aventuras el cual nombraba este lugar.

—¿No tendré uniforme?

Sentada en la esquina de la cama con mis pies descalzos sobre el frío suelo, estos no eran visibles por el largo de mi vestido. En la ciudad la mayoría usan jeans; se decía que los vestidos eran para casos o eventos importantes. Así que los utilizaba en mi casa, son cómodos después de todo. Petunia me apodaba de pequeña como "Princesa desordenada" Ahora puedo tomar la libertad de usarlos donde sea y cuando quiera, ya que es común aquí.

—No tienen un tipo de vestimenta en específico, así que no. —recargó su peso en la pared—. Usarás la mochila que pertenecía a tu madre o ¿trajiste una?

Interrumpió mis pensamientos, al oír su voz levanté la mirada, mi rostro seguía sereno.

Negué con la cabeza.

Tendré que llevar todos los días su mochila donde una parte de ella estuvo ahí. 

—Bien. Compré lo necesario para que empieces las clases.

La noticia no cambió mi rostro en absoluto ¿Debería estar feliz?

—¿Dónde están? —Inquirí con interés.

—Lo dejé en la cocina —soltó un suspiro antes de pronunciar eso.

—Gracias —dije con sinceridad.

Ya no hay vuelta atrás, solo queda aceptar.

—Iré al pueblo para entregar órdenes, volveré más tarde.

Seguía con el cabello recogido dando media vuelta para irse.

—Que te vaya bi- —se escuchó el ruido de la puerta al cerrar, me dejó con la palabra en mis labios.

Fije mis ojos por la habitación, busqué rastro de aquella mochila donde la pude localizar cerca del pequeño clóset. Pude tomarla entre mis manos sin poner los pies en punta; su color no es llamativo, la sacudí con cuidado, ya que sentí algo de peso en ella, quizás uno que otro cuaderno viejo.

Deslice el cierre para saber con exactitud que hay adentro.

Mi sospecha fue acertada; hay dos cuadernos el cuál saque de la mochila y una cartuchera la cuál dejé en su lugar.

Antes de hurgar sacudí el polvo de la portada, por suerte no me hizo daño la molesta capa de suciedad en el ambiente, ya todo estaría en el suelo el cual limpiaría luego.

Revisé la primera hoja y no decía nada relevante, solo una fecha seguida de una clase. Su caligrafía era limpia y escribía separado. Las demás eran iguales.

Hasta cabe resaltar que vi la parte de atrás pero solo se encontraba vacía, ninguna raya o garabato de importancia para mí.

El otro seguramente sería igual, así que coloqué los dos cuadernos dentro del compartimiento del clóset, para así dirigirme con mis materiales de tejer donde níveo.

Subí directo las escaleras y me encontré con la imagen de un Níveo hecho bolita.

Aproveché para acomodarme a su lado pero antes me acerqué a pasos lentos para no despertarlo. Lo observé por algunos segundos; su pecho bajaba y subía con lentitud, su nariz se fruncía cada vez que respiraba, su cabeza se veía un poco alargada, sus patitas también.

Níveo esta creciendo.

Suspiré con algo de melancolía, ignoré ese sentimiento y preparé las agujas y empecé a tejer.

Mis manos se movían con agilidad, seguía los patrones que alguna vez me enseñó mamá que ahora me resulta muy útil para relajarme o hacer cosas bonitas.

Ya había pasado varios minutos, todo iba de maravilla, hasta que alguien jalo con sus dientes un extremo del hilo.

—No puedes comer eso —lo amonesté en un tono suave.

Él por alguna extraña razón, soltó el agarre pero se acercó y pego su nariz en el tejido por unos segundos para luego sentarse cerca de mí.

—Te he despertado con mi presencia, ¿cierto? —dije mientras tejía—. Ni para ser silenciosa soy buena.

Observé a Níveo, sus ojos tenían en la mira el movimiento de mis manos mientras sacudía su cola con lentitud.

—No te visité temprano porque fui al pueblo por un rato —hice una pausa—; Cuando estaba de regreso me tropecé con un chico insolente, se veía como un anciano enojado por una estupidez —lo último lo dije con algo de molestia.

Dándole explicaciones a una mascota, lo que hace la soledad.

—También mi abuela me enseñó algunas cosas sobre ordeñar. Muchas gracias por mantenerte en silencio, por cierto —seguía tejiendo—. Quizás mañana tenga que empezar a estudiar.

Mañana.




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