Ethan
Perderme en la oscuridad de la noche, recordar lo que fuimos, es lo que me recuerdan las viejas fotos del aparador.
Me apoyé en la barra con una copa de vino, el móvil en silencio, sin querer contestar a las llamadas de nadie mientras me estaba haciendo mierda en la puta soledad. Kalem no estaba en casa esta noche porque había quedado para visitar a su padre y reunirse con Xavier para hablar de su trabajo en la empresa de mi padre y lo de su deuda.
Después de lo que hice, Kalem se alejó un poco de su familia y seguía un poco indignado con Xavier por haberlo golpeado. Y esta mañana, antes de irse, me ha dicho que lo primero que iba a hacer nada más llegar a casa era darle un puñetazo en la cara a su hermano como premio por ser el mayor idiota del mundo. Su comentario me hizo reír y me hizo darme cuenta de que el piso no sería lo mismo sin él.
Kalem había quedado en vivir por un mes conmigo y ya se había cumplido el plazo del trato. Pero, por alguna razón, lo he estado posponiendo. Incluso le acompañé a ver algunos departamentos en los últimos días mientras me recordaba lo que me había dicho, y lo estaba cumpliendo.
Algo había cambiado en nuestra relación sin duda alguna. No quería culpar a ese beso. Pero, cada vez actuaba de manera diferente. Siendo más considerado conmigo, de ver si estoy bien cuando ando un poco perdido en mis pensamientos; de tomarse el tiempo de interrumpir planes con alguien más, solo para tumbarse en el sofá conmigo. Al igual que yo lo tenía presente. Sin duda alguna, lo estaba viendo de otra forma. Lo estaba sintiendo de otra forma. y es algo con lo que tengo que sincerarme. Aunque él no me lo dijera, aunque yo no se lo dijera. ¿Qué pasaba entre nosotros dos?
Después de la boda de Anne, no se dijo nada. Es como si empezáramos a escribir nuevas páginas en blanco en nuestras vidas, llevándolo todo a un punto muerto, como si nunca hubiera pasado nada, y no llegará a pasar nada. Pero algo estaba pasando.
La mayoría de sus cosas ya estaban en cajas. Dejé por un momento mi copa y entré en su habitación. Me senté en su cama y miré a su alrededor. Su olor me llenaba, inseparable de estas cuatro paredes. ¿Por qué no lo había notado antes, por qué lo notaba ahora?
Con una ligera resaca, abrí los ojos. Me cubrí la cara con las manos y divagué entre todo lo que estaba observando.
—Buenos días —fue su voz.
La voz de Kalem sonó detrás de mí mientras estaba tumbado de lado, con la vista clavada en la pared de mi habitación. Me di la vuelta y lo vi.
—Hola —me moví entre las sábanas para ponerme lo más cómodo posible—. ¿Cuándo has llegado? —pregunté con voz alterada. Rodé hasta donde estaba él y le cogí de la mano. En cuanto me vio, tiré de él hacia la cama, a mi lado.
—¿Qué haces? —Gruñó mientras se tumbaba conmigo.
—Déjame abrazarte —le pedí, pero era más una súplica, entre las sábanas y su cuerpo.
Podía oír su corazón latir tan tranquilo. Dejé que mis brazos recorrieran su cuerpo y apreté mi cara contra su pecho. Él también me rodeó con sus brazos.
—¿Por qué haces esto? —dijo por encima de mi cabeza.
No quise responder a su pregunta y lo rodeé con más fuerza. Sólo quería estar seguro de lo que tenía. Aunque no lo supiera.
—Apestas a alcohol —dijo divertido, sintiendo que su estómago subía y bajaba con su leve risita.
—Me sentí muy solo anoche —suspiré —Kalem… —hice una pausa.
—¿Dime?
Su voz sonó muy baja. Su mano empezó a acariciarme la espalda y la sentí muy caliente. De un momento a otro, me quedé mirando en dirección al cuarto de baño. Dejé que un poco de saliva se deslizara por mi garganta y solté un suave suspiro.
—No quiero que te vayas.
Aparté la cabeza de su pecho y le miré la barbilla. Llevaba bigote y barba sin afeitar. Me miró y volvió a apartar la cabeza.
—¿Por qué no quieres que me vaya? Acordamos que me mudaría a otro piso dentro de un mes.
Su mano, que seguía acariciándome la espalda, se detuvo en mi hombro. La respiración de Kalem se volvió un poco más acelerada, sus latidos coincidían con el ritmo de su respiración. Abandoné mi posición original y me ubiqué más arriba, cara a cara con él. Le miré a los ojos mientras se movían de un sitio a otro, al igual que mis ojos buscaban en todo su rostro.
¿Por qué detenerlo?
—Este piso no sería lo mismo sin ti —dije, levantando la vista y mirando al techo—. Dime cómo voy a vivir sin tus bromas matutinas.
—Podría llamarte todas las mañanas si es necesario —dijo, mirando al techo igual que yo.
De repente, sentí su mano cruzar suavemente la cama y detenerse junto a la mía, hasta que sentí un poco el rosé de sus dedos.
—¿Qué hay de salir? Salíamos mucho.
—Podemos salir los fines de semana.
—¿Qué haré sin tus comidas? —me quejé un poco, y es que cocinaba riquísimo.
—Bueno, estamos en un lío —sonrió.
Moví ligeramente la mano para acercarla a la suya.
—¿Por qué? —sonreí.