Un lobo en el bosque

25

—¿Por qué hablaste con Lena?

Con que así se llama la panadera, la cual me doy cuenta que es chismosa.

Me quedé en un mismo sitio sin terminar de bajar los escalones que faltaban todavía, observé a mi abuela de manera perpleja, con una mirada que denotaba ignorancia por lo que decía.

—¿Quién es ella? —pregunté.

Traté de sonar convincente, lo cual pienso que me resultó bien ya que era la primera vez que escuchaba su nombre.

Adelén alzó una de sus cejas sin poder creer el teatro que estaba montando, al menos eso expresaba su rostro.

—No te hagas la desentendida, jovencita —repuso—. Hablo de la panadera.

Los recuerdos del día anterior se hicieron presentes para mí, sintiendo la misma extraña sensación de aquella vez, una corriente pasó por mi espina dorsal y un leve dolor en mi estómago; parecía como si se revolviese algo dentro de mí.

¿Qué debería responder? Ya no había opciones para mí, como había dicho Neithan:

Confrontarla era la mejor solución...
 

Pero...
 

¿Cómo le diría que sé todo? No puedo involucrar a Jenny en esto, no sería lo correcto. Al menos que tenga alguna prueba contundente de su relación licántropa con mi abuelo.
 

Posiblemente.

—Ella me pidió un pedido y yo solo, solo lo entregué —expliqué de manera rápida y serena.

Algo en la mirada de Adelén cambió, su mirada se endureció mientras que seguía en la misma posición sin moverse, era obvio que no me creía, ella estaba en ese momento parada en aquel lugar para tener una conversación directa conmigo.

—No estoy para juegos —hizo una pequeña pausa, suponía que esto terminaría mal—. Me dijo que fuiste hacia ella afirmando que sabías todo.

Oh. Bien. Ya no tengo que actuar como si nada.

Me quedé en un pequeño silencio. Ella seguía mirándome, seguía analizando cada gesto que hacía como el primer día que la volví a ver después de tanto tiempo, después, después de su muerte. 

Apreté levemente mis nudillos y sentí las palmas de mis manos frías, estaban heladas. Mi mirada estaba dirigida a un punto fijo, no quería ver sus ojos mientras trataba de controlarme. El lugar tenía un ambiente diferente, a pesar que la luz del sol recorría las ventanas de la cabaña como si se tratara de una tierna acaricia, igual sentía una cierta ansiedad columpiarse por mi pecho y mi mente.

Tenía que dejar este ridículo sentimiento. Tenía que ser fuerte. Tenía que ser capaz de poder actuar correctamente ante esta situación.

Tenía ganas de llorar en ese momento, al recordar todo, como si fuera el primer día en la mañana que la vi entrar por aquella puerta, cuando no sabía nada y vivía en una completa ignorancia.

Seguía viviendo en aquel lugar desconocido porque aún no sé con quien he estado viviendo todos estos años, quería saberlo y no poder hacerlo me estresaba por completo.

Aclaré mi garganta y dirigí mis ojos hacia ella, se veía diferente. Había relajado su rostro al verme teniendo casí un pequeño ataque en mi ser.

—Eh-h lo siento. Yo la vi salir de la cabaña aquel día, tuve curiosidad por saber, solo quería saber que escondías.

Silencio, eso era todo lo que podía escuchar de su parte. Respiré de manera lenta, traté de ignorar mis propios pensamientos y alejarme de los recuerdos, no era el momento.

—No debiste hacer eso —expresó de manera simple—. No era necesario que te enteraras.

Me miraba con aquella mirada, ¿sentía lástima de su nieta? ¿Sentía algo en su corazón que no fuera indiferencia? 

Había dejado el agarre que tenía en sus propios brazos, dejando que se acomodaran a los lados de su cuerpo y solo suspiró con pesar para luego dirigirse a la cocina.

Al observar aquello mi cuerpo no duró en reaccionar, terminé de bajar las escaleras y con mi corazón latiendo de prisa la seguí.

—¡Sí era necesario! —grité o al menos hice el intento. 

Ella se volteó algo sorprendida por el ruido que produjo mis labios de repente, pudo observar mis ojos a punto de derramar lágrimas, mi voz sonó en un hilo casí roto, hasta yo misma me sorprendí cuando escuché la melodía de mi voz.

—Yo podía encargarme de eso sola —agregó—. Ella me dijo lo que hiciste.

Y claro que lo hizo.

Estaba parada en la entrada de la cocina mientras escuchaba eso, podía comprender la aflicción y el reproche en su voz, al menos podía saber que no estuvo del todo indiferente.

—Solo quería saber la verdad y cuando me enteré de aquello solo sentía la necesidad de ayudar, se trataba de mi madre después de todo.

Era completamente cierto lo que decía, era lo menos que podía hacer, nadie merece llevar una carga solo y más cuando lo está matando de alguna manera.

¿Qué tanto cargas tú, Adelén?


Ella guardó silencio por algunos segundos, se estaba acercando a mí, la yema de sus dedos tocó y deslizó por mi mejilla borrando una de mis lágrimas. No entendía aquello.

—No era necesario —repitió de manera robótica—; pero gracias —dijo honestamente.


Y me abrazó. Fue, fue. Se sintió extraño.

Todavía estaba tiesa sin poder creerlo, pero era real y sin durar mucho correspondí al gesto.

—Todavía hay secretos. ¿No? —dije en voz baja.

Ella se tensó por algunos segundos, supuse que esa pregunta no se la esperaba, quizás pensó que todo quedaría aquí y ya, que no tendría que decirme o explicarme nada pero como siempre no era lo que esperaba.

—Sí.

Y tenía alguna base de cuales eran estos, al menos.

—¿Me lo dirás? —pregunté con duda.

Hubo un silencio en aquel espacio, esperé y esperé hasta que se dignó a responder:

—Sí.

Ignoré aquel tono seco, su respuesta era afirmativa y eso era lo único que importaba, no pude evitar sonreír a mitad de nuestro pequeño abrazo, sentí un poquito de paz porque ya tenía la verdad asegurada con ella, ya no era una preocupación tan latente, supongo.

—Tengo muchas dudas. Ella dijo cosas sobre mamá. Quiero saber más sobre mi origen, quiero, necesito saber todo
—dije de manera rápida.




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