Un mar entre nosotros

Sensaciones

Ethan

—¡Podrías dejar de mirarme así! ¿Tengo algo en la cara? —dije levantando una ceja. Me dirigí directamente al mostrador.

—¿Te pasó algo ayer?

—¿Por qué?

—Ethan, has estado actuando raro desde que llegaste —caminó delante de mí, frenándome ligeramente.

—George, con todos mis respetos, aunque seas mi jefe de área, prefiero tu cara maloliente a este tipo de interrogatorios —advertí apresuradamente ante su comportamiento impertinente. A veces, cuando se comporta así cae de la patada.

—O te pregunto a ti o le pregunto a una de las chicas.

—¿Crees que ellas van a saber algo? ¡Ja! No pasó nada. ¡No, pa-so na-da! ¡Okay! —puse unos papeles en el mostrador de Liz. la también me miró extrañada—. Ni se te ocurra preguntar algo Liz. —Inmediatamente me doy la vuelta, con la boca ligeramente abierta y saco un bolígrafo para poder firmar el alta del paciente.

Cuando me doy la vuelta, ya estoy acorralado por ellos. Como resultado, me apoyo en el mostrador aturdido mientras me observan.

—¿No tienes nada más que hacer? George, tu paciente con cáncer de páncreas te está esperando y, Liz, necesito estos papeles urgentemente en diez minutos y no les voy a decir nada Parecen arpías. ¡No les voy a decir nada! —los señalé en cuanto me giré hacia el ascensor.

—¿¡Ethan!? —dicen los dos al unísono.

—¡No, no insistan!

En ese momento, ni siquiera sabía lo que estaba pensando. El motivo de haberme levantado junto a Kalem me había afecta un poco, más que con los recuerdos con Pao. ¿A caso había perdido el juicio?

En cuanto me desperté, me di una larga ducha para borrar los restos de la borrachera de la noche anterior y fingí que no había pasado nada. No había pasado nada, así que ¿por qué me estaba montando una película en la cabeza? Tan solo estaba él con su torso desnudo al lado mío. Una perfecta musculatura que no sabía que tenía. Por Dios. Debió de quitarse la camiseta porque hacía mucho calor. Aunque lo recuerde, la calefacción no estaba encendida. Me estoy volviendo loco. «Solo éramos un parde hombres borrachos, solo eso», me repetí.

—Buenos días. ¿Por qué te fuiste sin despertarme?

Tenía que ser solo él por el momento. Cuando le vi, tuve el impulso. Un maldito impulso nervioso de salir corriendo del ascensor. Pero no pude, tenía que llegar al segundo piso a ver a un paciente de Hepatitis C.

—Trabajo en el turno de mañana. Sabes que voy a volver a trabajar.

Sin duda la escusa más tonta para no responder a esa pregunta.

—Lo sé, pero, oye, tenía que madrugar. Tenía que hacer algo en casa, y ahora el casero me va a correr.

Por ahora, la película de mi cabeza se detuvo e inmediatamente le miré. Apoyé mi cuerpo contra la pared del ascensor y me enfrenté a él.

—¿No has pagado el alquiler?

—¿Cómo crees que salgo?

—Te dije que pagaras el alquiler —le reprendí—. ¿En cuántas citas has estado últimamente?

—Contando la de esa anoche. Una veinte, creo.

—¿Tantas? —lo miré sorprendido, enarcando una ceja crítica.

—¡No me juzgues! Tus cejas lo dicen todo.

—¡Me conoces demasiado bien! Tienes que pagar. Ya he hecho el acuerdo con el dueño.

—Lo sé, pero…

—Sin peros —le interrumpí—. Tenemos un acuerdo, tú y yo. Kalem. Tendrás que dejar de salir por un tiempo.

Al salir del ascensor frente a él.

—¿Puedo quedarme contigo?

No, no puedo. Solo necesito que esté conmigo. ¿Conmigo?

¿Por qué estás nervioso? Ya ha dormido en tu casa.

Una cosa es que duerma y otra que viva.

Es otra cosa, ¿no?

Puta conciencia.

Puto tú.

No me hables.

—No lo sé —tragué saliva e inmediatamente me volví para mirarle.

—Solo un mes. Hasta que encuentre otro sitio donde vivir.

Me tranquilicé y respiré hondo. Me digo mentalmente que anoche no pasó nada, porque si hubiera sido así, me lo habría contado, y Kalem no es de esos que se quedan callado.

¿O pueda que esta vez sí?

Te he dicho que no hables.

Soy parte de ti, cumplo mi función. Soporta.

—¿Qué puedo hacer contigo? —levanté mis cejas—. Trae tus cosas, pero por favor, por favor, por favor, por favor, no traigas una chica a mi casa o te mato. Es un lugar pulcro en el que vivo.

—Te prometo que nada de chicas. Y, gracias —me abrazó—, luego te invito a comer.

—Me gustaría comida tailandesa —le señalé—, ¡preparada por ti!

—Sabes que no me queda bien cocinar.

—Lo intentas. Es condición para que te mudes conmigo. No me engañes comprando comida y luego fingiendo que la has hecho tú porque quiero ver cómo lo haces. Tendré un pase VIP —soné divertido.




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