Un mar entre nosotros

Dulce, pero ¡No!

Ethan

La mañana comenzó a ser un poco más ligera que otras. Mi cuerpo ha empezado a responder rápidamente. Hoy me he levantado un poco antes de lo habitual. A penas salí al salón algo adormilado, miré hacia la habitación donde duerme Kalem, que se había dejado la puerta abierta.

     Me las había arreglado para que Anne llegara un poco más tarde de la hora acordada; ya que, quería prepararle una sorpresa por su cumpleaños que fue hace dos días atrás. Me calcé las sandalias, acomodé un poco mi pelo y me alisé la camisa del pijama. Ya estaba acostumbrado a salir del edificio así; eso debido a que muy a menudo lo hacía cuando vivía en Bangkok.

     A pocos metros del edificio donde vivo hay una pequeña panadería donde hacen unos pasteles muy ricos. Rick, el dueño de la tienda, estaba acostumbrado a verme así. Siempre le hacía gracia que llegara con un conjunto diferente cada mañana. Y desde que había salido del hospital, durante estas semanas no había pasado a saludarlo.

     El sonido de las campanillas lleno mis oídos de una suave armonía al abrir la puerta. Había echado tanto de menos ese sonido. Y el olor dulce… Era tal como lo recordaba.

     —Buenos días. ¿En qué…? —Rick se dio la vuelta para poder atenderme. Se detuvo un momento, mirándome con los ojos muy abiertos y dejó caer la manga pastelera sobre la mesita que tenía detrás. —¡Ethan! —gritó, saliendo de detrás del mostrador lo más rápido que pudo.

     Me apretó desesperadamente. En el tiempo que llevo sin verle, le he visto adelgazar, su cara está más fina… y esa maya en su cabeza. «Es tan él», solo que con un halo más brillante a su alrededor.

     —Me estás machacando —susurré.

     En eso Rick aparto sus manos y me las puso en la cara.

     —¿De verdad eres tú? —sonaba como un niño.

     —Sí —le conteste divertido—. ¡No es un sueño, Rick! Si eso es lo que tú crees. Aun con el rostro apretado, eché un vistazo al mostrador para ver qué pasteles había disponibles. Hay de muchos colores sus sabores. Me di cuenta de que la estética del local había cambiado un poco, estaba muchos más colorido a diferencia de cuando a penas estaba iniciando con su negocio. Al parecer le estaba yendo muy bien—. Rick, necesito uno de tus pasteles —señalé la vitrina—. Uno pequeño. El mejor que tengas.

     —¿Hay alguna sorpresa para alguien?

     —Me conoces bien —ladeé un poco la cabeza, dibujando una pequeña línea en mis labios—. Hace unos días fue el cumple de Anne, la enfermera que me ayuda con mis terapias en casa.

     Me solté de Rick y pase a apoyar el cuerpo en el lateral del mostrador, mientras meto la mano en mi bolsillo y le miro.

     —¡Uy, Anne! Dime qué personalidad tiene y veremos qué te sugiero.

     —Mmm —lo he pensado un poco—. Tiene veintisiete años. Es una chica alegre, aunque maneja un gran carácter. Es muy responsable en su trabajo, le encantan los gatos y canta de maravilla. La he escuchado cantar mientras está en casa. Es como tener a una Ariana Grande dentro del edificio —alardeé un poco en eso último.

     —Recomiendo una tarta de fruta de la pasión con chocolate y especias… —Rick tienes esa peculiaridad de hacerme agua la boca cuando nombras cada una de tus recetas. Le hice un cumplido y él me miró con una leve sonrisa, sabía que no mentía. —Lo mejor para mis clientes. Ese es nuestro lema —cogió una cajita y empezó a envolver la tarta con cuidado—. Aquí tienes, Ethan —se acercó y me dio la caja.

     —¿Cuánto te debo, Rick?

     Tras oír mis palabras, su expresión se volvió muy seria.

     Casi cortante. 

     —Nada, nada… Considéralo un regalo de bienvenida —me hizo un gesto con la mano —mientras con la mirada y lo escrutaba «¿Rick?», hasta que fue un poco más directo —Que he dicho que nada. Con tu presencia me doy por bien servido. Estoy tan feliz de saber que mi mejor cliente está aquí. Mary va a estar tan emocionada cuando le dé la noticia.

     Echaba de menos a Mery y, a veces, cuando quería distraerme, pasaba una tarde visitándolo en su piso y me sentaba a hablar durante horas. Asentí. Luego miré el móvil un momento, dándome cuenta de que Annie estaba a punto de llegar y apenas había tenido tiempo de preparar la sorpresa.

     —¡Esta bien Rick, lo que tu digas! Saluda a Mary de mi parte. Dile que echo de menos su café. Dentro de unos días me pasaré a charlar con ella —me despido con la mano mientras me dirijo por el pasillo hacia la puerta, escuchando una vez más las campanadas del lugar—. Gracias, Rick.

     —Hasta luego, cuídate.

—Te desapareciste en un momento. Me he asustado cuando no te he visto en tu habitación —dice Kalem con los ojos aun algo adormilado. Se lo ve muy tiernos así, incluso hasta con el pijama ajado—. ¿Qué tienes ahí?

     —Al menos los «Buenos días», ¿no?




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