Un lugar llamado nosotros

CAPITULO 3

Me miré en el espejo por quinta vez, apretando los labios con nerviosismo. Había elegido un jersey ancho color mostaza, suave al tacto y con las mangas caídas que cubrían casi por completo mis manos. Lo había combinado con unos jeans negros y mis botines de siempre. No era precisamente lo que se esperaba en una fiesta universitaria, pero era yo.

Me mordí el labio inferior, una costumbre automática que aparecía cada vez que algo dentro de mí se encogía.

Escuché pasos en el pasillo y luego la voz entusiasta de Zoe llamándome:

—¡¿Lista, Abril?!

Tragué saliva y salí de la habitación.

Zoe estaba de pie junto a la puerta, y por un momento me quedé sin palabras. Llevaba un vestido corto de satén verde que le quedaba como si hubiese sido diseñado para ella. Su cabello oscuro caía en ondas suaves sobre los hombros, y un delineado dorado en sus ojos la hacía parecer una constelación viva. Brillaba, literalmente.

—Wow —solté sin pensar.

Ella me miró con una sonrisa enorme, y luego bajó la vista hacia mi atuendo.

—¡Ay, me encanta tu look! Es como... suave y misterioso. Como si fueras una escritora francesa que va a una librería y termina viviendo una historia de amor —dijo, entrecerrando los ojos, dramatizando con las manos.

—O como alguien que no sabe vestirse para una fiesta —respondí con una sonrisa tímida.

—No digas eso. Te ves preciosa, Abril. Tienes esa belleza natural que no necesita gritar para que la noten.

Aun así, mientras salíamos del edificio, no pude evitar compararme. Zoe era una explosión de color y energía; yo era... un libro en una esquina silenciosa. Me mordí el labio otra vez, intentando no dejar que la inseguridad se me colara por los hombros.

Nos subimos a un taxi unos minutos después, tras una corta caminata por las calles iluminadas de Boston. El conductor no tardó en arrancar, y Zoe comenzó a hablar con él como si fueran viejos amigos. Yo miré por la ventanilla, sintiendo que cada kilómetro me alejaba un poco más de la chica que fui antes de mudarme.

—¿Y tú qué esperas de esta noche? —me preguntó de pronto Zoe, girándose hacia mí.

—No desaparecer en una pared —respondí en broma, y ella rió fuerte.

El taxi se detuvo frente a una casa que parecía sacada de otro mundo.

No era grande en el sentido tradicional, pero sí imponente. Tenía una fachada de ladrillo antiguo, con hiedra trepando por los costados y balcones de hierro forjado que parecían sacados de una novela de época. Las luces cálidas se filtraban por las ventanas, y en el jardín delantero colgaban farolillos que se mecían con la brisa. Todo parecía brillar con una especie de encanto difícil de explicar.

No sabía mucho de arquitectura, pero aquello era una belleza. Era como si alguien hubiera construido la casa desde la nostalgia. Algo mágico, algo imposible de reproducir.

—Parece encantada —susurré.

—O encantadora —corrigió Zoe, tomándome del brazo—. Vamos, escritora misteriosa. Esta noche puede ser el inicio de algo.

Y aunque mis dedos apretaban la manga del jersey y el labio me dolía un poco de tanto morderlo… di el primer paso hacia esa casa mágica. Sin saberlo, también estaba dando el primero hacia la historia que cambiaría mi vida.

El interior de la casa era aún más impresionante que su fachada. Techos altos con molduras antiguas, lámparas colgantes que proyectaban sombras suaves, y muebles antiguos mezclados con luces LED improvisadas. El aire olía a perfume caro, sudor, y algo a quemado que probablemente era un intento fallido de canapés gourmet.

Había demasiada gente. Risas, gritos, música. Todo se sentía demasiado.

Zoe no tardó en mezclarse con el ambiente. Se lanzó a la pista improvisada en medio del salón, donde cuerpos danzaban en una sinfonía desordenada de movimientos. Parecía flotar entre ellos, riendo con un vaso en la mano, como si llevara años en ese lugar.

Yo, en cambio, me quedé junto a la entrada, fingiendo buscar a alguien con la mirada, aunque solo buscaba un rincón donde pasar desapercibida.

Entonces, mi teléfono vibró. Una vez. Luego otra. Y otra.

Lo saqué, sabiendo de antemano de quién serían los mensajes.

Leo.

“¿De verdad crees que puedes borrarme así?”

“¿Dónde estás?”

“Tus papás no me contestan. Cris tampoco.”

“No te conviene ignorarme.”

Me mordí el labio con fuerza, y el pulso se me aceleró.

Otro mensaje. Esta vez más corto. Más frío.

“Te juro que vas a arrepentirte si no me contestas.”

El pecho se me cerró. Miré alrededor. Las luces, el ruido, las voces… todo se volvió más intenso de golpe. Sentía la música como golpes dentro del cuerpo, y las risas lejanas como burlas dirigidas solo a mí.

Zoe me había dejado hacía rato. Alcancé a verla riendo con un grupo de chicos cerca del DJ, ajena al mundo que en ese momento se derrumbaba en mi pantalla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.