La letra Eme navegaba a la deriva. No había caña que se atreviera a pescar a esta maldita letra. Ella, ajena a todo, seguía su rumbo río abajo mientras decenas de escritores se afanaban por atraparla. Eme se burlaba de ellos, los miraba desafiantes:
"Nunca conseguiréis atraparme" decía para sus adentros.
Su único objetivo era llegar a la desembocadura y navegar libre en el ancho mar. Le habían llegado rumores de que los escritores intentaban dar caza a las letras allí también, pero Eme se resistía a creer esas falacias. El mar era un lugar muy vasto, podría flotar sin ser vista y de paso conocer a otras letras nuevas.
Estaba un poco harta de las letras del Río Muni, todas querían ser las protagonistas, la novia en la boda, el muerto en el entierro y el niño en el bautizo. Las vocales solían ser más reservadas, pero aun así todas las letras luchaban por ser las reinas y reyes del río. Eme no soportaba más esa situación. Por ello, había construido su barquita de madera para navegar río abajo hasta llegar al ancho mar en donde esperaba ser feliz por siempre.
Ahora, a punto de llegar a la desembocadura del río se preguntó qué sería de sus pobres amigos Ele y Jota cuando se enterasen de que ella ya no estaba allí para protegerlos. Quizás debería haberlos avisado de esa nueva aventura que se traía entre manos, pero llevarlos en su pequeña barquita habría sido imposible de todos modos.
Se acomodó en la almohadilla que había conseguido para su viaje y miró al cielo despejado. Los pájaros cantaban alegres y libres en lo alto. ¡Ay, quién fuera pajarillo! Pensaba Eme. No podía quejarse, había logrado salir de Río Muni ilesa y los escritores no habían podido capturarla. Ya no se veía a ninguno de ellos en la orilla, los muy cobardes solo se atrevían a hacer guardia con sus cañas y redes en las zonas del río de más fácil acceso. Conforme el río avanzaba hacia el mar, el bosque alrededor se hacía cada vez más y más frondoso. Los escritores no destacaban por su valentía, eran solo unos meros robaletras.
Enredada en sus pensamientos, Eme no se percató de que iba directamente hacia la Cascada Mayor. No sabía nada de ella, no aparecía en los mapas de navegación que Zeta le había dado. La ignorancia a veces sabia, a veces imprudente, la estaba arrastrando hacia un final que quizá no fuera el esperado.