Un mar entre nosotros

Aireación

Ethan

     —Pensé que no llegarías.

     Mi delivery personal llegó. Kalem se había ofrecido a traerme comida y hacerme unos chequeos para ver cómo iba mi estado de salud después de un par de semanas fuera del hospital.

     —Uno de los pacientes presentó un cuadro de neumonía, lo que me retrasó. Pero ya estoy aquí, ¿y tú estás bien?

     —Considera lo que ves —dije, abriendo los brazos, girando en mi lugar como si estuviese modelando mi pijama blanco con estampados de perritos.

     Hizo un gesto de alegría. Entró y yo le seguí hasta el saló, muy contento, primero porque me había traído comida, y segundo porque me gustaba que viniera.

     —¿Cómo lo que veo? ¿¡No te has sentido mal!? —negué ante esas preguntas—, ¿Algún mareo, dolor de cabeza… cosas así?

     Seguí negando: «Nada de eso».

     Me sentía muy bien últimamente.

     Levantó las bolsas que cargaba y las colocó sobre la mesa. Me acerque con mucha curiosidad para ver que trajo, pero en eso, me cogió de la mano y me guio de forma poco cortés hacia uno de los sofás.

     —¿Dónde tienes el tensiómetro?

     —En mi habitación, El segundo cajón de la mesita de noche.

     En cuanto señalé dónde —ni bien di las indicaciones—, cruzó a la habitación como si fuera dueño de casa. Viéndolo bien, ni siquiera se había quitado el uniforme. Tan solo cargaba una campera sobre él.

     De repente, mientras estaba descuidado con la mirada hacia la mesa, se apareció en la sala con el tensiómetro en la mano y el estetoscopio. Colocó los aparatos sobre mí y pasó a tomar notas.

     —Qué te he dicho que estoy bien —reproche despacio.

     —¿Quién me lo asegura?

     —Pregúntale a Anne, vos me la recomendaste —me miró con una ceja levantada—. Verte es como tener a mi madre presente. Tan solo faltan tus regaños —levanté la mano y le di un pequeño golpecito en la frente con el dedo.

     Eso el hizo dar un pequeño respingo.

     —No estaría de más regañarte de vez en cuando —sonríe. ¿Qué es lo que le parece divertido? Paso a ponerme el frio estetoscopio en el pecho—. Respira…

     Elevé ligeramente el pecho por la respiración, hasta que solté de apoco el aire. Respirar así me libera un poco.

     —¿Hemos terminado? —dije.

     —Sí, ya puedes volver a cerrarte la camisa.

     Me abroché los pocos botones que ya estaban abiertos. Después paso a buscar las bolsas de comida y las acerco hasta mí. Había traído pollo frito, algunas ensaladas, bebidas y hasta postre. Presté toda mi atención mientras lo prepara todo para que pudiésemos comer tranquilos, mientras también ponía de mi parte buscando la película que habíamos quedado en ver unos días antes, The Notebook, su película favorita.

     Aunque parece un chico de actitud dura —porque el ambiente del hospital le había obligad a tener esa apariencia—, detrás de eso hay alguien increíble. Es un buen amigo… No nos hemos separado desde que lo conocí en la UCI hace unos años, cuando él comenzó su periodo de interno. Un pesado interno. 

     —¿Qué? —musité con un trozo de manzana en la boca enarcando una ceja.

     —¿Puedo preguntar?

     Se detuvo un momento antes de continuar con su pregunta, pasando su mano por la mesita para poder tomar el control de la Tv y bajarle el volumen.

     Bajé el tenedor y lo dejé en el recipiente.

     —De lo que pasó ese día, ¿verdad? —me tomé la atribución de terminar aquella duda por él.

     Kalem es una de las pocas personas de mi vida que se interesa por como me siento. Con lo sucedido aquella noche no podía imaginarme el revuelo que se cargaba en mente. Lo único bueno de él, es que siempre ve el momento correcto para bombardear con sus preguntas.

     Qué tipo tan curioso

     —Sí.

     Comencé entonces….

     —Lo conocí hace nueve años atrás —miré la venta mientras alanceaba la fruta con el tenedor—, fue después de una mañana desastrosa.  

     Sabía a dónde iba y por qué quería que se lo dijera. No dudé en esbozar una pequeña sonrisa cómplice. Clavé el tenedor en esta vez en una fresa y me la metí a la boca.

     —Ese día me había levantado tarde por culpa de mis despistes con la alarma —eché a reír y le apunté con el tenedor—.  Imagínate la cara que puso mi madre cuando entró en la habitación. Su imponente figura me sobresaltó, además gritó.




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