Un lugar en el tiempo

CAPITULO 6 EL DIA HA LLEGADO

Dicen que el que espera, desespera y yo estaba realmente ansioso.

La luna nueva marcaba el inicio del tan ansiado viaje. Nos reunimos con la gitana en la puerta del cementerio a las once y media y me pregunte como haríamos para ingresar sin levantar sospechas. Entonces, en medio de la negrura más absoluta apareció un hombre entrado en años y respire con alivio al ver un rostro familiar: era el sepulturero, el que me había recomendado a la gitana. Llevaba en la mano derecha un grueso manojo de llaves de diversos tamaños, añejas y gastadas. Me sonrió con amabilidad y escuche como el viejo cerrojo se abría, no sin antes percatarnos de no ver a nadie a nuestro alrededor. La ciudad estaba vacía y muy silenciosa, como si mostrara sus respetos hacia mi angustia y ansiedad. Nos sumergimos en los pasillos bordeados por tumbas, lapidas, cruces y angelitos, demasiados angelitos y, sin pronunciar palabra, seguí al anciano que sabia el camino a la perfección. Aquella parecía ser su casa.

_¿Donde siempre, Gertrudis? _murmuro.

La gitana asintió con la cabeza y llegamos hasta una bóveda que era una verdadera reliquia. Como un fantasma blanquecino, una escultura finamente tallada custodiaba la cripta desde arriba.

_La tallo Lola Mora _agrego el hombre con orgullo.

Mis nervios me exigían todo el autodominio posible por lo que me limite a aguardar mientras abría la puerta. Escuche el sonido profundo de las puertas retumbando en medio de la noche. Él interior era un espacio de unos ocho metros cuadrados, una de las más amplias del sector, de aspecto lúgubre pero muy bien conservada. Para mi sorpresa solo había un féretro y unos viejos ramos de flores plásticas. Disimuladamente pude leer un nombre: Anastasia.

_Mi abuela_ dijo finalmente la gitana adivinando mis pensamientos_ Yo soy la ultima, después de mi no queda nadie más.

_Al igual que yo, solo que estoy condenado a vivir por siempre de la forma más ruin posible.

_No es momento de reproches. Necesita la mente despejada y el alma tranquila para que todo salga bien. Usted solo relájese y visualice donde y cuando quiere ir. Recuerde que no es una ciencia exacta y que llegara al siglo previsto aunque el año es un tanto vago. Por lo general son solo unos años por lo que podrá hallar gente con vida .Limítese a tener esperanza que del resto me encargo yo.

. Con un gesto me señalo el banco vacio cubierto con un mantel blanco y me invito a recostarme, cosa que hice de inmediato. Me pidió que cerrara los ojos y pude percibir sus pasos cortos pero seguros, bolsas crepitando, un fosforo encendiéndose y un olor a velas e incienso. Escuche un suave susurro y pude distinguir un rezo, de aquellos que solía recitar cuando iba a misa aunque alternado con palabras en un dialecto desconocido. Entonces sentí sus manos sobre mi corazón, el mundo comenzó a darme vueltas y un frio insensible se apodero de mi cuerpo, mientras mi respiración se ralentizaba. La gitana me dijo al oído:

_Regresara a este mismo lugar cuando ya no sienta culpa. Las llaves estarán junto al féretro bajo un mantelito blanco. Busque su destino y limpie su alma, Mateo.

Eso fue lo último que escuche y luego me sumergí en un profundo sueño del que me desperté al escuchar el canto de los pájaros. El sol brillaba con fuerza y yo me encontraba bajo un frondoso ombú, con los rayos del sol sobre mi piel y los ojos enceguecidos. ¿Habría funcionado el conjuro? ¿Dónde estaría? Pero por sobre todas las cosas ¿Cuándo? Esa era la principal pregunta.

No se veía nada, solo a lo lejos ranchito bajo y unos caballos inquietos. Había vestido un pantalón, camisa, saco y botas lo más parecido a la ropa de aquella época. Me sacudí un poco, me acomode los cabellos e inicie mi marcha bajo el sol de la mañana. Pude sentir bajo mi vestimenta el amuleto que había conseguido en Estalingrado sin el cual me resultaría imposible pasar inadvertido de día. No podía evitar la disconformidad que me causaba aquel calor y la luz hiriente pero no me hallaba en condiciones de elegir, y solo debía llegar a Buenos Aires. Llevaba en los bolsillos algunas monedas que había guardado, el reloj de mi padre y algunas pequeñas joyas de valor que podría vender, aunque sepultado bajo un ceibo en el patio trasero de la estancia, había un jarrón con dinero, que solía tener ante situaciones desesperadas, un viejo hábito heredado de mi padre.

Así empecé el regreso a mi tiempo, a mi hogar, a mi mundo, mis costumbres, mis ilusiones, mis sueños, mi amor y mi triste destino. Camine esbozando una leve sonrisa, algo no muy usual en mí, mientras extrañamente disfrutaba del calor. “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida…”no sabía por qué esa canción sonaba en mi mente pero evidentemente me encontraba de buen humor. Continúe mi caminata hasta acercarme al rancho, una casita baja con paredes de adobo y techo de paja. Junto a ella, unos caballos escuálidos se mostraban inquietos ante mi presencia, por lo que los habitantes de la propiedad se asomaron con lentitud. Una pareja de ancianos me recibieron con gran hospitalidad, conversamos un rato y me invitaron a pasar, cosa que no pude rechazar porque me parecía una descortesía de mi parte. Una vez dentro, pude oler el aroma a pan recién horneado y flores silvestres apenas cortadas, aquello era un hogar. El anciano se ofreció a llevarme hasta la ciudad, distante a un par de leguas de allí, oferta que no pude evitar. Preparo la carreta junto con los caballos y partimos mientras la octogenaria nos despedía desde la puerta con un gesto de amor hacia su marido, quien no podía ocultar su emoción.

Llegamos a las afueras de la ciudad y despedí a mi acompañante con un fuerte apretón de manos, obviamente sorprendido por la frialdad de mi piel. Le pague el viaje con un viejo anillo.

_Disfrútelo junto con su esposa _le dije.

_Es demasiado, no puedo aceptarlo _ confeso con vergüenza.

_Considérelo un regalo simplemente para usted y para su esposa, un gesto de amabilidad. Si quiere véndalo y disfrútenlo, por favor.




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