Un matrimonio de mentira

Prólogo

Prólogo

En la empresa Montiel.

—¡Buen día! —exclamó Josué con una sonrisa encantadora.

—Buen día —contestó Gabriela sin mirarlo, seguía acomodando los papeles.

—Mujer, ¿cómo has estado? —preguntó sentándose en la silla, para mirarla más de cerca.

—Muy bien —contestó sin mirarlo—. ¿Y ese milagro? No te encontrabas en Italia. 

—Sí, que mujer más fría tengo como esposa —dijo con amargura, pero tono divertido, observando cómo su esposa ni siquiera lo miraba, parecía que a ella no le hacía ninguna gracia verlo de nuevo, eso que solo había pasado ocho meses de su matrimonio, un matrimonio que aún no era consumado, no por él. Si no por ella que se negaba a compartir su cama.

—Sabes muy bien, nuestro matrimonio es de pura apariencia, no sé por qué te extraña tanto —habló mirándolo a los ojos, no le gustaba mirar sus ojos verdes, la tenían completamente derretida, no quería él lo supiera, siempre había sentido una fuerte atracción por él, solo pensó que era por la adolescencia porque apenas era una niña virgen. Ahora que era una mujer con experiencia, que la virginidad no tenía nada que ver con lo que había sentido hace diez años por él, la atracción era fuerte, siempre había deseado estar en su cama, ahora no quería. Y mucho menos, con lo que paso hace cinco años.

—Lo sé —dijo el serio—, es hora de que tengamos un matrimonio más cercano —sonrió y continuó—. Ya sabes que sea más íntimo.

—Jamás —murmuró furiosa—. Hicimos un trato, tú me ayudarías a salvar mi empresa y yo te ayudaría a ti, a mantener las apariencias.

—No tienes que repetírmelo —dijo alterándose—, sé por qué nos casamos, primero fue por salvar tu amada empresa y segundo para ayudarme a quitarme esas mujeres encima, para serte sincero, me molestan más que antes.

—Podemos divorciarnos —le propuso ella.

—Eso es imposible amor mío —dijo serio—, firmarte un acuerdo, que si uno de los dos pedía el divorcio uno se quedaría con todo, para ser sincero. Yo no quiero perder mi herencia y tú mucho menos.

—Eso es verdad —susurró y recordando el acuerdo que había hecho con él; para que sus empresas estuvieran a salvo, nunca pensó cuanto tiempo tenía que estar casada con él, tampoco hablaron de eso.

—Volví cariño, para que este matrimonio funcione, quiero que tengamos un hijo. Soy un hombre de treinta y cinco años y tu una mujer de treinta años, no somos unos adolescentes y necesito dejar mi herencia a un hijo mío y no me pidas que lo tenga con otra mujer, porque hijos bastardos no quiero, así que ahora en adelante Gaby me tendrás en nuestra casa a partir de hoy.

—¡Qué! —exclamó sin poderlo creer—. Sabes muy bien que no, quiero tener intimidad contigo.

—Cariño —dijo él sonriendo—, nunca colocaste una cláusula de no tener intimidad con tu marido, solo me lo dijiste cuando ya estamos casados y por respeto acepte, ahora que tenemos ocho meses de casados. Me entró el gusanito de tener un hijo, lo quiero con mi esposa y no con una amante.




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