—¿En qué piensas ahora, Ethan? —dijo de pronto Kalem, mientras conducen despacio.
—Sólo estoy recordando.
«¿Algo tuvo que ser ese desencadenante para que Chris volviera a estar en la situación que está ahora?». Es todo lo que tengo en mi cabeza.
Leia estaba muy preocupada. A lo largo de los años, Chris había trabajado duro para recuperar a su familia. Le habían perdonado su pasado de consumo de drogas y delitos menores. Además, estaba haciendo todo lo posible por acercarse a mí.
Al principio me pareció extraño, pero luego me acostumbré a verle. Le ayudaba cuando hablaba con su terapeuta. También le acompañaba de vez en cuando a las rutinas del grupo de apoyo a drogadictos. Esto me dio la oportunidad de pasar tiempo con Leia y Oliver.
Después de conocerlos, encontré otra pequeña familia aquí; a pesar de la que ya había perdido antes
—Estamos aquí, ¿te parece bien que me quede aquí fuera? Puedo ir contigo.
Kalem me cogió de la mano y me trajo otro recuerdo.
Pero es mejor frenarlo.
—¡Sí, no te preocupes!
Le di unas suaves palmaditas en la mano con la otra. Salí del coche con cuidado y abrí el paraguas. Había empezado a llover. Antes me había traído una chaqueta para resguardarme del frío.
Me detuve un momento frente al hospital. Cerré el paraguas y lo puse en un tarro junto a la puerta. Apoyando ligeramente las manos en los pantalones debido al frío que hacía, recorrí el pasillo de un lado a otro hasta encontrarme en la recepción.
—Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarle? —se dirige a mí una señora muy carismática.
—Vengo a visitar a una paciente, Chris Robles.
Parecía sorprendida por lo que le dije. Me miro raro.
—¿Es pariente suyo?
—Soy su hijo —mostré mi identificación—. Su esposa Leia dijo que podía venir.
—Leia es tan buena chica. No puedo creer que siga con alguien como él; y cómo un chico tan guapo como usted puede ser su hijo —al parecer lo pensó muy en alto—. Lo siento, no debería haber dicho eso —hizo un gesto con la mano, cuerda de que había dicho algo equivocado.
Se nota que tenía una buena intención de decirlo.
—Ahora se encuentra en la habitación 25. Siga por este pasillo —señaló con su bolígrafo—, gire a la izquierda.
No respondí a sus palabras. Hice un gesto afirmativo con la cabeza.
El hospital es pequeño pero muy concurrido. Había gente descansando en los pasillos. Por lo que pude ver, al menos tenía el equipo necesario para atender cualquier emergencia de primera necesidad. Eso me tranquilizó un poco, pero aún había algo esperándome en aquella habitación.
Cuando llegué a su habitación, me quedé un momento delante de la puerta, observando el pomo con atención, hasta que me atreví a entrar.
Me encontré justo delante de él, mirándole tumbado en una camilla. Tenía unos cables enrollados alrededor del cuerpo. Estaba más delgado y su piel estaba un poco pálida.
—Chris —susurré.
Después de todos estos años, todavía no podía llamarlo papá. Aunque pensaba en él como uno. No importaba cómo fue su relación conmigo antes de irse, dejándome solo con mi madre. Verle así me hacía dudar de mí mismo y me preguntaba por qué había acabado en esta situación.
Los gritos, chillidos y sollozos de mi madre resonaban por el pasillo del piso, desgarrando con fuerza el marco de la puerta. En ese momento, sin dudarlo, alzó la voz y le gritó que no debía interesarle lo que estaba haciendo. Estaba tan mareado que no podía ni tenerse en pie, pero recogió su maleta y se marchó.
Mi madre tiró al suelo el jarrón que había en el pequeño aparador del salón y lo hizo añicos. Le gritó que era un imbécil y que no pensaba en nosotros.
Me tumbé obedientemente entre las cuatro paredes, mirando a través de la puerta, sin poder hacer ni decir nada. Sólo sentía las mejillas húmedas y la nariz constipada de tanto llorar. Verlos en esa situación era horrible.
Recuerdo que le llamé a gritos cuando se fue. Y ahora volvía a estar en una posición indefensa frente a él.
—Ethan —su voz sonaba muy rota. No firme.
—Estoy aquí, pa-Chris.
Me acerqué a él y me senté en el pequeño banco que está cerca de su camilla. Le puse la mano en la cabeza y empecé a frotarle la frente. Por la expresión rota de su cara pude sentir su dolor. No podía permanecer indiferente.
Todo se estaba removiendo dentro de mí.
—¿Quiero oír lo que pasó después de que me fuera?
—¿Por qué quieres saber esa historia?
Sus ojos empezaron a entrecerrarse y un pequeño círculo de lágrimas se acumuló en sus ojos.
—¿Quiero saber qué cambió en tu vida? No estuve a tu lado en esos momentos —su voz resonó en voz baja.