Un lobo en el bosque

23


—Por causa de tu madre —después de una corta pausa agregó—; Cecilia ha sido una molesta piedra en su zapato.
 

Mi ceño aún seguía fruncido, no le encontraba algún sentido a aquellas palabras.

—¿Por qué? No entiendo.

Observé como la señora soltaba un pequeño suspiro para verme nuevamente a los ojos.

—Eso no me concierne. ¿No venías para ser su ayuda? Si tienes dinero dámelo o sino puedes volver donde viniste.

Sus palabras hicieron eco en mi mente, sentí mi corazón latir con fuerza y empezaba a recorrer por cada parte de mi ser ira, porque después de tanto quedaba en el mismo lugar mientras se añadía otra duda en mí.

—No puedo olvidar lo que dijo tan fácilmente, necesito que me digas todo lo que sabes, por favor —supliqué con alguna esperanza de por medio.

La mirada de ella seguía dura, se quedó en silencio, sentí que estaba pensando seriamente lo próximo que diría y yo solo sentía los nervios a flor de piel.

—¿Qué te puedo decir, niña? Cecilia era desafiante y casi siempre se salía con la suya. Era casi imposible para Adelén controlarla por su carácter —explicó con pesar, como si recordara.

Escuché con atención cada palabra que salió de sus labios y eso no coincidía con la personalidad de mi madre, era algo completamente distinto a lo que era ella en realidad.

—Pero, ¿Cómo? —susurré sin poder creerlo. 

Ella volvió a suspirar, apartó sus brazos de la vitrina para agarrar sus pinzas y sacar algunos panes. Noté que la campana hizo ruido, observé como una señora le entregó algunas monedas a la panadera para luego salir con una sonrisa junto con sus hogazas de pan.

Hubo un pequeño silencio en ese instante mientras que seguía parada en un mismo lugar, al momento que se fue, ella respondió:

—No puedo decirte mucho, solo confronta a Adelén o, puedes observar con más atención tu alrededor.

Ella volvió al mismo lugar, viendo mi reacción; la cual no había que detallar para saber que me encontraba perpleja y desesperada.

—¡No puedes dejarme así! Sabes que Adelén nunca me diría nada y eso me desespera.

Ella soltó una risa ante mis palabras, lo cual hizo que arrugara el entrecejo.

—Claro que puedo y la sabes bien, así que, cuidado con tu boquita —me advirtió aún divertida por la situación.

Solté un suspiro y asentí levemente, dándole algún tipo de razón a sus palabras y su pequeña sonrisa cesó.

—Bien. ¡Así me gusta! Puedo decirte que tu madre no tenía ni un centavo ni para pagar su entierro —soltó de repente.

Su comentario no fue del todo correcto para mí porque. ¿Era algún tipo de chiste lo que decía? ¿Por qué lo decía de esa manera? Me quedé en silencio sin saber como reaccionar, después de todo mi mamá tenía un negocio de tejido y le iba bien.

—Te explico, Petunia se fue junto con ella a un lugar muy lejos del pueblo pero, adivina qué. Ella no tendría  ningún lugar en donde caerse muerta sino fuera por su amiguita —agregó al darse cuenta de mi silencio.

—Eso no me dice mucho, en realidad.

Traté de disimular mi enojo porque sí, lo estaba y mucho. Primero por su forma de hablar, segundo porque me explicaba algo que terminaba siendo nada para mí.

—Claro, ninguna de ustedes saben decir gracias —se quejó desviando la mirada por unos segundos.

Hice una pequeña mueca con mis labios para tratar de cambiar la situación.

—Eh, lo siento pero esto no es fácil para mí y dices aquello como si nada.

—Porque no es de importancia en realidad —hizo un pequeño silencio, agregando con seriedad—. Es algo complicado, ni si quiera lo creerías, por eso no soy la indicada para explicar.

Solté un largo suspiro para responder, ya harta de la situación y perdida de tiempo que estaba cometiendo.

—Está bien. Entiendo —desvié la mirada hacia el bolsillo de mi vestido—. ¿Esto podría servir como un tipo de adelanto? 

Le mostré mi celular sin pensar en realidad las consecuencias, después de todo era como no tenerlo. Ella lo observó con atención para luego hablar.

—¿En qué me serviría? —preguntó con curiosidad.

—Puedes ir a la ciudad y venderlo.

Parecía pensarlo por varios segundos y yo solo quería irme de aquel lugar con miles de pensamientos. 

—Bien —extendió su brazo para recibir el teléfono en sus manos.

Primero le expliqué que tendría que reiniciarlo para que quedara como nuevo, ella entendió y espero con paciencia que lo hiciera. Antes de hacer aquello saque la memoria que tenía almacenada para no perder las fotos o contactos, luego lo entregué diciéndole en mi mente un adiós para siempre.

Fue un placer hacer negocios contigo —confesó con una sonrisa, tratando de andar con aquel aparato.

Yo no dije nada al respecto, aún me sentía confundida y aquella visita que  hice puedo decir que me ayudó de alguna manera.

Al salir escuché el sonido de la puerta, mi próximo objetivo era ir a la cabaña y quizás, solo quizás enfrentar a Adelén.

 


El camino a lo que era mi hogar fue solo y silencioso, cuando llegué todavía era temprano, ya que a penas el sol se empezaba a ocultar entre las nubes.

Ahora me encontraba cenando con Adelén, en ese mismo instante, mientras masticaba mis alimentos la estuve viendo, pensado el momento justo para preguntarle pero ninguno me convencía del todo.

—¿Te sientes bien? —preguntó antes de beber un sorbo de agua.

Desvié la mirada de mi plato para fijarla en ella.

—Sí —respondí de manera serena.

Observé su reacción ante mi respuesta y no se veía convencida, tomó la cuchara para adentrar un nuevo bocado a su boca mientras que yo masticaba.

—¿Cómo te fue en las ventas? —volvió a preguntar con curiosidad.

Bien. ¿Tendría que decirle todo?

—Todo bien, ya hice todo como me dijiste.

—Bien.

Terminamos de comer y cada quien se fue a su respectiva habitación.




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