Un lugar en el tiempo

CAPITULO 7 CORAZON DESTROZADO

Mi nombre es Analia Emilia Alzaga y esta es mi historia. Nací en una familia acomodada de clase alta .El siglo inicio con mi llegada y cause una verdadera conmoción. Mi madre, doña Rosalía Martínez de Alzaga había nacido en España, en Sevilla, y mi padre, don Ramiro Joaquín Alzaga era un andaluz tozudo pero de buen corazón. Hasta ese entonces mi hermana Enriqueta había disfrutado de todas las ventajas de ser hija única pero mi nacimiento daría por concluidos tales privilegios. Mis padres deseaban un hijo varón, alguien que continuara con el linaje familiar pero nací yo, y conmigo ese sueño se derrumbaría ya que mi madre había quedado imposibilitada para poder concebir nuevamente. Fui criada por María, una mujer de color, esclavizada en ese entonces, dotada de toda la paciencia del mundo. Mi infancia transcurrió tranquilamente y sin mayores sobresaltos, aunque mi naturaleza inquieta daba más de un dolor de cabeza a mis progenitores. Me gustaba nadar, montar, cazar, pescar y leer. Adoro los libros pero de pequeña simbolizaron la puerta a mundos desconocidos y a aventuras inimaginables. Enriqueta era mucho más sumisa y callada, lo que no significaba que no tuviera opinión propia, sino que prefería guardarse sus sentimientos para sí misma y odiaba, bajo todo punto de vista, entristecer a papa. Así que el anuncio de un joven interesado en ella no resulto sorprendente y su obediencia, tampoco. Ese día me hallaba recostada en la cama releyendo el Quijote de Cervantes cuando llego Mauricio, el caballerango de mi padre, para decirme:

_Analia, Analia…

Yo me encontraba enfrascada en la lectura cuando sentí que una ramita caía sobre mi hombro.

_ ¿Qué haces, Mauricio? Mira que si papa te ve tan confianzudo se va a enojar_ le advertí sin siquiera intentar incorporarme.

_ Ya lo sé pero no se suponía que tenías que acompañar a tu hermana hoy que venía el estirado ese.

Salte de la cama como un canguro y le reproche:

_ ¿Por qué no me avisaste antes? Siempre en babia vos.

El caballerango me miro sorprendido, y esbozo una sonrisa mientras me dirigí apresurada hasta el salón principal. Corrí a toda prisa y al llegar a la puerta intente calmarme pero resultaba evidente mi estado de agitación. Enriqueta me fulmino con una de sus miradas pero no me di por aludida. Intente disimular mi descuido cuando el libro que llevaba se deslizo entre mis dedos. El muchacho, llamado Mateo, se apresuro a ayudarme y me tope con una mirada fresca y soñadora. Creo que quede flechada en ese instante aunque quise disimularlo, porque no me correspondía ninguno de sus halagos. Era un hombre joven en sus veinti tantos, de cabello oscuro y ojos verdes, alto, se podría decir que muy apuesto, vestido con discreción pero a la moda.

La conversación fue muy amena aunque mi hermana refunfuñaba de vez en cuando con mucho disimulo, pero yo sabía bien que estaba enojada conmigo y con él. Las visitas se sucedieron y terminamos teniendo mucho en común, de modo que no me asombre cuando en vez de pedir la mano de Enriqueta, pidió la mía. Aquello termino siendo un escándalo mayúsculo. Don Manuel Quintana Morales pegaba el grito en el cielo porque ya había hecho arreglos con su futuro suegro, a pesar de que el tema de la nuera no resultara como se esperaba. El problema era el que dirán, los chismorreos baratos de las damas de sociedad aburridas con sus propias vidas y demasiado ocupadas con las de los demás.

El pobre hombre hablaba de su reputación como comerciante y del valor de la palabra empeñada, del insolente de su único hijo y de la gran decepción que había sufrido. Mi padre también se hallaba alterado porque toda la sociedad murmuraba sobre el compromiso del comerciante inescrupuloso y de la hija del español, aunque a diferencia de mi hermana, no creía que ninguno de los dos éramos culpables. Además, la culpa por la gran decepción de Enriqueta y la vergüenza que ella sentía, era la frase que se encontraba en boca de mis padres ante cualquier palabra que quisiese agregar.

_Yo voy a encontrarle una solución a este desastre, ya lo va a ver. Este muchacho va a entrar en razón por las buenas o por las malas _ asevero don Manuel.

Parece ser que nada logro que Mateo cambiara de opinión. De nada valieron los insultos, las amenazas, el hecho de desheredarlo de su fortuna ni nada por el estilo. Sorprendentemente abandono la casa de su padre y se instalo en la hacienda de su difunta madre, una propiedad un tanto descuidada que juro hacer prosperar. Nos comunicábamos por cartas que Mauricio llevaba y traía con gran socarronería, en las que pedía esperarlo, cosa que yo daba por sentada.

Mi madre vivía con dolores de cabeza y mi hermana, encerrada en su cuarto, hasta que un día mi padre, harto de la situación y de los constantes murmullos a sus espaldas en las tertulias a las que asistía, nos reunió para proponernos:

_Te vas a ir a Europa con tu hermana en un viaje de dos años con tu tía Margarita y van a aprovechar para pasear y educarse. Si transcurrido ese tiempo continúan con la misma posición, entonces no tendré objeciones en que se casen. Sera una forma de esperar a que crezcas, madures y repienses tus decisiones. A su vez, Enriqueta podrá olvidar ese bochorno, conocer nuevas personas, olvidar y empezar de nuevo. En cuanto a usted jovencito, este tiempo le dará una esposa más madura y consciente de su futuro juntos y podrá demostrar su capacidad de trabajo y superación en este nuevo emprendimiento sin el apoyo de su padre. Deberá valerse por sí mismo para hacerse merecedor del cariño de mi hija.

Aceptamos con agrado ya que no implicaba un no, sino un hasta luego. Así los años transcurrieron de forma separada. Un océano de distancia nos apartaba pero continuábamos unidos por cartas y el lazo entre nosotros estuvo muy lejos de debilitarse. Por el contrario, yo proseguí mi educación, sosegué mi espíritu y reconstruí la relación con Enriqueta. Mientras tanto Mateo trabajo sin descanso, mejoro su propiedad, compro ganado vendiendo algunas cosas personales y demostró ser un hombre cabal .Nadie pudo decir nada de su persona. Se alejo de la vida social y se dedico al campo. Atrás había quedado el hombre capaz de casarse por interés o prestigio social y también atrás había quedado la relación con su padre.




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