El momento finalmente llego, la mayor declaración de amor, el acto as puro y sincero de entrega tanto en cuerpo como en alma.La boda fue privada, sin grandes anuncios ni fiestas, un momento intimo entre Mateo, mis progenitores y yo. El padre Bartolomeo, el mismo que me había bautizado, mi confesor y amigo, oficio la ceremonia y una vez concluida, nos marchamos directamente hasta la estancia.
No puedo decir que no estaba nerviosa. Me temblaban las piernas y no sabía qué hacer, aunque estaba segura que Mateo estaba ansioso y tenía mucha más experiencia que yo. Mi tía me había explicado algunas cosas pero aquello no era un tema común entre la muchachitas de aquella época llegando a nuestra noche de bodas con miedos, fantasías ridículas, ignorancia y vergüenza.
La casa había sido adecuada para la ocasión: una mesa bellamente dispuesta, flores, vino y soledad. Los sirvientes tenían la noche libre y la casa se hallaba en completo silencio. Nos sentamos frente a frente mientras comíamos sin quitarnos la mirada de encima, aunque no fue mucho lo que pude ingerir. Bebí una copa de vino mientras brindábamos y sonreíamos. Recuerdo aquel día con lujo de detalles: el vestido nuevo, el traje impecable de Mateo, el aroma de las flores y la comida, las velas iluminando el salón y mis manos temblando, hecho que quise ocultar con disimulo.
_ ¿Miedo o nervios?- me pregunto mi flamante esposo.
_Ambos _confesé_ Mezclados con ignorancia y vergüenza.
Mateo me tomo las manos y declaro:
_Yo también estoy nervioso, no creas que no.
_ Ah sí ?_ pregunte sorprendida.
_Por supuesto…uno no se casa todos los días…es costumbre casarse por acuerdos preestablecidos, por conveniencia…pero no por amor. Yo nunca estuve con una mujer por amor.
_ ¿Y tenes mucha experiencia? _ le pregunte bajando la mirada.
_ Bastante, aunque hace demasiado tiempo que estoy esperando y no puedo mentirte: llevo soñando con este día desde hace mucho y el hecho de tenerte frente a mi ahora mismo…me dan ganas de abalanzarme y llevarte corriendo a la cama.
Creo que mis mejillas se pusieron rojas como dos manzanas porque sentí un calor desde los pies hasta la cabeza. Esas eran palabras que no se decían, que no se escuchaban a diario, pero debía aprender a escucharlas de mi esposo.
_ Entonces, vamos _ le dije mientras me ponía de pie sin dejar de sostener sus manos. El sonrió y sentí mariposas revoloteando en el estomago y sensaciones en partes desconocidas de mi cuerpo.
_ ¿Estás segura?
_ No, pero lo que si se es que me vas a cuidar, de eso estoy más que segura. Nunca dudaría que cualquier cosa que hagas será por el bien de ambos. Yo también espere este momento con ansias pero no puedo decir gran cosa sobre lo que imagine, porque no se mucho del tema, pero si te vi en mis sueños y en cada uno de mis pensamientos.
Me soltó las manos para besarme con ternura y aquella noche fue la más feliz de mi vida.
El amanecer nos sorprendió abrazados, haciendo planes sobre nuestro futuro, aunque nadie podría suponer lo que sucedería luego.
_ ¿Te sentís bien?_ me pregunto Mateo -¿Fue como lo soñaste?
_Mejor, nunca fui tan feliz.
Así los días se sucedieron rápidamente. Durante el día Mateo controlaba la peonada, reunía los animales, vigilaba los cultivos y hacia números, muchos números. Yo cocinaba en mi flamante cocina y María, quien había deseado mudarse con nosotros hecho a lo que mi padre asintió, fue la mejor de las compañías y la más discreta.
Terminadas nuestras tareas, María nos servía la mesa y se retiraba a cenar con las demás mujeres de la estancia. El ambiente era cálido y armonioso y las noches, increíblemente felices.
Mi padre debió admitir que Mateo era un buen esposo, generoso y atento, siempre pendiente de mis necesidades. Me trataba con cariño y respeto, me consultaba cosas, pedía mi opinión, me escuchaba siempre y aceptaba de buen agrado mis sugerencias. Aquello no era muy frecuente por lo que podría decirse que era una mujer afortunada.
Llevaba la vida que siempre había deseado vivir. Tenía libertad para ir a pescar, pasear al atardecer, montar a caballo y leer todo lo que quisiera. No bordaba ni cosía ni tejía porque eso no era para mí. Charlábamos con libertad y hasta discutíamos sobre política, cosa que me causaba mucha gracia porque Mateo defendía sus ideas con pasión. Así pasaron los años.
Mi único tormento era la imposibilidad de darle hijos. No podía concebir y eso me trastornaba en ocasiones. Mateo insistía en que llegarían cuando Dios lo dispusiera pero yo estaba convencida de que era un castigo por haberle arrebatado a Mateo a mi hermana.
Enriqueta se caso en Londres con un hombre adinerado y de buena posición social, lo que enorgulleció a mis padres y no dejaban de hablar de su última visita a Europa y de lo bien que se veían juntos. Pero no todo era como parecía ser. Enriqueta me contaba en sus cartas que su esposo, Cornelio, no era un hombre tan agradable y que puertas adentro su vida no era tan glamoroso. Era un sujeto prepotente que la trataba con brutalidad por lo que le temía, más que respetarlo. Maniático del orden y la limpieza, se enfurecía si las cosas no estaban en su lugar o si la pobre Enriqueta hablaba de más, hecho que podría llegar a pagar con castigos físicos o abusos. Le dije que podríamos decirle a papa, que la iríamos a buscar para traerla de vuelta, pero ella decía que cada uno debía hacerse cargo de sus elecciones y que la mía había sido la mejor de todas. Yo no disfrutaba de grandes lujos y la verdad es que no los necesitaba. Era feliz con poco aunque Mateo me lo daba todo, al menos todo lo que estaba a su alcance, pero yo jamás le exigía nada más. En el fondo, sabía que el quería a tener más dinero, mas propiedades, ascenso social…pero no para él, sino para dármelos a mí. Anhelaba el reconocimiento de su padre, pero ese hombre parecía hecho de piedra y tenía un espíritu oscuro y vengativo.
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Editado: 30.05.2025