Seraphine
Abriéndome paso entre la multitud, el aire denso de la fiesta parece envolverme en un caos de risas, música alta y perfumes que se mezclan como una tormenta. No estoy del todo segura de por qué vine, pero sé exactamente hacia dónde voy: la cocina, mi refugio en cualquier fiesta. Siempre tiene ese aire de calma relativa, un lugar donde los ruidos se amortiguan un poco y puedes escabullirte del torbellino social.
Está cubierta de botellas de licor, refrescos derramados y un par de limones olvidados en un rincón. La mayoría parecen haber sucumbido a dejar tirados sus tragos y empezar por uno nuevo pero yo no, esta noche solo quiero divertirme sin tener alcohol en mi sistema.
Mis ojos recorren los armarios, tratando de adivinar en cuál de ellos podría haber botella de agua o jugos, ya que lo que veo son licores de todo tipos. Abro el primero y solo encuentro una colección desorganizada de tequilas y cereales. Literalmente. Sigo con el segundo, pero está lleno de cuencos apilados torpemente. Con un suspiro, me acerco al tercero, cruzando los dedos para que esta vez tenga más suerte.
Justo cuando estoy a punto de abrirlo, una voz grave y ligeramente burlona rompe mi concentración.
—¿Esto es alguna inspección de la que no estaba enterado?
Sobresaltada, giro la cabeza, sintiendo el calor subir a mis mejillas como si estuviera bajo los reflectores de un escenario. Me encuentro con unos ojos azul zafiro que parecen mirar directamente a través de mí.
El dueño de la voz es alto, muy alto, y aunque mi metro setenta y dos, potenciados por mis tacones, suele ser suficiente para enfrentarme a la mayoría, con él no lo es. La chaqueta negra que lleva parece estar a punto de rendirse ante la tensión de sus bícep, no se supone que le debe quedar holgada?. Tiene un pecho ancho que grita horas en el gimnasio. Su mandíbula está delineada por un rastro de barba perfectamente descuidada, y su cabello castaño claro está peinado hacia atrás de manera casual, como si el estilo fuera un accidente. Es un orgasmo visual.
—Puede ser— Me hago la tonta, menos pasar pena más de la que estoy pasando —soy una inspectora de aguas y lamento informarte que esta fiesta no cumple con lo requerido, me temo que hay que terminarla
Él sonríe, y su expresión, que podría haber sido intimidante, se suaviza con un aire de diversión.
Le devuelvo la mirada, levantando una ceja. —¿Y tú qué eres? ¿Seguridad?
Él se inclina ligeramente contra la isla, sus brazos cruzados de manera casual pero calculada, como si el movimiento en sí no fuera tan inocente. —Algo así. Aunque prefiero el término ‘observador curioso’.
Ruedo los ojos, pero no puedo evitar el leve tirón de una sonrisa en mis labios. —Bueno, señor Observador Curioso, si sabes dónde están las botellas de agua, sería de gran ayuda.
Él señala hacia un armario al otro lado de la cocina, sus labios curvados en una media sonrisa. —Tercer armario a la derecha. Pero aviso, están escondidos detrás de los platos. El anfitrión no quiere que nadie los use.
Me río suavemente, sin creer del todo su advertencia. —¿Y cómo sabes eso?
—Porque yo soy el anfitrión.
—Así que tú eres el que me va a poner en orden—, murmuro, dejando que mi tono deslice un poco de sarcasmo.
Él arquea una ceja, claramente confundido. —¿menciónate algo?
Sacudo la cabeza con una sonrisa apenas perceptible. —No, para nada — niego— Gracias… y lo siento por la intrusión.
Se apoya contra la encimera, cruzando los brazos de manera relajada, pero hay algo en la forma en que me mira que me hace sentir como si estuviera bajo escrutinio.
—¿Lo siento por revisar cada rincón de mi cocina o por el desorden que has causado mientras lo hacías?
Cruzo los brazos frente a mi pecho, levantando una ceja para igualar su energía. —No veo ningún letrero que diga: “Prohibido explorar”.
Su risa esta vez es real, profunda y sincera, un sonido que parece llenar todo el espacio entre nosotros. —No me imagino que prestaras mucha atención a un letrero, aunque lo hubiera.
Hay un destello en su mirada que me intriga, una mezcla de desafío y algo más… algo que no puedo identificar pero que me atrae. Deja que sus ojos recorran mi figura rápidamente, con la discreción de alguien que sabe lo que está haciendo. Su atención hace que mi piel se caliente y mis pensamientos se detengan por un momento demasiado largo.
—¿Y qué te hace pensar eso? pregunto, ladeando la cabeza. Mi tono es deliberadamente provocador, una invitación a que continúe, aunque la pregunta está cargada.
Él sabe lo que estoy haciendo, y su sonrisa se curva aún más mientras me sostiene la mirada. —Llámalo intuición.
Doy un paso hacia él, acortando la distancia entre nosotros, y noto cómo su postura cambia, apenas perceptiblemente, pero lo suficiente como para que me dé cuenta de que el aire entre nosotros ha cambiado.
—Vas a necesitar algo más que intuición para argumentar eso, murmuro.
Su risa es baja esta vez, casi un murmullo, pero no hay nada tímido en la manera en que sus ojos buscan los míos. —Bien. Tal vez lo averigüe esta noche.
Dayna carraspea, arrastrándome de vuelta al momento presente. La miro con cierto fastidio; su expresión es todo lo contrario. Me observa con una mezcla de diversión y curiosidad que promete una interrogación más tarde.
—He venido a despedirme. Mañana tengo que entregar unos trabajos, y si no me voy ahora, estaré maldiciéndome toda la semana, dice con un toque dramático mientras rueda los ojos. Luego, lanza una mirada significativa entre Ethan y yo, y sonríe de lado. —¿Supongo que te quedas?
Vacilo un segundo antes de asentir. —Sí, estoy bien. Ve tranquila, y por favor, ten cuidado.
Dayna suelta un ruido burlón, casi como si supiera algo que yo no. —¿Cuidado? Creo que tú eres quien necesita escuchar eso, bromea. Luego lanza una mirada cómplice a Ethan. —Confío en que la entretengas, ¿verdad?