Un mar entre nosotros

Nadar

Pakpao

—Hola, tía Susan.

     —Hola, cariño

     Me acerqué a ella y le di un abrazo. Han pasado dos días desde que llegué a Bangkok y aún no había aparecido en casa. La noticia de la detención de Ben ha llegado a todos los periódicos y canales de Asia. Sólo quedaba esperar el día de su juicio.

     Caminando por la calle, me sentía extraño. Las miradas de la gente me hacían sentir extraño, a pesar de que yo era la víctima de todo lo que Ben había hecho. Pero detrás de todas las mentiras, no había nada que yo pudiera hacer. Aunque el juicio sacará las cosas a la luz, la desconfianza permanece.

     —¿Quieres algo de comer? —se dirigió hacia la cocina, cogió algo de comida y la puso en el comedor—. Ven a comer conmigo.

     Se hizo el silencio en mis labios. Era como si me hubieran cortado la lengua. No sabía qué decir, por la forma en que manejaba las cosas con tanta calma. Acerqué una silla y me senté a su lado. Ella me sorprendió poniéndome de repente la mano en el hombro.

     —Todo va a estar bien. Es difícil. Lo comprendo. Pero la vida no se acaba hasta que tú y el destino toméis una decisión. No puedes parar el tiempo, ¡y mucho menos controlar lo que te está pasando!

     —Tía, ¿qué voy a hacer?

     —Manda todo al puto carajo —dijo apartando la mano de mí y cogiendo el tenedor para moverlo por la ensalada.

     —Ben hizo daño a mucha gente.

     —Has hecho un buen trabajo. Les has devuelto un poco de lo que habían perdido. Al principio, es fácil no entenderlo, pero, con el tiempo, la gente lo entenderá. Y a los que no, que lo dejen estar. Mientras tu tío y yo estemos aquí, no tienes de qué preocuparte. Tú también eres mi hijo. Sé cómo protegerte.

     No quise continuar y pensé en cambiar de tema. En ese momento, alguien se paró frente a mí y se acercó a la puerta del comedor.

     —¿Todo bien por aquí? —el tío Somchai vino hacia nosotros—. Hola, hijo —me apretó el hombro—. Y, hola, mi amor.

     Se acercó a la tía y la besó en la mejilla.

     —Cariño, ¿no es muy temprano para que estes en casa?

     —Sí, pero debo venir antes de que Pao se vaya.

     —Pero tío, tengo quince días de vacaciones hasta después del juicio.

     —Te he traído algo —dijo mientras rebuscaba en su maletín.

     Miré a la tía Susan.

     —¿Qué es esto?

     —Ábrelo —me tendió un pequeño paquete—. Recuerdo que una vez lo nombraste.

     Yo aún era escéptico.

     —¿Esto es…?

     —Querías un diario fotográfico. Sé que llevas muchos años fuera de Bangkok y seguro que no has coleccionado fotos. Mi hijo te lo impidió —dijo, sonriéndome con picardía.

     —Un poquito —dije con una sonrisa—. ¡Gracias tío!

     Tomé el diario e inmediatamente me levanté y le di un pequeño abrazo antes de salir del comedor.

     —¿A dónde vas? —preguntó la tía Susan.

     —Voy a por algo —respondí ya casi llegando a las escaleras.

     Por el pasillo me encontré con Poetha y Marc. Los dos habían sido inseparables desde que Ethan los había juntado por primera vez. Quien diría que un gato y un perro se llevarían tan bien.

     Me apresuré a pararme en el marco de la puerta de la habitación de Ethan. Pensé en lo frío que había estado desde que se acordó de mí.

     Al entrar en la habitación, rebusco en el armario algo de ropa cómoda. Aunque han pasado años, nuestra ropa sigue siendo de la misma talla.

     Me puse una camiseta turquesa, pantalones cortos blancos y zapatos cómodos. Tiré la ropa que llevaba al suelo. Me acerqué al escritorio que había junto a la ventana. Miré la pared un momento y cogí las fotos que colgaban de ella. Fotos de los viajes de Ethan: New York, Madrid, Brasil, Bangkok. Las cogí una a una y empecé a pegarlas en mi diario.

     Luego, abrí un cajón del escritorio. Recordé que Ethan me había contado que tenía una cámara Polaroid que la tía Susan le había regalado por su cumpleaños número dieciocho; misma que dejo de usar después de que le compraran una cámara profesional.

     Mientras seguía rebuscando en el cajón, la encontré: cuando levanté la cámara, cayeron al suelo unas cuantas hojas de papel y, entre ellas, encontré otra cosa. Era una foto que habíamos hecho en el avión en nuestro viaje a las Maldivas. Fue el viaje más caro de nuestras vidas. Nuestros padres nunca lo supieron y pensé que nunca tendría esta foto de la que nunca hice una copia. Volver a ver la foto me recuerda lo tranquilo que era estar a su lado, a pesar de las discusiones. Cerré el cajón de los viejos recuerdos, siendo momento de abrir una nuevo.




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