Un lugar en el tiempo

CAPITULO 21 LO HECHO, HECHO ESTA

“La vergüenza es una sensación humana caracterizada por la turbación del ánimo, que puede provocar un aumento en el color del rostro y es ocasionada por alguna falta cometida o por comportamientos que se consideran deshonrosos. Esta emoción puede inhibir la capacidad de actuar o expresarse, como en el caso de la timidez.”

Analia había visto lo peor de mí y yo, no podía mirarla a los ojos. Mi verdadera naturaleza me llenaba de vergüenza y asco. Quede inmóvil observando el cadáver de mi padre, aquel hombre al que alguna vez supe querer pero que, evidentemente, jamás había sentido cariño alguno por mí.

_Me criaste como un cerdo para el matadero. Mientras te fui útil, me aceptaste pero en cuanto quise volar y ser libre, me castigaste y me convertiste en esta bestia inmunda. No hay forma posible de perdonarte y esta maldición que llevo sobre mis espaldas me seguirá toda la vida, una vida condenada a la soledad. Ver a todos mis seres queridos morir, sobrevivir a mi hijo, hecho totalmente antinatural. Ver como todos envejecen y mueren mientras yo me oculto, cambio de identidad y persisto en una Tierra llena de injusticia y maldad. Te desprecio, te odio con toda el alma, si es que acaso tengo una, porque me obligaste a vivir como un animal. Me perdí la infancia de mi hijo, verlo crecer, dar sus primeros pasos…me alejaste de mi esposa, la deje sola y abandonada en medio de un nido de víboras…y vos seguiste urdiendo tu telaraña, deseándome el mal.

Entonces llore, me desmorone totalmente agotado y sin fuerzas. Estaba muy cansado de vivir así y sabía que ya no tenía asuntos pendientes y esa misma noche regresaría a mi tiempo, dejando atrás a mi familia. Analia se acerco y me rodeo con sus brazos. Sumergí mi cabeza en la enredadera de sus cabellos bebiendo de su perfume y grabándomelo a fuego en el alma.

Ya estaba todo aclarado. Mi padre, el entregador. Enriqueta, la intermediaria con Miguel. Mauricio, el cómplice inesperado. El único que se sentía verdaderamente culpable y arrepentido era el mismísimo Miguel. El había entendido que la vida era más que matar, que el amor era indispensable para sentirse pleno y tener un propósito. Yo lo perdone aunque creía que Analia y mi hijo no estaban de acuerdo conmigo.

Regresamos a casa en silencio absoluto no sin antes deshacernos de los cuerpos, arrojándolos a un pozo de agua en desuso. Analia solo me dijo:

_Sabía perfectamente tu verdadera naturaleza y, aunque me sorprendió tu reacción, la entiendo a la perfección y agradezco que seas así. No hay nada de que avergonzarse, yo hubiera hecho lo mismo en tu lugar. Se bien que es nuestro ultimo día juntos y no deseo desperdiciarlo en lamentaciones inútiles. Vamos a la estancia, disfrutemos de un día en familia, en tu tiempo, con los tuyos y atesora cada momento en tu memoria como algo muy preciado. Quién sabe, a lo mejor la vida nos depara una sorpresa y nos volvemos a ver. No hay nada definitivo, solo es cuestión de fe.

Regresamos a la estancia y, como había propuesto Analia, pasamos un hermoso día juntos. Mateo nos veía de vez en cuando de reojo, queriendo grabar a fuego cada instante juntos. Tuvo el consuelo de conocerme, de saber que lo amaba de manera incondicional, que hubiera estado a su lado de ser posible y que jamás hubiera abandonado a su madre. Cuando llego el atardecer, hicimos el amor por última vez con ferocidad y desesperación, sabiendo que no habría un mañana juntos y que regresaríamos a nuestras monótonas vidas, solitarias y distantes. Cuando hubo llegado el momento de la separación definitiva, comencé a sentir una extraña debilidad en las piernas y brazos y el mundo entero comenzó a desvanecerse ante mis ojos, mientras mi familia, con los ojos llenos de lágrimas, me regalaban un adiós emocionado. Así todo se esfumo, se hizo la oscuridad más absoluta y regrese a mi tiempo.

Me desperté en la misma bóveda con la que había iniciado aquel viaje excepcional. Un tanto desorientado, me reincorpore con lentitud y busque la llave. Efectivamente, se encontraba bajo el mantelito de la abuela de la gitana. Abrí la puerta lentamente y me sumergí en los oscuros pasadizos del cementerio de la Recoleta. El cuidador me saludo a lo lejos mientras agitaba su linterna mientras me advertía que la puerta principal estaba sin cerrojo. De esa forma, con el alma en mil pedazos y el último beso de Analia en mis labios volví a recorrer las calles bordeadas de luces, automóviles zigzagueantes y personas desconocidas. Pensé en regresar la llave a la gitana, pero supuse que sería mejor esperar a que amaneciera. Regresé a casa, me quite la ropa y me fui a dar un baño, como si con eso pudiera sacar el peso grande que reposaba sobre mis espaldas. No tenía derecho alguno a reprocharle nada a nadie. Desde el principio sabia que el viaje era temporal, que no sería definitivo. Habia logrado estar con mi esposa, conocer a mi hijo y a Catalina, presenciar su casamiento, castigar a los culpables, mi familia pudo conocer la verdad de mi desaparición, pero la soledad me pesaba más que nunca.

Me coloque la salida de baño y me serví un vaso de mi bebida favorita, sangre helada que guardaba en el refrigerador, cuando el timbre sonó.

¿Quién seria a esas horas? El celular vibro sobre la mesa señalando como contacto a la gitana. ¿Tan apurada estaba por recuperar la llave?
Decidí contestar:
_ Buenas noches, ya regrese. Si espera unos minutos me cambio y voy a devolverle su llave.

_Cámbiese tranquilo nomas y baje. No se apure, pero sepa que no estoy sola. Hay alguien esperando por usted conmigo.

Aquello sí que resultaba desconcertante. ¿Quién aguardaría por mí?

_ ¿Con quien se encuentra, si es que se puede saber?

Muchas personas pasaron por mi mente, tantos humanos que conocí, tantas personas que formaron parte de mi vida de manera temporal. No tenía ni la más pálida idea de quién podría ser.

Entonces, una voz familiar me hablo:
_ Soy Miguel, Mateo, y vengo a buscarte. Tenemos mucho que hablar, hay noticias de tu familia y una carta para entregarte.




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