“EL MISMO AMANECER”
Apenas despierto lo primero que encuentro a mi lado es a un chico totalmente desconocido para mí, o tal vez lo conozco pero no recuerdo su nombre, tampoco me importa demasiado.
Esta es mi vida: ir a una fiesta, emborracharme hasta no ser consciente de lo que hago, luego follarme a cualquier chico que considere guapo. En esto no importa los nombres o las cosas personales de cada uno. Solo importa follar.
Decido dejar de lado mis pensamientos y procedo a vestirme sin despertar al bello durmiente.
Cuando ya estoy lista me fijo en que el chico de cabello rojo sigue durmiendo como un tronco. Apenas salgo de la habitación me encuentro a la última persona que me hubiera querido encontrar. Michael.
Se los resumiré muy cortamente.
Michael fue un dulce niño con el cual me acosté hace un par de meses pero aún no supera que solo fue una noche y desde entonces me persigue como un cachorro.
Aún así, con una sonrisa le pregunto:
-¿Todo bien Mike?-.dije mirándolo a los ojos. Él me miro de arriba hacia abajo y puso cara de decepcion. No me sorprendia esa mirada, la recibía todo el tiempo.
-Acaso, ¿Te acostaste con Ashton?- me cuestionó.
-Eso no es asunto tuyo y ahora permiso.-lo empujé mientras salía de la habitación para dirigirme hacia las escaleras. Bajé rápidamente y me fijé que en la entrada no había nadie y me fui de esa casa.
Apenas subí a mi auto me marché a casa mientras pensaba “el mismo amanecer de siempre”.
Había veces que me cansaba ser esa persona que no le importa nada ni nadie, pero luego pensaba que era mejor así, esconder lo que siento y no demostrar mis sentimientos a nadie, bastante tenía con mi puta familia.
Desde que tengo uso de razón mi madre siempre me había dicho que no confiara en los hombres, que no servían para tener una familia, luego con el tiempo me di cuenta que todo se trataba de la partida de papá, por eso, ella era así. Sin corazón.
Y asi me había criado ella: como una puta sin sentimientos.
Esa era Sophie Williams, una chica de 18 años que vivía con su madre, una ex alcohólica, y su pequeña hermana.
Sabía que Seattle no era un buen lugar para vivir.
Cuando entré por la puerta trasera de casa lo primero que apareció en mi visión fue mi madre sentada en una silla con un cigarro en la mano con una expresión indescifrable en el rostro. Me acerqué a ella y sonreí falsamente.
-Hola mamá, que adorable sorpresa.-hablé sarcásticamente mientras dejaba mi mochila en el piso.
-Nunca dejas de sorprenderme Sophie, sin embargo esta vez te pasaste demasiado, hace dos días que no te aparecías por acá. Y cuando lo haces esperas ¿Qué acaso te de un abrazo o alguna mierda parecida?-dijo reprochándome con la mirada. Puse los ojos en blanco y subí a mi habitación.
Sus palabras ya no me herían solo me molestaban como siempre. Entré en mi habitación y suspiré pesadamente, ya tenía una mañana de mierda.
Me paré frente al espejo y me miré detenidamente.
No me consideraba desagradable, tenía un rostro delicado, ojos celestes, cabello castaño claro que me llegaba a la cintura, y mi cuerpo era voluptuoso, en realidad parecía perfecta por fuera, pero por dentro era otra cosa.
Por dentro era horrible, incapaz de sentirme bella alguna vez.
La depresión se había apoderado de todo mí ser sin dejarme nada, llevándose todo con ello. Mis ganas de vivir eran las mismas ganas de una persona levantarse el día domingo, temprano, luego de una gran fiesta. Así de jodida estaba la cosa.
Supongo que me había acostumbrado a ser así.
Sin vida.
Después de bañarme y sacarme todo el sudor de la anoche interior, procedí a cambiarme para ir a la preparatoria, estaba en mi último año y tenía que aprovecharlo ¿no?
Me puse una top color salmón que apenas tapaba mis senos, y me hacía ver sexy, luego me puse una falda corta negra y unas medias de red negras, mis clásicas botas negras y ya estaba lista.
Me miré al espejo y parecía que iba al prostíbulo, sonreí falsamente. Cuando estaba en el baño maquillándome, sentí que alguien entraba a mi habitación. Era Sandy, mi hermana pequeña de 8 años.
-¡Sophieeeeeeeeee!-sentí un grito a mis espaldas. Me di vuelta y le sonreí alegremente. Realmente ella era hermosa, tenía el cabello rubio y unos dulces ojos color miel. Era tan diferente a mí. Tan inocente, tan buena.
-¿Cómo estas nena?- le dije mientras la abrazaba fuertemente, realmente la había extrañado tanto, fueron dos días pero para mí fue como si hubiesen pasado treinta
-Bien, mamá me dijo que te habías ido con unos amigos muy lejos.-habló mientras su cara formaba un puchero ridículo que a mí me parecía adorable.
-Es cierto pero aquí estoy cariño, tú sabes que siempre regreso por ti.
-No me dejes sola con ella Sophie.-levantó la cabeza y me miró fijamente.
Editado: 21.12.2018