Un mar entre nosotros

Una vez más

Ethan

—¿Cuánto tiempo ha pasado? —pregunté mientras veo al exterior por aquella cristalera del quinto piso del hospital. 

     Me quedé callado, forzando todo en mi interior para no mirarlo. Tenía los oídos un poco aturdidos por el ruido y los ojos un poco hinchados. 

     En cuanto desperté, su figura se clavó en mi mente. 

     Ni cómo poder saltar por la ventana. 

     Mejor ni lo pienso. Pero…

     Se me es incapaz de tolerar el más mínimo sonido en la habitación, más aún con el corazón latiendome en la garganta a punto de ahogarme. «Qué fuerte es su respirar», pensé, como si mis sentidos se hubieran agudizados.

     Silencio. Suspenso. 

     «Él está aquí. ¿Cuándo ocurrió esto?», me repetí. 

     El trauma del accidente volvió a mí. La forma en que movieron mi cuerpo, las luces que se apagaron en la ambulancia y cómo de a poco se fue apagando mi conciencia. 

     En el sentido de vivir, pensé que ese sería mi último aliento.  

     —Más… —se detuvo un momento, dejando ese «más» en el aire. Tras esa breve pausa, continuó—: Más de dos años. 

     «Más de dos años».

     Al oír esas palabras y deducir ese momento, un aura débil me golpeó y no pude evitar estremecerme. Y como resultado, solo pude resignarme al hecho de que todos mis esfuerzos fueron en vano.

     Todos mis esfuerzos por alejarme de él. 

     Observé con el rabillo del ojo cómo colocaba los papeles sobre la mesita que tenía al lado. Le temblaban las manos y retrocedió apenas unos pasos, apoyando el cuerpo en el borde de la estantería; juntó las manos entre las piernas y bajó la cabeza, con el pelo despeinado ocultándole el rostro. 

     Por el momento, suspirar era la única maldita opción. Me di la vuelta y por fin le vi. Era estúpido no verlo. Allí estaba… 

     Qué vida más irónica. Aún no puedes superarlo.

     Han pasado los años y todo sigue igual. Los recuerdos que no quería siguen ahí. «¿Por qué ahora, por qué todo esto vuelve a mí ahora?». Es un poco tonto pensarlo y tan injusto cuestionar la forma en que el destino me ha ata a él. 

     —¿Por qué haces esto? —pregunto, y sacudo la cabeza varias veces. Aprieto la mandíbula y me vuelvo hacia la ventana, dejándome perder entre parte de la oscuridad y las luces de ahí fuera. 

     Palmeé el aire con la mano derecha y desenganché una sonrisa sarcástica. Lo único que me quedaba por hacer era huir de los sentimientos que nublan mis ojos. Pero algo me detiene, como si mis pies se llenaran de plomo y una nube de tormenta se cerniera sobre mi cabeza, a punto de estallar. Las sienes me empezaron a dolor de tanta información que estaba procesando. 

     —¿POR QUÉ ME CUIDAS? —no pude contener la ira de mis entrañas. No medí la fuerza de mis palabras. Solo quería gritarle. 

     Gritar liberaba parte de la presión de mi pecho. Pero el nudo en la garganta, ese nudo me estaba matando.

     —Cál… Por favor, cálmate —dijo haciendo un ademán con sus manos, hizo una pausa y avanzó casi la misma cantidad de pasos que retrocedió. Entre el espacio de los pequeños mechones de pelo que cubren su cara volví a ver de nuevo ese mar. Las olas, y yo estaba atrapado en ellas—. Aún no sanas por completo —espetó en voz baja, notando cómo su manzana de Adán sube y baja mientras lucha por sacar las palabras, rompiendo por completo —Te estás recuperando. 

     Hace tiempo que lo sé; y era diferente cuando no lo recordaba. Cuando sabía que estaba ahí, pero no me afectaba como ahora.

     —¡No me digas lo que tengo que hacer! —suspiré —Responde a mi pregunta: ¿Por qué? —por un momento mi voz sonó mucho más ligera que al principio. 

     El cristal se empaña con mis palabras. 

     Pao.

     —Lo hago por esto…

     No sé en qué momento se acercó a mí. ¿En qué momento me tomó? Contra mi voluntad, me encontré con él, con su boca. No dije ni una palabra. Hizo que mi corazón latiera más rápido, que mi sangre hirviera y que mi adrenalina superará los límites de lo que era posible entre nosotros dos. Mi ira se vuelve intrascendente entre la visión de él, su cuerpo y su aliento.

     Vuelve la tormenta de recuerdos.

     ¿Seguía siendo igual que antes?

     Nos conocimos por primera vez gracias a Poetha, nuestro pequeño cachorro. 

     Perdí la cuenta de cuántas veces él ha sido capaz de romper las barreras, de actuar de esa manera imprevista y de sorprenderme. La reacción fue estúpida —estúpida para él y estúpida para mí—. Mi cuerpo se agitó. Y aunque intentara permanecer inerte, no podía deshacerme de mis sentimientos. Ocultarme era imposible. Mis labios se apretaron contra los suyos. 




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