Seraphine 𓍝
La mañana es fría y gris, como si el clima presintiera la tensión que me espera en el tribunal. Frente al espejo de mi oficina, aplico una última capa de labial rojo—un recordatorio de que, aunque el sistema legal pueda tambalearse, yo no.
Sobre mi escritorio, los documentos están perfectamente ordenados en carpetas con separadores de colores. Cada papel, cada prueba y cada argumento está en su lugar. Ser abogada no solo implica conocer las leyes, sino también ser estratega, detective y, en ocasiones, una especie de psicóloga para clientes en crisis.
Me giro hacia la ventana, observando la ciudad que comienza a despertar con su bullicio habitual. Respiro hondo. Sé que Milena está aterrada. Luchar contra un hombre con dinero y contactos no es fácil, pero si algo tengo claro es que no voy a dejar que esa niña termine en manos de alguien que solo la quiere por capricho.
Su ex no busca ser padre. Busca ganar. Y eso lo convierte en el peor tipo de adversario.
Un golpe en la puerta me saca de mis pensamientos.
—Seraphine, el auto está listo —anuncia Emily, asomándose.
Tomo mi maletín de cuero negro, ajusto mi blazer y camino hacia la salida con la misma determinación con la que me enfrentaría a una sala llena de lobos.
Tribunal de Familia
El eco de mis tacones resuena en los pasillos del juzgado. La gente murmulla a mi alrededor: padres nerviosos, abogados negociando en las esquinas, funcionarios apurados. Pero mi enfoque es absoluto.
Milena está sentada en la banca frente a la sala de audiencias, con los hombros tensos y las manos entrelazadas en su regazo. Apenas me ve, se pone de pie de inmediato.
—¿Cómo te sientes? —le pregunto con suavidad.
—Como si fuera a vomitar —admite con una sonrisa temblorosa.
Pongo una mano en su hombro.
—Es normal. Pero no estás sola, y hoy vamos a demostrar que tú eres la única persona que merece la custodia de Sofía.
Antes de que pueda responder, la presencia de su ex llena el pasillo como un veneno silencioso. Llega rodeado de su abogado y dos asistentes, caminando con esa seguridad de quien cree que el dinero puede comprarlo todo. Incluida la vida de su hija.
—Vaya, qué sorpresa —dice él con una sonrisa de suficiencia—. Milena, luces… tensa.
Milena aprieta los dientes, pero yo doy un paso adelante, interponiéndome entre ellos.
—Curioso, yo diría que ella luce preparada. Lo cual es más de lo que puedo decir de ti.
Su abogado, un hombre de traje impecable y expresión neutra, coloca una mano en su brazo en un gesto de advertencia.
—Nos vemos dentro, señorita Langley —responde el abogado con voz medida, usando mi apellido como si quisiera recordarme que no soy más que una pieza más en este juego.
Le sostengo la mirada sin inmutarme.
—Oh, créame. Nos veremos.
Cuando entramos a la sala, el juez Capell ya está en su lugar, revisando documentos con esa mirada analítica que tanto me gusta de el. No es un hombre fácil de impresionar, y mucho menos de comprar. Eso juega a nuestro favor.
Me siento junto a Milena, colocando los papeles frente a mí con precisión calculada.
—Seraphine… —susurra ella, con los ojos llenos de miedo—. ¿Y si…?
—No hay “y si” —le digo con firmeza—. Hay hechos. Y los hechos están de nuestro lado.
El juez levanta la vista, golpea el mazo contra la madera y pronuncia las palabras que darán inicio a la batalla.
—Comenzamos
La audiencia está por comenzar. Tomamos asiento en el tribunal, el eco de los murmullos llena el aire mientras el secretario se aclara la garganta para dar inicio a la sesión.
—Caso número 2025-0087, Milena Araya contra Daniel Echeverría por la custodia de la menor Sofía Echeverría Araya. Comparecen la parte demandante y la parte demandada con sus respectivos abogados.
Me pongo de pie con la compostura de alguien que ha hecho esto mil veces.
—Seraphine Lane, abogada de la demandante.
El abogado contrario hace lo mismo, pronunciando su nombre con ese tono ensayado que no transmite ni una pizca de convicción.
—Iniciamos audiencia —anuncia el juez Capell, golpeando su mazo contra la madera. Su mirada se posa en Daniel—. Señor Echeverría, tiene la palabra.
El juego sucio comienza
No espero menos de él. Desde el momento en que se levanta y camina hacia el estrado, lo hace con la arrogancia de quien cree que tiene la victoria asegurada.
—Señoría, he venido a esta sala porque estoy profundamente preocupado por el bienestar de mi hija. Su madre, la señora Araya, ha permitido que un extraño intervenga en su educación. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras otro hombre trata de asumir el papel que me corresponde.
Oh, por favor…
Cruzo las piernas y apoyo las manos sobre mis documentos sin perder la compostura.
—Señoría —continúa Daniel—, no se trata solo de la manutención, la cual nunca he tenido problema en dar. Se trata de que la señora Araya no tiene los recursos para ofrecerle a Sofía la vida que merece. ¿Cómo garantizar que reciba la educación adecuada cuando su madre ni siquiera tiene una estabilidad económica?
Los susurros en la sala aumentan. Milena, a mi lado, mantiene la espalda recta, pero siento su tensión. Me inclino ligeramente hacia ella.
—Esto es lo más tonto que he escuchado —murmuro con una sonrisa irónica.
Ella exhala un suspiro tembloroso.
—No entiendo qué vi en él —susurra sin mirarme.
—Viste lo que él quería que vieras —respondo con calma—. Te vendió una mentira. No tienes por qué culparte por eso. Lo importante es que despertaste.
Milena asiente sutilmente, pero sigue sin apartar los ojos de Daniel, quien continúa con su espectáculo de víctima.
Cuando termina de hablar, me pongo de pie con la seguridad de alguien que ya conoce el final del juego.
—Señoría, la parte demandada presenta su argumento como si se tratara de un padre preocupado. Sin embargo, los hechos cuentan otra historia.