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Querido Benito, el tiempo nos ha tomado factura,
y de nuestras entrañas se halla el polvo;
el mar nos consumió,
y la espuma guarda nuestros recuerdos.
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La muerte inevitable nos encontró,
solo quedaron nuestras letras;
el miedo de cada hombre nos venció:
la pérdida del florecer: envejecer.
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Miquiño mío, ¡cómo quise que trascendieses la finitud!,
para tenerte eterno, junto a mí,
pero las carnes se gastan:
las pieles se vuelven arena.
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Miquiño mío, no llores,
que tan lúcido fuiste en vida,
y superaste a los hombres de nuestros tiempos.
Quédate conmigo, en estos ataúdes con tierra,
y seamos parte del olvido.
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Cuánto extraño, que me digas con voz dulce:
"ratoncito mío"; quisiera colarme en tus aposentos,
en los que ya nadie habita,
y nuevamente existir, oyendo de tí.